Dama sin camelias
Cuando Lucía Bosé llegó a España traía dos perfiles a cuestas. Para unos, los más, era, impepinablemente, una de las tres alegres muchachas de la Piazza di Spagna. Pocos se acuerdan hoy (o tal vez sólo Javier Marías y Maruja Torres) de Cosetta Greco y Liliana Bonfatti: ella fue la única de aquel trío que perduró como actriz y se mantiene en el recuerdo de una generación, bajando las escalinatas, con el sol en la cara, en busca de Mastroianni. La otra imagen era tan atípica como adelantada a su época: la antimaggiorata selecta y elegante, el prototipo de la "actriz intelectual", la atormentada Clara Manni de La signora senza camelie, que venía a rodar una película muy seria con Bardem. Poco después llegó el gran bombazo en todas las portadas, el paradójico baile de parejas, los titulares sucesivos: ¡Dominguín deja a Ava! ¡Bosé deja a Chiari! ¡Ava quiere a Chiari! ¡Bosé y Dominguín se casan! Una historia lejana, refrescada por la memoria portentosa del gran Enrique Herreros: "Apunta, chaval. La Bosé había sido Miss Italia a los 16 años, en 1947. Una belleza finísima, impresionante. Visconti la descubrió cuando trabajaba de dependienta en una confitería y se la recomendó a Antonioni, que en 1950 la pone al frente de su debut como director, Cronaca de un amore. Por esas fechas, Lucía y Walter Chiari son novios. En 1953, Ava llega a Roma para rodar La condesa descalza. Está viviendo su gran historia de amor con Luis Miguel Dominguín, pero Chiari la conoce y enloquece por ella. Ese mismo año, Lucía rueda con Antonioni La signora senza camelie, que se convierte en un gran éxito. Bardem ve la película y la contrata para Muerte de un ciclista. ¿Me sigues? En diciembre del 54, Dominguín conoce a la Bosé en una recepción de la embajada de Cuba. Un romance tan apasionado como rápido. En enero, Dominguín ya quería casarse con ella. Lucía le dijo que sí pero que esperasen a marzo, cuando acabara el rodaje. El torero viaja a Londres para decirle a Ava que se va a casar con la Bosé. Por una vez en su vida, Ava no monta una escena: le dice que está saliendo con Walter Chiari y quedan tan amigos, y siguen viéndose los tres, y a veces los cuatro, en Madrid".
Era la musa de los 'cineastas inquietos': la hermana mayor de Serena Vergano
En sus memorias, Diva Divina, una Bosé más azulada que Leopoldito Alas cuenta que el torero la amó "durante tres días y tres noches, ininterrumpidamente" en una habitación del Castellana Hilton, y que se casaron en Las Vegas porque Dominguín no quería verse obligado a "invitar a medio país". Mi historia favorita de ese romance me la contó Joaquín Jordá: "¿Sabes cómo se enamoró Lucía de Luis Miguel? Habían ido a cenar juntos durante el rodaje de Muerte de un ciclista. Esa primera noche fueron a su hotel pero no se acostaron. Lucía tenía un dolor de cabeza terrible y le dijo que quería descansar. Luis Miguel se empeña en subir a la suite. Resulta que están abriendo una línea de metro junto al hotel, y la trepidación de las máquinas hace bailar la mesilla de noche. Lucía dice que ya no puede más, que ese ruido la va a volver loca. Entonces Luis Miguel le dice "no te preocupes". Se sienta en la cama, coloca los pulgares en la mesilla, y se queda así toda la noche, a su lado. Cuando Lucía despierta, él sigue allí. Y es cuando se da cuenta de que está enamorada, de que haría cualquier cosa por ese hombre".
Jordá, Portabella y otros alegres muchachos de la Escuela de Barcelona me contaron muchas historias de Lucía Bosé. Fue musa de los "cineastas inquietos" de la época, algo así como la hermana mayor de Serena Vergano y la tía italiana de Gerarda Chaplin. Pere Portabella la conoció en su finca de Somosaguas, donde Ava pasó largas temporadas: "Se hicieron grandes amigas, iban juntas a muchos lados. Al bautizo de Antonio, el hijo de Lola Flores, por ejemplo. Lucía era tremendamente acogedora, cálida, una matriarca milanesa. Y a Ava le gustaba aquella vida informal, con charlas y espaguetis hasta las tantas de la madrugada. Nunca se hablaba, por supuesto, de su larga relación con el torero. De hecho, cada vez que Ava anunciaba su visita, Luis Miguel desaparecía por el foro. Por otro lado, Luis Miguel y Lucía ya comenzaban a estar bastante separados".
A finales de los sesenta, la Bosé rodó para Portabella la experimentalísima Nocturno 29 (con, otra casualidad, Mario Cabré, el primer "amante torero" de la Gardner), y luego Un invierno en Mallorca, de Camino, y volvió a ser Gran Dama Enigmática en Del amor y otras soledades, de Basilio Martín Patino. Poco a poco, al correr de la nueva década, ese nuevo perfil viró hacia el gótico flamígero, facción Barbara Steele otoñal: primero inquietante madre de Ornella Mutti en La casa de las palomas, aquel melodramón casi mexicano de Claudio Guerín, y señorona espectral en Vera. Ese mismo año, 1973, colofonazo: nada menos que la mismísima condesa Bathory en la inenarrable Ceremonia sangrienta, de Jorge Grau, todo un éxito de los cines de barrio con doble programa.
Y un triunfo personal, porque tiene su mérito pasar en un pispás de la Vampiraza por antonomasia a Milady Transición con sede en Fuenterrabía, interrogada por Marsillach durante dos temporadas (76-77) en aquella marcianísima serie llamada La señora García se confiesa. Pero por aquellas fechas, aunque siguió haciendo cine, -y televisión: a destacar su trabajo como Marquesa del Dongo en la adaptación de La Cartuja de Parma de Bolognini- doña Lucía ya se había insertado plenamente en su antepenúltima encarnación: la SuperMamma del clan Bosé, sobre todo de Miguel.
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