Asia, en el espejo de la UE
El renacimiento de China como potencia tradicional en la región
Para los europeos es tentador reflejar su historia en la de Asia y ver los acontecimientos que se están produciendo allí como una mera repetición, cuando no una imitación, de lo que sucedió en Europa. De hecho, los propios asiáticos fomentan esta tentación, ya que la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN) pretende abiertamente asemejarse cada vez más a la Unión Europea.
Al tratar de descifrar el futuro diplomático de Asia, los europeos se enfrentan al "bochorno de los ricos". ¿Está el Asia actual reproduciendo el equilibrio de poderes de la Europa de finales del siglo XIX, en el que China desempeña el papel de Alemania? ¿O se prepara el sureste asiático, a través del crecimiento de la ASEAN, para convertirse algún día en el equivalente de la UE en Extremo Oriente?
Estas comparaciones no son neutrales, y podemos detectar en la analogía entre la China actual y la Alemania del siglo XIX un elemento de ese perverso disfrute con los problemas ajenos. Según este punto de vista, puede que a Asia le vaya ahora bien económicamente, pero el auge del nacionalismo, el apetito de poder de China y el deseo del resto de Asia de frenar sus ambiciones obstaculizará el crecimiento económico y reinstaurará la primacía global de Occidente.
Pero este panorama no se corresponde con la realidad. La China de principios del siglo XXI no es la Alemania recién unificada de Bismarck en la segunda mitad del siglo XIX. Los chinos no se consideran una nueva potencia, sino la potencia tradicional asiática, que ahora experimenta un renacimiento.
A diferencia de la Alemania guillermina, los chinos no tienen prisa por demostrar lo fuertes que se han vuelto. En lo estratégico, China no es una potencia revisionista, sino una potencia satisfecha con la situación actual. La única excepción sería una declaración de independencia de Taiwan, que los chinos considerarían un caso de guerra.
No cabe duda de que China se está rearmando, pero lo hace a un ritmo y en una proporción que reflejan su nueva prosperidad económica. Las prioridades básicas de China siguen siendo económicas, lo cual evidencia la creencia de sus líderes de que la supervivencia a largo plazo de su régimen entraña la continuación de un crecimiento rápido. No están por la labor de emprender aventuras militares y ni siquiera diplomáticas. Y tampoco parecen abocados a convertirse en una potencia benevolente y altruista, dispuesta a utilizar su nueva fuerza y reputación para mejorar la estabilidad del sistema internacional. Sin embargo, el cinismo y egoísmo espontáneo de China ahora se ve mitigado por lo que ellos perciben como un reconocimiento cada vez mayor de su condición única.
El rotundo éxito de la cumbre de África y China, a la que asistieron más líderes africanos que a las reuniones puramente africanas; el acercamiento diplomático entre India y Japón, y la alianza democrática que se está fraguando entre India, Japón y Australia, sólo pueden interpretarse como indicios de la posición recién recuperada por China. ¿Por qué iban a arriesgar esos logros?
Instaurar el Estado de derecho
En realidad, lo que puede amenazar la estabilidad de la región, y sobre todo la de China, no es un exceso de ambiciones chinas o su no democratización, sino la incapacidad del régimen chino para instaurar el Estado de derecho. En 1978, el líder recién designado, Deng Xiaoping, veía a Singapur como una prueba viviente de la superioridad del capitalismo con respecto al comunismo. Recordaba el páramo empobrecido que era Singapur en los años veinte, y ahora veía la esplendorosa ciudad que había traído la libre empresa, así como el liderazgo casi autoritario de Lee Kwan Yew. Fue después de visitar Singapur cuando Deng introdujo "zonas económicas especiales" en el sur de China.
Pero el Estado de derecho, incluso al estilo de Singapur, es mucho más difícil de instituir que el capitalismo, y su ausencia representa el mayor obstáculo para la instauración de una comunidad asiática basada en el modelo de la UE. Hace 20 años, uno de los principales impedimentos para crear una Unión Asiática era Japón, el país más avanzado y con más éxito de Asia, pero que no parecía asiático. Además, el resto de Asia se sentía molesto con los japoneses por deleitarse en esta diferencia. Ese resentimiento perdura, pero los japoneses han pasado a considerarse asiáticos, a lo cual ha contribuido la comprensión de que el milagro económico que iniciaron en la región les ha sobrepasado con creces.
Para superar el nacionalismo en Europa hicieron falta no sólo dos devastadoras guerras mundiales en el siglo XX, sino también el predominio de los regímenes democráticos. Para el Asia actual, el Estado de derecho es el equivalente a lo que era la democracia para la Europa de ayer. Sin su imposición gradual, una Unión Asiática podría ser una burda y vacía copia de su modelo europeo.
Dominique Moisi, fundador del Instituto Francés de Relaciones Internacionales, es catedrático del College of Europe, en Natolin, Varsovia.
Traducción de News Clips.
© Project Syndicate, 2006.
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