Cárcel o clandestinidad
Todos menos uno de los 19 miembros de Segi que se habían ocultado para evitar ser detenidos por la Ertzaintza hace dos semanas aparecieron ayer en un frontón de Bilbao. Hace algunos años, lo más probable es que esos alevines se hubieran pasado a la clandestinidad para reaparecer tiempo después como miembros de algún comando. Ahora esa perspectiva es poco atrayente, sobre todo ante la evidencia de que pronto o tarde todos ellos son detenidos, en España o en Francia. Ahora prefieren ir a la cárcel, aunque la forma de optar por ese destino sea la de un desafío publicitario como el de ayer.
Es posible que la definición de Batasuna como parte de ETA sea imprecisa. Algunos de sus miembros tienen seguramente doble militancia, pero eso no significa que todos los miembros de ese partido también la tengan. La naturaleza de Segi (continuadora de Jarrai) como rama juvenil de KAS, la coordinadora de todo el tinglado dirigido por ETA, es más confusa. En la práctica ha venido actuando como estructura de encuadramiento de los grupos de violencia callejera y, en cuanto tal, como cantera principal de reclutamiento de activistas de ETA. ¿Es esa actividad propiamente terrorista?
La Audiencia Nacional condenó a la mayoría de los 23 procesados de este sumario como miembros de una asociación ilícita (que tiene por objeto delinquir), sin la especificación de terrorista prevista en el Código Penal. En su resolución del pasado día 19, el Tribunal Supremo estimaba el recurso presentado en su momento por la fiscalía y corregía el fallo en el sentido de considerar que sí existe la connotación de terrorista en el tipo de asociación ilícita al que pertenecían los condenados, y elevaba la pena a seis años, el mínimo contemplado para ese delito. La mayoría de ellos ya han cumplido la mitad o incluso algo más de esos seis años, por lo que podrían conseguir la libertad condicional en menos de dos años.
Las protestas del mundo nacionalista contra la consideración de esas organizaciones como terroristas contrastan con estudios sociológicos que constatan el papel nefasto que tuvo durante años la relativización (los chicos de la gasolina) de las fechorías y la sensación de impunidad con que actuaban los aprendices de terroristas, puesta de relieve recientemente con la profanación de la tumba de Gregorio Ordóñez. Esas protestas se enfrentan también a evidencias sobre el papel de la violencia callejera en la estrategia de ETA. Más tarde, la kale borroka ha ido dosificando su presencia como elemento de presión en cada fase del proceso: desde los ataques a sedes socialistas y del PNV cuando ETA exigía avances en la negociación política hasta la ofensiva en todos los frentes tras el comunicado amenazador de ETA en agosto.
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