El Beaubourg cumple treinta años
El Centro Pompidou ha cambiado la relación del público con la cultura
El 31 de enero de 1977, Valéry Giscard d'Estaing, entonces presidente de la República Francesa, inauguraba en París el Centre Georges Pompidou, más conocido como el Beaubourg. El edificio, con su aspecto de refinería, sorprendió a medio mundo -las críticas contra la arquitectura de Rogers y Piano fueron tan feroces como militantes los elogios-, pero aún sorprendió más el carácter pluridisciplinar de la propuesta museística y la utilización que se proponía del edificio.
Por primera vez se podía ir a un museo y, sin entrar en ninguna de sus salas, comprar libros, objetos de diseño, participar en un debate y comer o cenar en un restaurante con la mejor vista sobre París. O, simplemente, citarse en el Beaubourg con los amigos, aprovechar el espacio para niños para dejar ahí los retoños jugando, y entrar en uno de sus cines, teatros o espacios de danza. El Beaubourg o Pompidou se convirtió en referencia obligada para todos los nuevos museos, que dejaron de ser templos para convertirse en hipermercados.
En 1977, los críticos señalaban: "El Beaubourg es el último transatlántico de una cultura oficial a la deriva" (Libération), y subrayaban que "se engañan y nos engañan haciéndonos creer que la fábrica Beaubourg permitirá aumentar el nivel y la calidad de la producción cultural francesa", entre otras cosas porque "no se sueña en las fábricas y no existen fábricas de sueños" (L'Aurore). El dinero invertido escandalizaba -"con su coste de funcionamiento podrían construirse cada año 50 colegios o bibliotecas" (Journal du Dimanche)- y se le comparaba "a ese cadáver de la obra de Ionesco, cuyas piernas no dejan de crecer, como los tubos del Beaubourg, que es feo, ruinoso y que nos obliga a preguntarnos cómo deshacernos de él".
La oposición política, encarnada sobre todo por un socialismo que cuatro años más tarde iba a alcanzar el poder, subrayaba que la refinería "servirá sobre todo para defender en Francia y en el mundo una cultura de origen esencialmente parisiense". El tema de "la capital contra la provincia" también estaba en el centro de la crítica que hacía el dibujante de extrema derecha Konk, que mostraba un tranquilo pueblecito con un rótulo de carreteras indicando Centre Culturel Georges Pompidou, 634 km, mientras que en EE UU la revista Art Forum se servía de la logorrea marxista para denunciar "el último ejemplo museológico de la imaginación del capitalismo en su fase última".
Fue el filósofo Jean Baudrillard, a través de su librito L'effet Beaubourg, publicado el mismo año 1977, quien mejor supo evocar, con su prosa un tanto apocalíptica, lo que había de nuevo en el recién inaugurado artefacto cultural, "una máquina destinada a producir cultura y que produce masa, de manera que la masa, en vez de absorber la cultura, absorbe la máquina". Baudrillard describe el edificio como "una carcasa al servicio de flujos y conexiones superficiales", "articulado por la ideología de la visibilidad, de la transparencia, de la polivalencia, del consenso y el contacto", hasta convertirse en un "monumento de la disuasión cultural". Según el filósofo, el éxito de frecuentación del Beaubourg corresponde al reflejo inconsciente de las masas que, con su sola presencia multitudinaria, hacen imposible el contacto cultural auténtico, necesariamente individual, y se disponen a destruir "por implosión" el centro, a "acabar con la arquitectura y la cultura en el mejor happening del siglo".
Las previsiones catastrofistas de Baudrillard se materializaron hace ya cinco años, cuando hubo que cerrar el Beaubourg durante un año para reparar los daños causados por su éxito: estudiado para acoger 7.000 visitantes diarios, ha soportado una media de más de 20.000 durante 25 años. El desgaste fue enorme. Las reparaciones efectuadas han tendido a reducir el carácter cambiante de los espacios -menos muros interiores móviles- y a frenar el acceso: hay que pagar para poder subir hasta el final en las célebres escaleras mecánicas. En 2006, la media de visitantes se situó en 16.700 diarios.
Babelia
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