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La Guardia: sostenibilidad o especulación

Todos intuíamos que algo fuera de lo común se cocía en la Guardia. En días pasados vimos en la prensa cómo La Guardia era el municipio que, porcentualmente, más había crecido de Andalucía. Lo afirmaba su alcalde, jactándose de ello en un tono no exento de cierta dosis de soberbia y orgullo. Pero algo no encajaba. No era normal un crecimiento tan vertiginoso de población y superficie urbana. No era normal un nuevo Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), que en su avance desplegará tan apresurado crecimiento.

Todo el espacio ubicado entre el río Guadalbullón y la antigua Nacional 323 colmatado de viviendas, en densidades, que a tenor de lo visto en alguna modificación puntual (68 viviendas/habitante), sencillamente, producen estremecimiento. Más de dos millones de metros cuadrados propuestos para ser desarrollados, en un municipio que tan sólo hace dos años, sólo tenía 2.500 habitantes. ¿Ha reflexionado alguien sobre el grave problema de prestación de servicios que hoy existe?, ¿se ha tenido en cuenta la ingente demanda de servicios que esta situación va a generar? Todo ello, sencillamente, por una pretensión errónea de convertir un municipio tradicional y pequeño en un nuevo modelo de ciudad dormitorio, que antes o después acabará arrancando de sus entrañas sus señas de identidad.

La Guardia debe aprovechar su estratégica situación. Se trata de un momento histórico que ha de saber encauzarse con sutileza, disposición y firmeza, pero fundamentalmente con inteligencia. Debe crear riqueza productiva y alejarse del enriquecimiento especulativo, el cual sólo pretende el amasamiento rápido de fortunas para unos pocos a costa del interés general.

Los criterios contemplados en el Plan de Ordenación del Territorio Andaluz (POTA), son un buen marco de sostenibilidad para orientar nuestro crecimiento y desarrollo. Estamos ante un nuevo concepto de urbanismo, despejado de voracidades, pensado para el ciudadano y respetuoso con el entorno que la naturaleza nos ha prestado para que lo transmitamos en el mejor estado posible a nuestros sucesores; no somos los dueños, sólo somos sus habitantes provisionales.

Con la entrada del euro todas las cifras parecen más asequibles. Pero la realidad es otra. Un euro (166.386 pesetas) equivale a un café. Un millón de euros, que casi nos parece poco, 166 millones de pesetas. ¡Me resulta tan lejano, por inalcanzable, pensar en 90 millones de euros, ni más ni menos que 15.000 millones de pesetas! Pues bien, en esa cantidad se fijaba el importe total de las ventas que iban a generar diversas actuaciones presuntamente irregulares y una modificación puntual en curso. Me pongo en el lugar de los vecinos de La Guardia, en su mayoría gente trabajadora acostumbrada a la administración de un sueldo, un pequeño negocio o unos olivares heredados; o por otro lado, en el de los vecinos que viven en las urbanizaciones, trabajadores también, sujetos en un gran número a una nómina o negocio con sus respectivas hipotecas.

Mientras todos los guardeños miran desde el asombro hacia el infinito para intentar vislumbrar donde acaba ese ingente cantidad de dinero, el alcalde, primer responsable de esta presunta situación, se dedica a montar un circo con títeres y comediantes para entretener la mirada de sus ciudadanos, con el invento de unas inspecciones sin fundamento legal. ¿Adónde ha mirado esa autoridad mientras se cometían esas supuestas ilegalidades, acaso no es la misma que hoy quiere inspeccionar, y a las claras, más que sospechosas, a las casas de los dirigentes socialistas? ¡Menudo conejo se ha sacado de la chistera!

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Mientras, los ciudadanos están con la mirada perdida, asombrados por tan ingente cantidad de dinero en una sola mano. Tanta avidez inspeccionadora está bien que se ponga en marcha, pero hágase con las presuntas irregularidades denunciadas, que sustancia parecen tener, y después, con el aliento sobrante, hágase un buen PGOU. Pero tanta y tan repentina fiebre inspectora, tras tan seria denuncia, huele mal, apesta a represalia, a la tramoya humeante de un incendio de neumáticos. Así todo se oscurece, que pronto llega la noche, y ya se sabe: de noche todos los gatos son pardos.

Miguel Sola Martínez es arquitecto.

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