Osakidetza, la tierra prometida
La multitudinaria oposición de Osakidetza muestra, según la autora, que disponer de un trabajo de por vida es para muchos una prioridad.
El testimonio gráfico recogido por los medios locales sobre la asistencia masiva a las oposiciones convocadas en diciembre por Osakidetza, coincidiendo con el penúltimo éxodo del año, provocó desplazamientos masivos que colapsaron el transporte público y las vías que conducían al BEC de Barakaldo. Los viajeros no se movían en busca de descanso o de ocio lúdico, sino al encuentro esperanzado de una posibilidad. De una posibilidad incierta, como toda lotería navideña, pero con sustancioso premio gordo, de por vida. Los traslados no obedecían a la búsqueda de un esparcimiento merecido, sino al momento decisivo de plasmar, negro sobre blanco, los conocimientos adquiridos tras meses de estudio, incertidumbre y sacrificio personal.
No se persigue sólo un un trabajo que cubra las necesidades, sino que, además, garantice su continuidad
La maldición bíblica de la condena al trabajo se ha trocado bendición laica en la sociedad postmoderna
El empleo público siempre ha sido apreciado, pero nunca como ahora ha conseguido los niveles de seducción y erótica de la seguridad que anima a la ciudadanía a estas competiciones masivas. ¿Qué es lo que hace tan estimulante este tipo de empleos perseguidos con empeño? ¿Qué prometen, más allá del salario necesario, para que su fascinación se haya propagado, para que su atractivo se haga irresistible a todas las capas sociales? Es curioso que, cuando en las últimas generaciones se ha propiciado, favorecido y valorado el cambio permanente como indicio de iniciativa y experiencia profesional, los ciudadanos acudan crecientemente a cada nueva convocatoria administrativa, sacrificando incluso prometedores días de descanso.
¿No será la inseguridad propiciada por la flexibilidad laboral, la multiplicación de contratos miserables, los ambiguos de fin de obra, los salarios reducidos, los horarios imposibles, la razón última de esta querencia irresistible hacia la Administración? Un apunte superficial del entorno sociológico pone de relieve la fragilidad sobre la que descansa la vida laboral, psicológica y material de miles de familias.
Parafraseando a Zygmunt Bauman, el trabajo, como el amor, se han hecho tan líquidos que no es fácil retenerlos entre manos. El esfuerzo individual ha de aplicarse a varios frentes: no se persigue únicamente un trabajo que cubra las necesidades, sino que además es necesario que garantice su continuidad, sin sobresaltos. El ser humano sólo es capaz del desarrollo de sus máximas capacidades en un ambiente de mínimas seguridades; y una mínima seguridad es alcanzar al pago puntual de la amortización mensual de la vivienda, en el milagroso supuesto de que se haya accedido a ella. No hay mayor inseguridad ciudadana que carecer de la posibilidad de hacer previsiones de futuro, aunque el futuro, por definición, sea siempre desconocido e incierto. Poder prever la vida, sin incertidumbres básicas, en el corto medio plazo, quizás sea uno de los ingredientes imprescindibles del equilibrio personal y de la perseguida y huidiza felicidad.
La maldición bíblica de la condena al trabajo se ha trocado bendición laica en las sociedades postmodernas, cuando el trabajo llega garantizando estabilidad y retribución aceptable. Si además trae de la mano a la Administración Pública, la bendición alcanza la magnanimidad de la indulgencia plenaria.
De los miles de personas convocadas ¿cuántas están sacrificando aspiraciones personales por dar un sentido de seguridad a su vida? ¿Cuántas renuncian a actividades con las que se sienten más identificadas a cambio de una nómina puntual y continuada, pero tan necesaria? Con y sin títulos académicos, muchas personas, cuya capacitación excede las exigencias del trabajo a realizar en los escalafones inferiores, se dejan tentar por la estabilidad garantizada de por vida. Un auténtico premio gordo, cuyo logro, será motivo justificado de felicitaciones y reconocimiento. Sin embargo, se están desperdiciando capacidades y vocaciones individuales que, para desarrollarse y ser socialmente útiles, precisan de circunstancias laborales que, aliviadas de incertidumbres inmediatas, den cierta consistencia a la vida. No se puede tensar indefinidamente las exigencias de cualificación profesional debido a las continuas revoluciones tecnológicas sin una contraprestación de estabilidad que nos libere de las preocupaciones de subsistencia.
Los acontecimientos que concitan multitudinarias aspiraciones desbordando los límites previstos, como las oposiciones de Osakidetza, cumplen una importante labor sociológica: la de ofrecer un perfil, objetivo y cuantificable de las pulsiones que recorren y animan el cuerpo ciudadano. Un análisis atento habría de hacer reflexionar no sólo a los políticos sino a todos aquellos que de una u otra forma tienen responsabilidades en las políticas de contratación y empleo. Entre tanto, y por el momento, Osakidetza es ya la Tierra Prometida.
Rosa Sopeña es comunicadora.
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