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Reportaje:

El pueblo como hace un siglo

El Museo Etnográfico de Artziniega, creado por vecinos, preserva la memoria de la localidad

El Museo Etnográfico de Artziniega guarda en su interior el pasado de este municipio alavés desde finales del siglo XIX hasta el estallido de la Guerra Civil española. Conserva desde el centenario salón de plenos con el despacho del alcalde, hasta la reproducción de su antigua farmacia, un aula escolar o una de sus tiendas, entre otros espacios que rescatan la imagen que el municipio tuvo hace un siglo.

Un grupo de personas del pueblo hace dos décadas en que sus convecinos, al reformar sus casas y modernizar sus talleres, estaban sepultando su propia memoria. Para preservarla, fueron reuniendo objetos antiguos con los que, en 1984, abrieron sin apoyo institucional esta colección en las antiguas caballerizas rehabilitadas del Santuario de la Encina de Artziniega. Ya en 2004 la trasladaron al antiguo colegio de Nuestra Señora de la Encina, donde la superficie de exposición quedó ampliada a 1.700 metros cuadrados. El museo, de cuyo mantenimiento se encarga ahora el Ayuntamiento, recibe cada año unas 10.000 visitas.

Las piezas expuestas ocupan una superficie de 1.700 metros y el museo recibió 10.000 visitantes el año pasado

La mayoría de los ciudadanos originarios de este municipio de 1.300 habitantes colaboró con la cesión o donación de alguno de los cientos de piezas expuestas. "La gente echaba al fuego sus antiguos muebles o los vendía por dos duros a los anticuarios. Nosotros pretendíamos que nos los trajeran para el museo si no sabían qué hacer con ellos, pero también que repararan en su importancia", recuerda Pilar Yarritu, miembro desde su fundación de la Asociación Etnográfica Artea, agrupación vecinal que creó el museo y que ahora lo gestiona.

Aunque las exposiciones se centran en el entorno rural y urbano de Artziniega y de los municipios situados en un radio de quince kilómetros, hablan también del modo de vida que fue característico en la mayor parte del país. "Al museo viene gente mayor de Madrid, Galicia y otras comunidades y, por los comentarios que hacen cuando recorren las salas, te das cuenta de que les resulta familiar lo que ven, aunque utilizan otros nombres para denominar los objetos", afirma Ainhoa Astarloa, una de las guías.

El piso superior del museo recrea el entorno urbano. La reproducción de una de las viviendas de Josefa Bringas, vecina de Artziniega fallecida hace un lustro, da fe del abismo que existió entre las comodidades al alcance de las gentes de clase media alta y de quienes residían en los caseríos. La mesa del salón está preparada para servir el té con cubertería de plata y tazas de porcelana, en un hogar animado por la música de un piano y una gramola. Sorprende que el despacho del alcalde, que fue renovado con el traslado del antiguo Ayuntamiento al actual edificio consistorial, estuviera presidido por un imponente armario de madera que guardaba los documentos municipales bajo tres llaves, en poder del primer edil, el alguacil y el juez de paz. La barbería recrea una de las tantas que fueron habilitadas en casas particulares y las estanterías de la tienda de ultramarinos almacenan los productos que llenaron las despensas de la época: desde el áspero papel higiénico de la marca Elefante, hasta los arenques secos o el aceite dispensado con un medidor.

El antiguo boticario del pueblo, Antonio Fernández, explica que en las estanterías de la rebotica de la farmacia de 1915, cuyo mobiliario ha sido trasladado al museo, se guardan los ingredientes, caducados hace tiempo, con los que se preparaban linimentos, inhalaciones y otras recetas. Junto al mostrador del establecimiento se anuncia en letras doradas la "cura Lister", un remedio que el primer dueño del establecimiento convirtió en su sello más representativo, pero cuya composición y utilidad ahora se desconocen. En los pupitres inclinados de la reproducción de un aula del Colegio de Nuestra Señora de la Encina, María Luisa Villanueva reconoce uno de los trabajos escolares que hace medio siglo elaboró a plumilla y decoró con portadas de pergamino. Ex alumna de este centro levantado en 1893, Maria Luisa fue profesora en el mismo hasta 1992 y asegura que los cuadernillos escolares están hechos con una minuciosidad que hoy se revela como asombrosa. "Entonces no teníamos televisión y, cuando llovía, por las tardes, después del colegio, las niñas nos quedábamos en clase haciendo los trabajos", relata.

El museo reúne también los juguetes típicos de la época, el atuendo y los instrumentos de la banda de música municipal. Los deportes y objetos religiosos como cálices, incensarios o misales están también presentes, así como diferentes documentos sobre la historia local.

La planta baja está dedicada a los viejos oficios, el caserío y el trabajo en el campo. Aunque ya jubilado, el alpargatero local Toñín Luengas acude con regularidad al taller que tiene en el museo para mostrar la técnica artesanal con la que durante décadas fabricó zapatillas de esparto a pesar de su ceguera. Se muestran también utensilios utilizados por otros oficios, como los de carpintero, herrero, cantero o albañil, entre otras. En este espacio se reproduce la cocina de chimenea de un caserío, junto a los útiles para la elaboración tradicional de la sidra, el txakoli, la miel y los productos derivados de la matanza del cerdo. Además, se exhiben antiguos aperos de labranza y carretas y en una cuadra acondicionada en un patio acristalado se crían gallinas y conejos. Los fondos continúan ampliándose con aportaciones de particulares, como un gorrito de bebé bordado a mano de hace cien años que ha sido donado recientemente.

El museo abre de martes a sábado, de 11.00 a 14.00 y de 16.30 a 19.30; y los domingos y festivos, de 11.00 a 14.00. La entrada de adultos cuesta 4 euros.

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