Entre las rebajas y el adelgazamiento
Ni las rebajas son realmente rebajas, ni su momento o su precio responden a un apremio histórico de liquidación. Complementariamente, ni el vendedor las salda para no destruirlas ni el comprador las busca desde su menesterosidad. Las rebajas constituyen, en general, un ritual más que un comercio y un entretenimiento más que cualquier otra cosa. En su desarrollo se escenifica la ambigüedad propia de los juegos crecientemente triunfantes en la vida adulta.
Comprar en todo tiempo y tanto más en rebajas ha ido apartándose de las tristes luces de la indigencia para introducirse en los paisajes del hedonismo y la diversión. La fiesta no termina en la Navidad sino que la Navidad se comporta como una solemne antesala que enfatiza sigilosamente el gozo de la rebaja.
Ocurre allí lo mismo que con el sobrepeso. La Navidad otorga licencia para ganar algunos kilos de más y, a continuación, la rebaja del peso en enero inaugura su propio juego. Adelgazar requiere reglas, posee sus prohibiciones y recompensas, se dota de píldoras o fichas como un parchís. La función radical de la comida, destinada a nutrir y, en sus casos, a procurar placer, se sustituye por el simulacro de la dieta que suprime calorías, engaña el apetito y traslada el alborozo desde el sabor a la báscula. En lugar de recibir satisfacción de la ingesta se obtiene de la excreción. En vez de complacerse en el banquete se recrea en la privación.
Rebajas y adelgazamiento posnavideño se inscriben pues en un mismo e inesperado orden. Un sistema creado en el mundo del consumo donde se hace posible, como opción agregada, no consumir. Lo habitual sería la compra cara o su correlato en la obesidad mientras lo opuesto se significa en el juego del ahorro y el método para adelgazar. Una y otra opción no se enfrentan irreconciliablemente, ni se niegan como alternativas.
El año, la vida, el juego discurren en el paso de lo lleno a lo vacío, la barriga prominente y los abdominales de Men's Health, las pistoleras y las vendas frías. De una batalla a otra. De la culpa a su redención a la culpa, del gasto en objetos caros a la adquisición de bienes abaratados, ambos dentro de la misma naturaleza argumental del gasto y del consumo, puesto que nadie puede escapar a su cultura absoluta.
Más o menos kilos no significa la gordura o la delgadez sino hallarse -provisionalmente- en lo gordo o lo flaco. La cuestión no finaliza, la liza no tiende a ser culminada ni trascendente, sólo demanda ser jugada.
El juego reemplaza al compromiso, como el manifestante fugaz al militante vital y el consumidor cínico al parroquiano eterno. La categoría cargada de entidad deja de circular mientras la transmutación, la fusión, el sí pero no, alcanza el máximo grado de aceptación y acontecimiento.
La temporada de las rebajas coincide con el punto álgido para eliminar los kilos de más y no es casualidad. La artificial disminución del precio es simultánea a la artificial disminución del peso. Uno y otro se conjugan en una misma fiesta interactiva coherente con la base de la nueva intercomunicación.
Cada individuo se relaciona consigo animado por la esperanza de lograr en sus ámbitos respectivos un cuerpo y un presupuesto más ligero. Cuerpo y presupuesto, ambos de ficción, puesto que, en verdad, ni uno ni otro se planean como objetivos sino como juguetes, simulacros de adquisiciones en un medio donde el valor moral se encuentra por todas partes.
Y ninguna. Como el sexo o como la muerte que cruzan de punta a punta nuestra sociedad tan abundantemente y que se vuelven funcionalmente invisibles. Valorados y denegados, proliferando en los medios de todo género pero desprendidos de peso y consecuencia.
¿Ahorrar en las rebajas? ¿Conseguir un cuerpo en forma para llegar al verano? ¿Quién confía en ello? Nadie lo cree, pero se actúa del mismo modo que si se creyera. Lo decisivo del juego, como decía Caillois, es, precisamente, que no posee finalidad alguna. Se juega para pasar el rato. El rato total se pasa jugando.
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