Angela I de Europa y II de Alemaniaa
La canciller alemana gana peso internacional mientras sufre dificultades internas
La noche del 19 de septiembre de 2005, en el programa de televisión que siguió a la publicación de los resultados electorales en Alemania, el entonces canciller federal, el socialdemócrata Gerhard Schröder, se abalanzó verbalmente sobre la candidata democristiana Angela Merkel, quien, hundida en un sillón y con el rostro traspuesto, luchaba por digerir su amarga victoria. Cuando todos esperaban un resultado por encima del 40%, la democracia cristiana (CDU-CSU) se vino abajo hasta un pobre 35,2%, sólo un 1% por encima de los socialdemócratas. El excelente final de campaña del mediático canciller Schröder y las meteduras de pata y la falta de carisma de Merkel llevaron casi a un empate entre los dos grandes partidos.
En medio de líderes tambaleantes, ella parece capaz de desatascar el proyecto europeo
Merkel aplica el pragmatismo en sus relaciones con Putin y dialoga de forma fluida con Bush
La neoliberal ha sufrido una transformación que algunos califican de socialdemócrata
Schröder, con lenguaje corporal de gran macho, agredió verbalmente a Merkel: "Vamos a ser serios. Ni se le ocurra pensar que mi partido va a formar coalición con usted". La cara de Merkel marcó un rictus todavía más acusado y se hundió más en el sillón.
Semanas después, la CDU-CSU de Merkel y el SPD, que ya no era de Schröder, acordaron formar un Gobierno de gran coalición. Merkel se convertía en la primera mujer jefa de Gobierno de la historia de Alemania. Schröder, presa de una insólita voracidad pecuniaria, pasaba a ser empleado de Putin en la empresa Gazprom, de la banca Rothschild y de un editor suizo de prensa amarilla.
El ataque de Schröder provocó en los alemanes un efecto de compasión con Angela Merkel, que vio aumentada su popularidad. La democracia cristiana (CDU-CSU), que coqueteaba con la idea de librarse de la candidata fracasada en las elecciones, se vio obligada a cerrar filas por solidaridad con la futura canciller. El SPD tuvo que aceptar al frente del Gobierno a la mujer a la que se habían hartado de presentar como una total incompetente.
Desde aquella noche ha corrido mucha agua por el Rin. La economía alemana se ha recuperado. Todavía está lejos de ser la locomotora que durante muchos años tiró de Europa, pero los parados, que con Schröder llegaron a cinco millones, han bajado a cuatro; la economía creció más que en los seis años precedentes, un 2,5% del producto interior bruto (PIB); las exportaciones, un 12,4%; el consumo privado se ha incrementado en un 0,6%. Y, por primera vez en cinco años, Alemania cumplirá con el criterio del déficit exigido por la Unión Europea con sólo un increíble 2% del PIB.
Estas cifras permiten a Merkel pisar firme en Europa cuando acaba de asumir la presidencia semestral del Consejo Europeo y afrontar con seguridad el liderazgo de los países más ricos de la Tierra, el G-8, que se reunirá en junio en Alemania. Adicionalmente, el nuevo presidente del Parlamento Europeo, Hans-Gert Poettering, es un correligionario de Merkel.
En una Europa cuyos líderes se desmoronan o tambalean ante los inminentes finales de mandato, o se encuentran sumidos en el desprestigio, Merkel emerge como la única dirigente capaz de intentar llevar adelante el empantanado proyecto de Constitución; de negociar con el presidente ruso, Vladímir Putin, acuerdos sobre energía, y de mantener un diálogo transatlántico con un George W. Bush que ha mostrado repetidas veces su debilidad por esta mujer crecida bajo un régimen comunista, cosa que ha impresionado sobremanera al presidente de Estados Unidos.
Desde un primer momento sorprendió a todos la soltura con que Merkel se movía sobre los escenarios de la política internacional. Más de uno cree que le ayudó su condición femenina, que despierta en los grandes machos de la política un cierto sentimiento de protección. Merkel se sentía tan a gusto que parecía que la política doméstica no le interesara. Peter Struck, jefe del Grupo Parlamentario Socialdemócrata, rezongaba: "Ya va siendo hora de que la canciller salga de la alfombra roja y se ocupe del trabajo sucio". Merkel ha conseguido que Bush no le pase factura por mantenerse firme en la negativa de enviar tropas alemanas a Irak. Incluso, en la última visita, Bush se mostró receptivo en el tema de rebajar las emisiones de gases y declaró en presencia de Merkel que sería conveniente reducir el consumo de petróleo para no depender tanto de gobernantes enemigos de Estados Unidos.
Con el presidente ruso, el tipo de relación ha cambiado respecto a la que mantuvieron el padre político de Merkel, Helmut Kohl, con Borís Yeltsin, o Schröder con Putin. Se acabaron los compadreos de Kohl y Yeltsin, amigos de sauna, o de Schröder, que tuvo la desvergüenza de declarar repetidas veces: "Putin es un demócrata sin mácula". Putin y Merkel tienen un punto de pasado en común. Cuando cayó el muro de Berlín, los dos residían en la difunta República Democrática Alemana, aunque en bandos diferentes. Merkel investigaba en la Academia de las Ciencias de Berlín y se movía en círculos de la oposición a la dictadura comunista. Putin era teniente coronel de los servicios secretos soviéticos, el KGB, en Dresde. Por eso resulta difícil que Merkel resulte seducida, como Schröder, por Putin, al que sin duda no considera un demócrata inmaculado. No obstante, como buena pragmática, Merkel es del todo consciente de la dependencia alemana y europea de los suministros de gas y petróleo rusos. Por eso Merkel habla de una alianza estratégica con una Rusia interesada en las inversiones y el comercio con Alemania. Esto no impide que la canciller plantee, como ya lo hizo en varias ocasiones, casos de atropellos a los derechos humanos o el crimen de la periodista Anna Politkovskaia.
Los éxitos de Merkel y su prestigio en política internacional no han tenido un correlato dentro de Alemania. Sus índices de popularidad se asemejan a una montaña rusa: en ocasiones, por las nubes, y poco después, por los suelos, o viceversa. El Gobierno de gran coalición ha significado una transformación política de Merkel. La que iba camino de convertirse en la versión alemana de Margaret Thatcher, que pensaba aplicar a la economía una cura neoliberal de caballo, se ha transformado en una Merkel a la que algunos califican de socialdemócrata.
Merkel aprendió la lección de su amarga victoria electoral. Un factor decisivo de aquel fracaso fue haber sobrevalorado la capacidad de los alemanes para soportar reformas que implicaban fuertes recortes a los beneficios del Estado del bienestar. El congreso de la CDU en Leipzig en el año 2003 fue un triunfo para Merkel, que liquidó todo lo que quedaba de componente social en la democracia cristiana y orientó el partido hacia un neoliberalismo puro y duro. Con ese programa, Merkel se dio el batacazo en las elecciones de 2005. La esperada victoria arrolladora se consiguió por los pelos.
Merkel sacó las conclusiones. La alianza con los socialdemócratas en el Gobierno de gran coalición la obligó a enterrar los sueños de reformas duras y a poner cataplasmas a problemas estructurales tan graves como el futuro de las pensiones como consecuencia de la baja natalidad y del envejecimiento de la población. Esto ha quedado aplazado sin fecha.
La gran coalición ha conseguido una reforma discreta del federalismo alemán, que se había convertido con el paso de los años en una rémora para las tareas de gobierno. Además, el 1 de enero entró en vigor la subida del IVA del 16% al 19% sin que por ahora se haya producido la temida recesión en el consumo o la caída de las expectativas de crecimiento económico. La edad de jubilación se aumentó de forma progresiva de 65 a 67 años. La reforma de la sanidad, la madre de todas las reformas, da tumbos y pone de manifiesto que Merkel tiene que combatir no sólo contra el socio de coalición socialdemócrata, sino contra los francotiradores del propio partido que la atacan por la espalda.
La CDU ha otorgado su confianza a una Merkel que gobierna sin aspavientos ni carisma. Tal vez en esa falta de brillantez resida el secreto de su éxito, en la fuerza tranquila que podría sacar a Alemania de la crisis de años precedentes.
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