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La ofensiva terrorista

El incendio provocado por un ataque de 'kale borroka' desaloja de sus casas a 24 familias

El alcalde de Mondragón califica de "demencial" el asalto perpetrado en la madrugada de ayer

Un total de 24 familias de la localidad guipuzcoana de Mondragón pasaron la noche de Reyes en hoteles, tras verse obligadas a desalojar a medianoche sus casas con lo puesto, en muchos casos en pijama. Un artefacto casero colocado por desconocidos destruyó la oficina bancaria situada en los bajos y la entreplanta del edificio y ocasionó una intensa humareda que amenazó la seguridad de los vecinos y ennegreció sus viviendas, aunque las llamas no llegaron a alcanzarlas. Ayer a mediodía, los afectados entraron a recoger sus enseres personales, ya que algunos no podrán volver a casa en varios días.

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Unos aerosoles y un poco de gasolina fueron suficientes para que el nerviosismo y las mariposas en el estómago de la espera de la noche de Reyes se conviertan quizá para siempre en pesadilla para los 10 niños del número 4 de la calle Jokin Zaitegi de Mondragón que es capaz de contabilizar Jaione, de 70 años. Doce horas después del sabotaje, esta mujer, que vive junto a otras dos hermanas, todavía se encuentra afectada por el sobresalto de haber tenido que abandonar sus casas deprisa y con lo puesto.

"Esto ya no tiene nombre", dice Mari Durán a otra vecina del pueblo que la intenta calmar en las cercanías del edificio de los años 90 cuya fachada se muestra enegrecida por el humo. Los ojos se le llenan de lágrimas y los nervios parecen a punto de traicionarla al acordarse de la víspera. "Pero tiene apellido", le responde su interlocutora.

Mondragón es una de las cunas del radicalismo abertzale, uno de sus ayuntamientos-bandera durante años y años, y por eso sus vecinos saben bien lo del apellido. Pero hacía tiempo que no pasaba nada. "Ahora que pensábamos que se había acabado...", cabecea una mujer. "Una pasada, una pasada, sin ton ni son", asiente un hombre a su lado. "Lo último fue lo de los juzgados...", intenta hacer memoria otro.

Un total de 24 familias de los números 3, 4 y 5 de la calle debieron abandonar sus casas con lo puesto, en muchos casos en pijama, tras el incendio que desató un artefacto casero colocado por varios desconocidos en la oficina de La Caixa situada en la planta baja. "Yo tengo para vender una vivienda y hemos pasado dos años de angustia pensando que nos instalaban un banco en los bajos", dice Mari, la mujer que templa a Jaione. En otros tiempos -se remonta muy lejos en el pasado-, eso prestigiaba y hacía subir el valor de un piso.

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Aunque las llamas no alcanzaron las viviendas, la rápida intervención de los bomberos no pudo evitar la destrucción total de la oficina bancaria que ocupa los bajos y la entreplanta, ni la humareda negra cuyos efectos sí ponían en peligro a los vecinos. A media mañana aún humeaban restos bajo el agua de las mangueras, mientras los viandantes hacían un alto en su paseo matutino o su salida a por el pan o el periódico.

"¿Valoración? ¿Qué valoración se puede hacer de un hecho que es fruto de la demencia?", respondía, ante la petición de los periodistas, el alcalde de la localidad, el peneuvista Ignacio Lakunza. Enfrente, varios vecinos salían del número 4 con maletas y bolsas, después de autorizárseles la entrada sólo para recoger enseres. Cabizbajos, sin muchas ganas de hablar ni entre ellos, miradas severas, perplejas, de indignación o de resignación. El grupo evitó los micrófonos y siguió su camino. Los residentes en los otros dos portales pudieron volver a sus casas ayer mismo y alguna vecina barría ya su terraza en el quinto y último piso. Pero ellos tendrán que pasar varios días fuera, señaló el alcalde. Daños en el portal y comprobaciones en el gas lo aconsejaban, dijo.

La medicación fue la principal obsesión de muchos de los afectados, personas mayores sujetas a tratamientos permanentes o necesitados de muletas para desplazarse. Estar en bata o zapatillas no contaba, pero sí sus pastillas.

"Las escenas de siempre", señalaba el alcalde al describir lo ocurrido por la noche. La condena de siempre la aprobaron los concejales que Lakunza logró reunir a las 11 y media de la mañana. Apoyo, solidaridad y disponibilidad total del consistorio para con los afectados. Reiteración del desprecio a la democracia y los derechos humanos que demuestran los autores del hecho. Condena al ataque y advertencia de que se puso en riesgo la seguridad de las familias del inmueble.

Jaione se acongoja al recordar la explosión y la salida de su casa. No se acuerda de con quién ni cómo iba. Sus hermanas la han dejado sentada en una mesa de la cafetería del hotel Mondragón, donde han pasado la noche todos los afectados, para ir a buscar ropa. Ha podido tomar sus medicinas y, gracias a ellas, dormir bien, dice, pero no desayunar. Su estómago no quiere. Ni tila, ni agua, nada que se le ofrezca. "Tengo el miedo dentro", musita.

Dos <i>ertzainas</i> vigilan el edificio atacado en Mondragón.
Dos ertzainas vigilan el edificio atacado en Mondragón.L. RICO

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