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Columna
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Desnudos

Un desnudo ha provocado la unidad inmediata entre partidos irreconciliables hasta en lo que podrían estar inexcusablemente de acuerdo. Hablo del caso de Lepe, crónica de sociedad rosa, donde la concejal y teniente de alcalde de Economía, del PP, se ha presentado desnuda en las páginas de una revista local. Inmediatamente recibió el apoyo de la oposición socialista, que parece haber aplicado el principio leninista: "Hablemos de lo que nos une, no de lo que nos separa".

Este desnudo fotográfico es una cuestión personal, ha aclarado la concejal: no tiene nada que ver con su carrera política. Participa en un premio de belleza en Lepe, 500 euros para los más bellos del pueblo, hombre y mujer. Pero quizá la concejal haya tomado su decisión como paso para dignificar el oficio de político de Ayuntamiento: algunos están limpios, sin nada que ocultar. Otras carreras políticas se han hecho con desnudo. Un político catalán, de un minúsculo partido recién fundado, el de los Ciudadanos, se retrató desnudo para los carteles de la campaña electoral autonómica, aunque se cubría, quiero recordar, con un casco de motorista, signo de dinamismo y masculinidad. Ganó tres escaños, cuando todas las encuestas lo condenaban al cero extraparlamentario.

Sobre el desnudo de Lepe han tenido que pronunciarse los protagonistas políticos de la provincia. En el teletexto de Canal Sur leí el entusiasmo del alcalde de Huelva, correligionario de la concejal, en quien ve una muestra más de las excelentes peculiaridades de Lepe. Un desnudo sigue siendo inmediato motivo de juicio: ¿es moralmente aceptable? La peluquera de un pueblo de Pontevedra, famosa por su detención en México por un presunto tráfico de armas absurdo, se ha quitado la ropa para una revista nacional, y el pueblo ha sido interrogado, según la crónica de Primitivo Carbajo en este periódico. Las mujeres de allí aplauden a la peluquera: es estupendo posar desnuda "para pagar deudas", dicen, una valoración de singular maldad.

Los hombres se declaran indiferentes ante el asunto ("aquí eso no le importa a nadie"), y añaden una nota no menos maliciosa que el aplauso de las mujeres: las fotos tienen truco. No he visto las fotos de la peluquera. No he visto las fotos de la concejal de Lepe. Pero los desnudos de revista ilustrada suelen ofrecer cuerpos homogéneos y lisos, fabricados en serie en una especie de material plástico lacado y resplandeciente: trabajo de fotógrafo, montaje de laboratorio, barbies bisturizadas. Así como los crucificados de los cuadros barrocos aparecían cubiertos por sus heridas y sus llagas, nuestros desnudos comerciales, publicitarios, están vestidos por una capa de perfección quirúrgica o artística.

Son hombres y mujeres muy depilados, limpiados de toda mácula que diga que somos humanos y sentimos vergüenza de serlo y estropearnos y envejecer. No sé si la concejal desnuda se presenta al concurso para invitar a sus conciudadanos a desvestirse también y exhibirse sin la protección de la ropa. Hubo una película, Full Monty, que trataba de unos parados intrépidos que se quedaban en cueros, tal como somos, pliegues de carne y grasa, y arrugas, vulnerables, indefensos, mortales, irrepetibles, bailando y cantando con alegría contagiosa. Me gustaría que esta fuera la línea de la revista de Lepe: una feliz invitación a lo real. Quienes crean que los cuerpos son como un desnudo de anuncio acabarán padeciendo el síndrome Ruskin, así llamado por el crítico de arte inglés John Ruskin, según lo cuenta Arthur C. Danto. "Sus gustos estéticos lo llevaron a entrar en contacto con los desnudos dorados de Tiziano... pero sus gustos sexuales no lo pusieron en contacto con los cuerpos desnudos de las mujeres reales". Se casó Ruskin en 1848, a sus 38 años, con Effie Gray, una belleza, y no llegó a consumar su matrimonio en siete años más. No pudo: su mujer le pareció monstruosa. Para explicar el caso, Danto recoge un chisme de la época: no había vello púbico en los cuadros de Tiziano.

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