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Columna
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¿Quién sería responsable?

Rafael Argullol

Imaginemos -los dioses no lo quieran- que en 2013, tras aparecer fisuras en muchos edificios del Ensanche y en el propio templo, se cae una de las torres de la Sagrada Familia. Aunque algunos se alegrarían porque no es desde luego su edificio favorito, la conmoción sería superlativa y el escándalo alcanzaría dimensiones planetarias. Naturalmente se trata de que para entonces el AVE ya atraviese la ciudad y que, por tanto, se haya convertido en el principal sospechoso en el momento de calibrar cualquier daño arquitectónico en la zona.

Como la mayoría de ustedes, no tengo conocimientos técnicos adecuados para defender una u otra opción en el trazado del tren, y no voy a entrar en este asunto. Pero no necesito tales conocimientos para advertir de que cualquier opción es mala cuando existe un clima generalizado de sospecha. Y esta atmósfera ya se ha instalado pesadamente alrededor del deseado y maldito tren de modo que, por más que se esfuercen los expertos y los políticos en tranquilizar a los ciudadanos, siempre, al menor indicio, se levantará un dedo acusador.

La sospecha, una vez que ha tomado posesión de un paisaje, es difícil de erradicar. Supongamos que en 2013 cae una torre de la Sagrada Familia o, sin llegar a tanto, una raja descuartiza parte de la fachada ¿alguien podría creer que el suceso es ajeno al paso del AVE? Para ser justos quizá habría que pensar en otros factores. Sin embargo, dados los precedentes de alarma, ¿alguien pensará en otras circunstancias? Es improbable. Si no se hallara con precisión la causa me atrevo a apostar que todos los dedos acusadores, sin excepción, señalarían en la misma dirección. No hace falta que el funesto acontecimiento se produzca en 2013, o antes; puede producirse varias décadas después y el principal sospechoso sería el mismo. Por méritos propios.

Aunque estemos acostumbrados a cohabitar permanentemente con la chapuza cuesta recordar otro proyecto que haya supuesto una acumulación tal de indicios: la historia de la llegada del AVE a Barcelona debería enseñarse en el futuro en las universidades para ejemplificar cómo se mezclan todos los ingredientes necesarios para cocinar una sólida sospecha. La historia es insuperable de principio a fin, si es que realmente algún día podemos hablar de fin. ¿Recuerdan los indicios? Ya fue sospechoso que el Gobierno de Felipe González prefiriera la construcción del itinerario Madrid-Sevilla frente al de Madrid-Barcelona, que parecía más lógico si se atendía a la construcción de una red de comunicación europea. Y después, ¿no fue sospechoso el inacabable retraso en las obras? El Gobierno socialista no cumplió y luego tampoco cumplió el Gobierno del Partido Popular, que además dejó la cosa en manos de alguien que, como el ministro Álvarez Cascos, tenía de antemano la sospecha pintada en la cara. Un tren de alta velocidad no puede retrasarse impunemente tres lustros sin turbios motivos que, como es lógico, incrementan la sospecha.

Si pasamos del tiempo al método los augurios no pueden mejorar tampoco. Desde el principio la información que ha llegado a los ciudadanos ha sido confusa y desconcertante. Nadie ha sido capaz de explicar con claridad los argumentos que favorecían un trazado en detrimento de otro. Mientras se dilataba la espera iban filtrándose noticias que aseguraban lo que unos meses después se desmentía. Ahora iremos por el Litoral; ahora, por el corredor del Vallès, finalmente, nos da la gana de ir por el centro de la ciudad, por el Ensanche. Aquí construiremos una estación y allá, otra que, más tarde nos parece superflua. Por ahí trazaremos un bucle que nos lleve al aeropuerto y, si nos apetece, también un tirabuzón que nos traslade a la Zona Franca.

Atónito, el ciudadano ha podido observar cómo durante años especialistas y políticos patinaban alegremente sobre una pista de despropósitos que cada vez valía más millones de euros. ¿Alguien se ha tomado la molestia de cuantificar cuánto dinero se arrebatará al contribuyente a causa del increíble rosario de incompetencias?

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Junto con el de la sospecha el asunto de la responsabilidad no tiene menor interés, por más que estemos acostumbrados al ritual de esconder la cabeza bajo el ala. Si en 2013 cayera una torre de la Sagrada Familia -los dioses no lo quieran- o un grave daño afectara a las más de 1.000 viviendas que convivirán con el pájaro de mal agüero -los dioses tampoco lo quieran- y se confirmaran las sospechas, ¿quién sería el responsable?

En un país habituado al desvanecimiento de las responsabilidades lo más probable es que todo concluyera en un Fuenteovejuna invertido: nadie. Nadie sería responsable pues ¿cómo íbamos a hacer responsable al técnico que empezó y no acabó, o al que acabó pero no empezó, o al que fue destituido entre el empezar y el acabar, al que falleció de fatiga durante el prolongado proceso? Sería injusto culpar a alguien que era sólo un trabajador de la Administración.

Y en la Administración, entonces, ¿quién sería responsable? Nadie, igualmente, pues, la verdad, no íbamos a pedir responsabilidades a González por su desdén, o a Aznar por su tirria, o a Álvarez Cascos por su jeta, o a los sucesivos ministros de Fomento hasta 2013, que ya heredaron el muerto. Por otro lado, ¿haríamos responsables a Pujol y a Maragall, a Montilla y a Nadal, o al pobre Clos, de un desaguisado en el que nada tienen que ver y que únicamente reivindicarían si fuera un éxito, y no un desaguisado? Nadie, nadie sería responsable. Recemos.

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