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Cumbres para la integración

La XVI Cumbre Iberoamericana tuvo lugar en Montevideo entre el 3 y el 5 de noviembre pasado. Los días 29 y 30 del mismo mes se realizó en Abuja, Nigeria, la Cumbre Gubernamental África-Suramérica. Una semana después, la ciudad boliviana de Cochabamba fue sede de la II Cumbre de la Comunidad Suramericana de Naciones.La Cumbre del Mercosur, prevista para mediados de diciembre en Brasilia fue postergada para el 18 de enero y trasladada a Río de Janeiro.

Más allá de las características específicas de cada una de ellas, la realización de cuatro reuniones de jefes de Estado y de Gobierno en un lapso de 76 días es un dato relevante que, paradójicamente, puede correr el riesgo de convertirse en lo contrario.

En efecto, estos encuentros denotan que quienes ejercemos responsabilidades de gobierno tenemos la saludable intención de encarar coordinadamente objetivos compartidos por nuestros respectivos pueblos y gobiernos. Ello es auspicioso por cuanto nunca antes tal predisposición fue tan extendida ni hubo tantos recursos y posibilidades para hacer realidad ciertas utopías que no son otra cosa que derechos de la gente.

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Pero las intenciones, por sinceras y auspiciosas que sean, si no se concretan se diluyen generando más frustraciones a una historia que -como es la de la integración suramericana- ya ha acumulado varias.

Las resoluciones y declaraciones de las cumbres anuales de las Comunidades Iberoamericana y Suramericana o semestrales del Mercosur, siendo importantes, no son suficientes. Expresan aspiraciones, acuerdos y compromisos, pero por sí solas no resuelven las materias pendientes ni garantizan el logro de los objetivos planteados.

Tanto la Comunidad Iberoamericana, la Suramericana y el Mercosur, como los distintos niveles de relacionamiento e interacción entre bloques regionales, son construcciones que requieren valores y principios, por cierto; pero también un proyecto de largo plazo, objetivos realizables, acciones consecuentes y resultados concretos, que es lo que la gente exige y espera porque necesita y merece vivir mejor.

Es evidente, y los gobernantes lo vivimos a diario, que no hay integración fácil ni inmediata. Pero tener conciencia de la complejidad de este proceso no puede ser excusa para renunciar al mismo y resignarse a que todo siga como antes.

No se puede y nadie aspira a cambiar la ubicación de nuestros países, ni su extensión, ni su geografía, ni su identidad como naciones. Pero las asimetrías y diferencias no justifican la desigualdad. Menos aún cuando más allá de ellas tenemos tanto en común.

En lo que a Suramérica refiere, integrarnos supone en el largo plazo un proyecto regional que aún requiere mayor definición. No se trata de exigir los "planos del paraíso", pero tampoco de arriesgarse a navegar sin rumbo cierto. Integrarnos supone una estrategia que hoy, como lógica consecuencia de la falta de un proyecto definido, también es insuficiente.

Sin perjuicio de delinear un proyecto estratégico de largo plazo que nos involucre a todos, como el presente es futuro que ya llegó, integrarnos supone también políticas concretas para corregir las asimetrías existentes. Para ello se requiere antes que buscar nuevos acuerdos, cumplir lo ya acordado, que no es poco. Escapar del pasado no es una buena fórmula para construir el futuro desde el presente.

Integrarnos supone asumir también la imperiosa necesidad de sistematizar, hacer más ágiles y eficientes el archipiélago de estructuras, reuniones y resoluciones que dan cuenta tanto de nuestra vocación regional como de la proyección de la misma en el contexto mundial.

Para que el futuro nos encuentre unidos no es imprescindible esperarlo reunidos. Lo imprescindible es construirlo entre todos y todos los días; sin que nadie renuncie a ser lo que es pero reconociendo en el otro a un semejante; sin crear problemas innecesarios pero sin ser indiferente a los que existen (que por algo existen...); con convicción, firmeza y urgencia, que no es lo mismo que voluntarismo, rigidez y apuro; con voluntad política, compromiso democrático y sentido ciudadano. Seremos una región integrada cuando actuemos y nos reconozcan como tal. Y seremos la región que seamos capaces de construir.

El compromiso de Uruguay respecto a esa tarea está fuera de discusión. Somos un país territorial y demográficamente pequeño, pero de convicciones firmes y acciones en consecuencia. Somos conscientes de nuestras fortalezas y limitaciones; y no nos asignamos el destino manifiesto de ser modelo mundial o líder regional. Somos parte insoslayable de una región inexcusable con cuya construcción estamos consustanciados como nación.

Reconocemos la importancia de amojonar los procesos de integración con reuniones cumbres. Pero una cosa son las cumbres así entendidas y otra la sucesión de estos encuentros concebidos como rutina protocolar.

Continuaremos apoyando las reuniones cumbres en lo que ellas tienen de instancias de diálogo franco y productivo y de decisión en un proceso que es sustancialmente político y requiere acuerdos sostenibles.

Sobre las cumbres como rutina protocolar, desde mi breve y modesta experiencia, me permito expresar honda preocupación. Dado que la misma es compartida con otros jefes de Estado y de Gobierno, confío en que entre todos podamos disiparla.

Es lo que corresponde.

Tabaré Vázquez es presidente de la República Oriental del Uruguay.

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