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Columna
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Deseos.org

No vivimos tiempos románticos; es lo menos que se puede decir. Basta con ver lo que se entiende hoy por asuntos "del corazón". Basta con analizar las nuevas tendencias en regalos. Incluso los regalos están perdiendo su sentido, su valor de prueba -baremo o barómetro- de los afectos. Ya no es aquello de romperte la cabeza pensando "qué le gustará", ni de demostrar con el acierto o la oportunidad del obsequio que alguien te importa de verdad, que te importa tanto que te has volcado en el descubrimiento, la anticipación y la satisfacción de sus deseos. Las cosas ya no son así. Ahora lo que se lleva en materia de regalos es el self-service: poner el dinero y que el obsequiado (aniversariado, homenajeado o contrayente) se compre lo que más le apetezca.

La moda del auto-regalo se ha extendido tanto que muchos comercios ya la han institucionalizado en forma de vales, bonos o cheques-compra. Tanto, tanto, que la banca, que no se pierde una, ya la ha plastificado. Son las tarjetas-regalo que hemos visto, por ejemplo, en la última campaña navideña, puntualmente promovidas por nuestras más conocidas entidades de ahorro. Son muy monas, con lacito y todo como los regalos de verdad; tú las cargas con el dinero que quieres, y haces que graben encima el nombre del destinatario. "Un regalo para acertar siempre -asegura un anuncio bancario-, es infalible porque tú eliges el importe y el afortunado cómo gastarlo".

Que los auto-regalos son prácticos no voy a discutirlo; pero lo de su eficacia es otro cantar. El sistema no es ni mucho menos tan infalible como se anuncia. Lo demuestra el gran número de compras que se devuelven. El arrepentimiento es otra de las instituciones del comercio actual. Las tiendas ya lo tienen asumido -cuentan con procedimientos o mostradores especializados- y al parecer no se quejan. Será porque la posibilidad de devolución alimenta mucho la venta; primero el cliente compra y luego se lo piensa. Y entre una cosa y otra hay beneficio. Pero a veces ese cliente que ha comprado sin pensar, y que al pensarlo se da cuenta de que ha cometido un error, se encuentra con que no puede devolver lo adquirido. O porque ha caducado el plazo previsto, o porque ha estropeado el embalaje (otra de las leyes del mercado actual establece que las cajas hay que cuidarlas tanto o más que el contenido, lo que como metáfora no tiene precio). Como a mucha gente le pasan esas cosas, un sector económico en pleno auge es el de las tiendas de segunda mano, tanto tradicionales como on line. Aunque no es muy exacto decir de segunda mano, ya que muchos de los productos que allí van buscando una segunda oportunidad ni siquiera han tenido la primera. Están "sin estrenar, sin abrir, sin uso o totalmente nuevos" como suele rezar (implorar) la publicidad de esos establecimientos de reciclaje. De reciclaje de deseos más que de otra cosa. De lo que se trata es de recuperar algo de lo jugado en la compra anterior para seguir apostando. A ver si esta vez hay suerte y la nueva adquisición satisface un poco/rato más.

Son tiempos complicados para el deseo. Tanto que la palabra misma anda extraviada (o como muchas otras nociones entre atontada y deprimida), y la mitad de las veces se pone mal. Se usa no para describir una apetencia propia, un anhelo íntimo o un impulso que va de dentro a fuera del individuo, sino un (masivo) contagio de ganas que ha sido diseñado y organizado desde el exterior, por alguien extraño o ajeno a la persona que finalmente va a asumirlas. Por eso la gente devuelve tanto. A ese arrebato, venido de fuera, que obliga a coger un paquete precintado y pasar inmediatamente por caja, deseo, lo que se dice deseo, no se le puede llamar. (Y quien dice pasar por caja dice desfilar por la calle. Que las ganas de manifestarse se le contagian ahora también al ciudadano desde fuera, desde los poderes, y no como antes que era al revés o, mejor dicho, a la contra). A esas apetencias decididas y gestionadas desde el exterior deseos no se les debe llamar. A lo sumo, por lo que tienen de institucionalizado, deseos.org

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