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La ofensiva terrorista
Columna
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La llegada de Godot

A la espera del comunicado de ETA -con mayor suerte que el personaje de Samuel Beckett- anunciado ayer por el diario Gara, la semana política comenzó el lunes con una tirante reunión cara a cara entre el presidente del Gobierno y el presidente del PP -preparada para recomponer la vajilla rota durante sus riñas parlamentarias sobre política antiterrorista- y con las entrevistas mantenidas por el ministro del Interior y los portavoces de los grupos del Congreso. La meta del Gobierno con esa ronda de contactos parece ser la cuadratura del círculo: conciliar las impulsivas posiciones de los populares, cuya estrategia para acabar con la banda terrorista se reduce a la vía policial y judicial, y los planteamientos más reflexivos de otras formaciones políticas, inclinadas a completar las medidas represivas con una salida dialogada en el supuesto de que ETA ofreciera su rendición condicional.

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Rajoy sólo admite como marco inmutable de actuación el Pacto bilateral por las Libertades y contra el Terrorismo, promovido en diciembre de 2000 por Zapatero -entonces líder de la oposición- venciendo las reticencias del Gobierno de Aznar y firmado por socialistas y populares en diciembre de 2000; a las restantes fuerzas políticas no les quedaría otra salida que aceptar ese texto sin modificar ni una coma. La presentación por el PP del acuerdo a dos contra ETA fechado hace siete años como si se tratase de las tablas mosaicas de la ley desempeña seguramente el mismo papel que los McGuffin de las películas de Hitchcock, utilizados para despistar a los espectadores mediante el procedimiento de conceder a un episodio lateral el falso rango de elemento central de la trama: los populares han mordido en la pantorrilla del Gobierno y no están dispuestos a soltar ese suculento bocado electoral.

El Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo -descrito en su día por Rajoy como un conejo sacado de la chistera por Zapatero- fue la respuesta del PP y el PSOE al acuerdo secreto entre ETA, PNV y EA durante el verano de 1998; ese conchabamiento dio lugar al Pacto de Estella, suscrito públicamente por todas las fuerzas nacionalistas, y a la tregua rota en 1999. El arco de bóveda del frente de rechazo construido entonces por los nacionalistas era la exclusión de la vida pública de PP y PSOE. Por esa razón resulta comprensible que el Pacto por las Libertades incluyera en su preámbulo la denuncia del acuerdo suscrito por el PNV y EA con ETA "para poner un precio político al abandono de la violencia", cuyo importe sería "la imposición de la autodeterminación para llegar a la independencia del País Vasco". Pero también parece lógico ahora que el PNV presidido por Josu Jon Imaz -desvinculado de ese Pacto de Estella cuya ruptura y abandono era necesario para alcanzar "cualquier acuerdo político o pacto institucional"- no acepte el texto santificado por el PP.

La novedad más sorprendente de este agitado comienzo de semana fue un comunicado de la disuelta Batasuna leído por su portavoz Otegi, que exhortó como conciencia crítica al Gobierno y a ETA a manifestar su compromiso con el "proceso político multilateral". Italo Calvino narró la historia del vizconde Medardo de Terralba, cortado longitudinalmente en dos mitades simétricas -físicas y morales- por una bala de cañón durante una batalla contra los turcos librada en Bohemia; un doctor consigue finalmente que la parte bondadosa del vizconde regrese a su cuerpo para yuxtaponerse a su parte maléfica. En la falsa tarea de Otegi como mediador entre el Gobierno y ETA, el portavoz demediado pretende -aunque sin lograrlo- emular el portento reconciliador del vizconde de la fábula. Como era fácil de adivinar, las dulces exhortaciones de Otegi a ETA para que que mantenga "intactos" los compromisos y objetivos del alto el fuego de 22 de marzo fueron un adelanto oficioso del comunicado de la banda terrorista, que declara vigente la tregua pese a haberla quebrantado con el atentado (cuya autoría asume) y amenaza además con truculentas respuestas del mismo tipo si persistiera "la agresión contra Euskal Herria"; con un insolente cinismo que niega el dolo eventual de las dos muertes producidas, ETA afirma que "el objetivo de esa acción armada no era causar víctimas". Y también las regañinas de Otegi al Gobierno fueron el eco anticipado de las críticas del comunicado a los socialistas, culpables por haber incumplido sus compromisos de alto el fuego.

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