Poner la historia al derecho
Durante años la propaganda oficial cubana se ha basado en la confrontación con Estados Unidos. Siempre ha sido esgrimida la acusación de que la nación del Norte tiene siniestros planes de una supuesta anexión de Cuba, lo cual ha servido para mantener un clima de plaza sitiada para el permanente cultivo de un nacionalismo extremo.
Así, cualquiera que haya protestado por las arbitrariedades y la violación de los derechos humanos ha sido acusado de prestar servicios a Estados Unidos, y querer fragmentar la unión nacional, según el oficialismo, necesaria frente al inminente "peligro externo" a la soberanía nacional.
Sin embargo, el pasado 4 de enero, el periódico Juventud Rebelde publicó un artículo reseñando el libro Miami, dinero sucio, de Edelberto López Blanch, con referencia a partes del texto donde se señala que el 28,0% de las 500 compañías hispanas más grandes en aquel país pertenecen a cubano-americanos.
También se describe la existencia de más de 1.000 millonarios cubano-americanos, 150 de ellos con más de 50 millones de dólares. Si se tiene en cuenta que esta comunidad sólo representa alrededor del 3,6% de todos los hispanos, el número de millonarios cubanos en comparación con la población hispana, e incluso con la norteamericana, es más alto. Hay que agregar que la mayoría, cuando salió de Cuba, fue totalmente esquilmada, quitándoseles hasta las prendas personales.
El libro que no se puede conseguir en las librerías cubanas, de acuerdo a Juventud Rebelde, refiere que en una larga lista de empresas decisivas en la economía de la Florida participan como propietarios un número apreciable de cubano-americanos, entre ellos Carlos Arboleda, José Arriola, Luis Botifol, Paul Cejas, Armando Codina, Carlos Manuel de Céspedes, Alberto Ibarguren, Jorge Más Santos, Ralph Peñalver, Jorge Pérez, Sergio Pino y Carlos Saladrigas.
Este escritor apunta que los cubano-americanos son factores claves en este importante Estado, y un elemento de peso en la economía del país más rico del mundo. Lamentablemente, López Blanch, en vez de regocijarse por el triunfo de nuestros compatriotas y del real milagro económico logrado en la competitiva sociedad norteamericana intenta desmeritar los esfuerzos, indicando de forma ingenua que esa prominencia se ha obtenido por el tráfico de drogas, el lavado de dinero y otras formas ilícitas, pretendiendo hacer creer que en un país de leyes como Estados Unidos cualquier extranjero puede hacer lo que más le convenga.
Obvia que no sólo ha sido el triunfo de los cubanos millonarios, sino de toda la comunidad cubana compuesta por casi 1,5 millones de personas. Por ejemplo, el 22,0% de la población cubano-americana nacida en la Isla tiene nivel universitario, mientras la población hispana en su conjunto sólo alcanza el 12,0%. Pero si se analiza a los cubanos nacidos en Estados Unidos, el indicador es del 39,0%, incluso un 9,0% superior al índice correspondiente a la población no hispana blanca.
Por otra parte, el ingreso de los hogares cubanos es de 37.700 dólares al año como promedio frente a 35.600 de los otros hispanos y el nivel de ingreso promedio de los cubanos nacidos en Estados Unidos resulta de 50.000 dólares anuales, superior en casi 2.000 dólares al promedio de los blancos no hispanos.
Como puede apreciarse, el triunfo de los cubanos en Estados Unidos no es un problema de violar la ley, sino que constituye el resultado de capacidad y trabajo arduo, aprovechando las oportunidades brindadas por esa sociedad para progresar ellos y sus familias.
López Blanch debería analizar cómo es posible que esa pequeña comunidad ya tenga cuatro representantes en el Congreso y dos senadores federales y que hayan existido ministros; cientos de profesionales ocupen distinguidas posiciones en universidades, así como artistas y deportistas triunfen. Todo ello sería muy útil como elemento de comparación con el actual clima de bancarrota y ruina total imperante en nuestra patria.
Así podrían explicarse los motivos de la paradójica situación de que mientras los residentes en Cuba nos hundimos en la miseria, y cada día el país depende más de las dádivas venezolanas, con peligros reales para nuestra soberanía nacional, nuestros hermanos residentes en el extranjero son cada vez más prósperos e influyentes políticamente en sus entornos.
La explicación en sentido general resulta evidente. Nosotros padecemos el yugo del totalitarismo y de un bloqueo interno a nuestras capacidades intelectuales y productivas, pero nuestros hermanos han tenido la posibilidad de desarrollarse y desplegar sus potencialidades con entera libertad en beneficio propio y de las naciones que los acogieron.
Más valdría a los propagandistas pagados por el régimen ser más objetivos y denunciar las verdaderas raíces de nuestros problemas, que son esencialmente de carácter interno. Deberían finalizar la absurda tarea de echar las culpas de nuestras desgracias a factores externos, cuando los elementos reales de nuestra tragedia están aquí en la Isla. Así podríamos luchar mejor por una Cuba realmente independiente y soberana, política y económicamente. Ya es hora de abandonar los análisis superficiales y faltos de seriedad, y ubicar la historia de nuestra patria sobre sus pies.
Óscar Espinosa Chepe es economista y periodista cubano.
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