Todos los muertos de ETA
El libro del periodista José María Calleja y del profesor Ignacio Sánchez-Cuenca pasa revista a las 832 personas asesinadas por los etarras antes del pasado 30 de diciembre.
LA DERROTA DE ETA. De la primera a la última víctima
José María Calleja e Ignacio Sánchez-Cuenca
Adhara. Madrid, 2006
302 páginas. 19 euros
El 30 diciembre de 2006, un atentado en el aparcamiento de la T-4 del aeropuerto de Barajas añadió dos nuevas víctimas mortales a las 832 meticulosamente censadas en La derrota de ETA, el libro que José María Calleja e Ignacio Sánchez-Cuenca habían publicado pocas semanas antes. El que las víctimas del 30-D fueran dos inmigrantes ecuatorianos -Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio- revela mucho acerca de los profundos cambios ocurridos en España en las últimas décadas; cambios que han convertido un país cerrado, centralista y represivo en uno de los más abiertos, plurales y democráticos del mundo. El que ETA colocara el coche bomba de la T-4 corrobora, por otra parte, que no se ha enterado de eso ni de muchas otras cosas.
Amén de criminales, los etarras son unos auténticos zopencos, como bien observó Maruja Torres en este periódico tras el 30-D. Hay que ser bruto para pensar que la explosión de un coche bomba en el aparcamiento de un gran aeropuerto el día de la salida de las vacaciones de Año Nuevo no va a producir muertos y heridos. Hay que tener un sentido del humor muy mostrenco para afirmar que un atentado semejante no supone la ruptura del alto el fuego. Y hay que ser mentecato para desperdiciar con una acción tan brutal la que quizá era la última oportunidad de ETA de arrancar dos o tres concesiones administrativas a cambio de su extinción.
Hasta el penúltimo día de 2006, ETA había matado a 832 personas, según los cálculos de Calleja y Sánchez-Cuenca. La gran mayoría (el 93%) hombres, y más de la mitad (58%) guardias civiles, policías y militares. El País Vasco (con el 67,5% de las muertes), Madrid (14,5%) y Cataluña (6,5%) habían sido los escenarios favoritos del terrorismo etarra. Desde ese día terrible, cabe añadir que los inmigrantes que viven y trabajan en España, y que contribuyen a su pluralidad y su prosperidad, se han sumado a la cosecha sangrienta de la banda.
Jose María Calleja es un periodista independiente, valeroso y apasionado. Fue de los primeros, si no el primero, en hablar en los medios de comunicación de las víctimas de ETA, en darles nombres y apellidos, en contar sus historias personales, y por eso ganó en 2005 el Premio Miguel Ángel Blanco. No obstante, cuando Calleja, con la misma independencia, el mismo valor y la misma pasión, se situó entre los millones de españoles que le concedieron a Zapatero el derecho a intentar conseguir un final incruento de ETA, la derecha y la ultraderecha españolas le crucificaron. Esa gente, ya se sabe, no quiere espíritus libres, sólo militantes incondicionales.
Por su parte, Ignacio Sánchez-Cuenca es un profesor universitario con gran sentido común, una visión de largo alcance y un escrupuloso espíritu investigador, cualidades que quizá haya fortalecido su paso por la Universidad de Yale. De su colaboración con Calleja nació La derrota de ETA, un estudio exhaustivo sobre las víctimas del terrorismo independentista vasco.
Ese libro, en el que en muchas ocasiones se reconoce el vigor narrativo de Calleja y siempre el rigor académico de Sánchez-Cuenca, rescata del olvido las historias de decenas de víctimas de ETA que no tuvieron protagonismo ni en el momento de sus muertes, lo que es lamentablemente frecuente en el caso de miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. "La democracia española", escriben con acierto los autores, "nunca agradecerá lo bastante a la Guardia Civil y a la Policía su enorme contribución a la derrota de ETA y a la consolidación del régimen de libertades".
La solidaridad con las víctimas del terrorismo etarra debe comenzar por "la reconstrucción de la verdad histórica", señalan Calleja y Sánchez-Cuenca. Así que, en la primera parte de su libro, rememoran muchos atentados de ETA y analizan los perfiles de sus víctimas en función de las distintas campañas de esa organización criminal. La segunda parte del libro consiste en un listado de más de cien páginas con todas y cada una de las personas asesinadas por ETA. La elaboración de ese listado, señalan los autores, les ha resultado muy laboriosa por la existencia de fuentes múltiples y dispersas.
Tras ensangrentar los años setenta y ochenta del pasado siglo, ETA comenzó su declive con la detención de su cúpula dirigente en Bidart (Francia) en 1992, según Calleja y Sánchez-Cuenca. En los años siguientes, a la creciente eficacia policial y judicial de la democracia española -propiciada, entre otras cosas, por la mayor colaboración de Francia- se unió la incesante erosión del apoyo político y social a la banda en Euskadi, el resto de España y la comunidad internacional. Habiendo nacido el siglo XXI bajo el estigma de los atentados yihadistas del 11-S en Estados Unidos y el 11-M en España, ETA se encontró en un callejón con una sola salida, la que ya había adoptado el IRA: enterrar para siempre jamás las pistolas y los explosivos.
"Este libro", informan Calleja y Sánchez-Cuenca en su Introducción, "se empezó a pensar cuando ETA asesinaba, se escribió bajo sus amenazas y sale a la calle después de que la banda terrorista haya decretado un alto el fuego permanente". Nosotros lo leemos cuando ETA acaba de romper sus nueve meses de alto el fuego de un modo tan bestial y avieso como necio e infructuoso. El 30-D, sin embargo, no aporta ningún motivo para cambiar el análisis realizado por los autores: ETA ha sido derrotada política e ideológicamente -aunque aún pueda matar y disponga de un residual apoyo en Euskadi- y lo que cabe hacer es culminar la victoria de los demócratas.
"Se trata", escriben los autores, "de poner en pie un discurso ganador, que haga de la derrota de los violentos un patrimonio de todos los demócratas. Se trata de que se perciba como una victoria de la democracia el que los violentos renuncien al terrorismo y se dediquen a hacer política en igualdad de condiciones con sus adversarios, sin la ventaja añadida de la muerte".
Pero el 15 de enero de 2007, un hombre de modales zafios, discurso sectario y posiciones ultraderechistas abortó en el Congreso de los Diputados una buena oportunidad para comenzar a construir en la sede misma de la soberanía nacional ese discurso ganador de todos los demócratas; de todos ellos, no sólo de ese tercio de los españoles que vota a su partido. Su frase: "Si usted no cumple, le pondrán bombas; y si no hay bombas es porque ha cedido" pasará a la historia española de la infamia.
Entretanto, el duelo de las víctimas de ETA ha cruzado el Atlántico y ha llegado a Ecuador, creando un nuevo lazo de fraternidad entre España y América Latina. Ahora también nos une el dolor causado por esos bárbaros.
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