Milagro en Palma
Una tarea ingente imaginada por primera vez hace siete años ha concluido con la inauguración en la catedral de Mallorca de un lienzo cerámico de 300 metros cuadrados en el que el pintor mallorquín Miquel Barceló ha dejado su impronta sagrada para los tiempos venideros. Esta gigantesca versión artística del milagro de la multiplicación de los panes y los peces que iluminan cinco vitrales representa, a la vez que genuina expresión del arte del siglo XXI, un entronque directo con una arquitectura de más de siete siglos, la que expresa la seo de Palma. Hace ya un siglo que una de las joyas góticas más espectaculares del Mediterráneo abriera sus puertas al arte moderno a través de Gaudí o Jujol.
La obra de Barceló en la capilla de San Pedro fue un encargo que le hiciera formalmente hace cinco años el fallecido obispo Teodoro Úbeda. No es el menor de los méritos del artista Barceló, un hombre joven, heredero del talento creativo y rompedor de Picasso y Joan Miró y en lo personal un agnóstico, haber sido capaz de obtener la confianza de una institución tan conservadora y volcada al pasado como la Iglesia católica para que introdujera un gran chorro del aire fresco en una catedral tan representativa. Los Reyes de España, al inaugurar la magna obra, han simbolizado el compromiso institucional, y de la sociedad balear en su conjunto, con el pintor.
Pero el verdadero logro de Miquel Barceló ha sido el de culminar, tras años de fervoroso empeño, esa piel de barro cocido de 15 toneladas en la que, en sustitución de un mediocre retablo neoclásico, cristaliza ahora una explosión litúrgica de colores que cambia para siempre la percepción interior de la catedral balear.
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