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Reportaje:

Cuando el frío arrecia

Las capitales vascas ofrecen medio millar de plazas para que las personas sin hogar puedan dormir bajo techo en invierno

"Si ya las noches de por sí afectan mucho a las personas sin hogar durante todo el año, en invierno aún más", ya que son personas con "los cuerpos muy castigados", comenta José Antonio Lizarralde, coordinador del programa diseñado por Cáritas de Guipúzcoa para quienes carecen de casa.

Lizarralde, a quien todo el mundo conoce como Pottoko, constata esta realidad sentado en una iglesia del barrio donostiarra de Intxaurrondo, que el pasado año se reconvirtió en la sala de invierno Hotzaldi, un lugar gestionado por Cáritas donde pueden dormir personas sin hogar entre los meses de noviembre y marzo. Cuenta con 40 plazas, que estos días, en los que el mercurio ha descendido bruscamente en los termómetros, ha colgado el cartel de completo, como la mayoría de los recursos sociales que ofrecen las tres capitales vascas cuando el frío arrecia.

En San Sebastián, a Hotzaldi se suman Aterpe, con 16 plazas y también dependiente de Cáritas, y dos establecimientos municipales: el Centro de Acogida y el Local del Frío, con 40 camas cada uno.

El Ayuntamiento de Bilbao cuenta con el Albergue de Elejabarri, con capacidad para 99 personas, y el centro de Mazarredo, donde existe un albergue de baja exigencia (32 plazas) y un albergue invernal con 50 plazas, a las que pueden añadirse otras tantas cuando Protección Civil declara la existencia de una ola de frío. Ya de gestión privada existen otros tres centros: Hontza (14 plazas), Marzana (12) y Lagun-Artean (30).

En Vitoria se pueden habilitar hasta 135 plazas entre camas, sillones y colchonetas, repartidas entre el Centro Municipal de Acogida, la Casa Abierta y el Centro de Noche Aterpe.

Los responsables municipales de Bienestar Social de Bilbao y San Sebastián, Jon Sustatxa (EB) y Susana García Chueca (PSE), coinciden en señalar que los recursos de sus ciudades se suelen saturar por las bajas temperaturas, pero también porque los ayuntamientos de otras localidades de más de 20.000 habitantes no cuentan con centros propios, pese a que la ley, según sostienen, les obliga a ello. La normativa, algo ambigua, señala que han de ofrecer servicios de acogimiento para casos de urgencia. Municipios como Irún o Getxo recurren a pensiones, una solución que García Chueca cree insuficiente.

El caso es que cada uno de los centros existentes -algunos en realidad están abiertos todo el año- se rige por unas normas más o menos estrictas. Ho-tzaldi se ofrece a abrir sus puertas y detallar su funcionamiento. "Nuestros objetivos son minimizar los estragos del frío y dar acompañamiento", subraya Pottoko. El centro está abierto de las 21.00 a las 9.00 y a él llegan personas derivadas de una serie de instituciones sociales. "Es una forma de evitar que entre el más fuerte y no el que más lo necesita", explica su responsable, Jon Sardón.

La mayoría de quienes pernoctan en Hotzaldi son hombres, con una media de edad de 35 años, y responden a dos perfiles: inmigrantes que han llegado a la ciudad con el deseo de encontrar un empleo, integrarse y mejorar su nivel de vida, y personas sin hogar que han roto con "su red de iguales".

Un grupo de 65 voluntarios rota para atender a estas personas, a las que ofrecen un caldo y calor humano. "Saber acercarse y escuchar a estas personas supone una interpelación a todos nosotros, al estilo de vida que llevamos y al tipo de sistema que estamos generando. Todos somos un poco responsables", comentan Pottoko y Sardón. "Cualquiera puede llegar a estar en la calle. Nos encontramos con gente que tiene título universitario", advierte Pottoko. "Se ha dado el caso de coincidir un voluntario y un usuario que trabajaron en la misma empresa", añade su compañero.

¿Y cuando acabe marzo? "No sé, no sé..."

D. Mohammed nació hace 25 años en Orán (Argelia) en el seno de una familia pobre. Pese a ello, el joven, que tiene otros cinco hermanos, cursó Bachillerato y dos años de gestión comercial en la Universidad de Es-Senia. Pudo pagar estos estudios con el dinero que ganaba vendiendo libros en la zona comercial de la ciudad.

En su cabeza siempre está la idea de "mejorar y ayudar a su familia", así que se presentó a un examen de francés para continuar estudiando en Francia. No lo aprobó. Muchos amigos le habían hablado ya de España como destino.

En mayo del pasado año cruzó el Estrecho en una patera junto a una docena de jóvenes más. "Mucho riesgo, mucho riesgo", dice en un español todavía precario. Tras pasar por varias ciudades que no respondieron a sus expectativas, recaló en San Sebastián. "Me habían dicho que en el País Vasco podían ayudarme. Quería estudiar, formarme".

Pasó las primeras noches repartidas entre los albergues de San Sebastián y Tolosa. Luego le tocó pasar frío en la calle. Después vino una casa vieja "sin luz ni nada". "Había gente buena, gente mala... Yo he venido aquí para mejorar", reitera.

En noviembre, a través del servicio vasco de empleo Lanbide, inició un curso de soldadura y calderería en Tolosa tras el que podrá hacer prácticas. También empezó a pernoctar en Ho-tzaldi. Está muy agradecido a Cáritas por el apoyo que le presta, pero reivindica a los políticos otro tipo de ayuda. Se resiste a que le den de comer y un sitio donde dormir. Insiste una y otra vez en que es un chico joven y activo dispuesto a trabajar, que quiere valerse por sí mismo. Como apunta el dicho, quiere la caña y no el pescado.

Pero se ve atrapado en el laberinto de muchos: sin papeles no hay trabajo y sin trabajo no hay papeles. Y, en consecuencia, la ayuda que ahora recibe la percibe en ocasiones como "una gran cárcel", donde se come a tal hora y se entra a dormir a tal otra. "Después de este curso, ¿qué voy a hacer, otro y luego otro? ¿Cuándo voy a empezar a trabajar?", se lamenta. ¿Y qué hará cuando acabe marzo y no pueda dormir en Hotzaldi? "No sé, no sé...", responde con la mirada triste.

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