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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Medicinas con patente

La semana próxima, la Corte Suprema de India debe pronunciarse sobre el recurso presentado por el gigante farmacéutico Novartis contra un apartado de la ley de patentes de ese país que otorga a sus órganos administrativos la discrecionalidad de decidir si un medicamento es novedoso, útil e innovador como para concederle la protección de la propiedad intelectual.

La multinacional ha planteado este pleito después de que le fuera denegado el reconocimiento de patente a uno de sus fármacos más valorados, el Glivec, alegando que no es una novedad. Este medicamento se aprobó en 2001 en Estados Unidos y constituye una de las mayores novedades de los últimos años. Novartis considera que este apartado de la ley contraviene los acuerdos sobre patentes que India se comprometió a respetar a partir de 2005, al acatar las reglas de la Organización Mundial de Comercio. Organizaciones como Intermón Oxfam o Médicos Sin Fronteras temen que si Novartis gana el pleito, sentará un precedente para otros productos que ahora India exporta como genéricos a países pobres gracias a que no estaba obligada a seguir las reglas sobre patentes de la OMC.

Estamos, pues, ante dos problemas distintos. Por un lado, el pleito sobre Glivec en sí mismo, y por otro, las posibles consecuencias. Es muy legítima la preocupación de las organizaciones no gubernamentales, cuyos programas dependen de poder seguir comprando copias baratas de medicamentos protegidos por patente, entre ellos algunos antirretrovirales para el tratamiento del sida. Pero en el mundo conviven dos lógicas que han venido a chocar en un país que vive también a caballo entre riqueza y pobreza: una es la que otorga a las empresas el derecho a explotar sus innovaciones; la otra es la de quienes reclaman para los desheredados el derecho a beneficiarse de los avances terapéuticos.

Como potencia emergente, cabe esperar que India cumpla con las reglas de la OMC, puesto que su pujante industria de genéricos se beneficia de esa lógica. Pero no es éticamente soportable que tantos enfermos mueran todavía porque no tienen acceso, no ya a novedades terapéuticas, sino a medicamentos elementales. La solución no llegará ni a través del mercado ni de la política de restricción de patentes. Hay que ir mucho más allá y buscar sistemas gestionados desde los organismos internacionales que garanticen un flujo controlado y continuado de medicamentos para los países pobres, llegando a la exención obligatoria de patentes en caso de estado de necesidad. Y será necesario el concurso de todos, incluidas las empresas farmacéuticas. Al fin y al cabo, hacen un gran bien porque sirven a la salud, pero también sacan un ingente provecho al hacerlo.

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