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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Inténtese con Irán

Independientemente de cuál sea su resultado final, el reciente acuerdo nuclear con Corea del Norte muestra hasta qué punto puede ser importante en situaciones de crisis dialogar cara a cara con el enemigo. El compromiso a seis de Pekín obedece a una conjunción de factores, pero en su consecución ha resultado decisiva la aceptación estadounidense, tras años de negativas, a reunirse bilateralmente con los norcoreanos. Es hora de que Bush aplique la misma estrategia a Irán, donde hay poco que perder y mucho que ganar.

Resulta evidente que la flexibilidad diplomática que ha encauzado el expediente de Pyongyang no rige con Teherán, donde los neoconservadores que propiciaron el desastre iraquí siguen marcando el rumbo, como lo muestra la ininterrumpida escalada de declaraciones y gestos, incluyendo el refuerzo aeronaval del Golfo Pérsico. Ayer mismo, el departamento del Tesoro estadounidense, cumpliendo el catálogo de sanciones acordado por el Consejo de Seguridad, prohibía todo tipo de transacción con tres compañías iraníes a las que considera implicadas en el programa nuclear del régimen islamista.

Un informe interno de la Unión Europea filtrado esta semana concluye que es muy poco lo que se puede hacer ya para impedir que Irán domine el enriquecimiento de uranio que lleva a las armas nucleares. Al igual que en el caso norcoreano, las capacidades tecnológicas de Teherán no han dejado de crecer mientras el Gobierno de George Bush permanece enrocado en su rechazo de cualquier contacto directo. Pero el desdén olímpico no funciona en situaciones de crisis, y resulta peregrina la idea de sustituir el diálogo por la amenaza cuando aquél todavía es posible.

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Irán, actor decisivo en la incendiada región de Oriente Medio y Estado mucho más articulado e influyente que el norcoreano, ha demostrado una gran determinación por dotarse de un arma atómica, que ha ido creciendo a medida que se ampliaban las fisuras entre los poderes que deben de impedirlo. Pero si hay alguna posibilidad de reconducir la actitud del régimen islamista -y evitar el supuesto catastrófico de un ataque por parte de EE UU, Israel o ambos- , es la administración de Bush la que debe intentarlo. Irak es el pretexto perfecto para un giro diplomático. Es improbable que el sangriento caos del país vecino favorezca los intereses de los ayatolás, como lo sugiere el reciente y grave atentado de un grupo terrorista suní en suelo iraní.

Nadie asegura que el régimen teocrático, que lleva veinte años mintiendo o tergiversando sobre sus actividades nucleares, se avenga a argumentos. Pero es probable que Teherán, que a la postre busca reconocimiento, valorase una declaración tranquilizadora de Washington, que incluyera una renuncia expresa al cambio de régimen como objetivo. Sería un primer paso.

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