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Columna
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Duros a cuatro pesetas

La crisis de la compañía aérea Air Madrid, que dejó en la estacada a miles y miles de viajeros que buscaban desesperadamente una salida a su situación, ha venido a recordarnos ese dicho tan cierto que repetían una y otra vez nuestras abuelas: "Nadie da duros a cuatro pesetas". O, dicho de otra manera, que cuando alguien trata de vendernos algo por un precio llamativamente bajo más vale leer con detenimiento la letra pequeña del contrato, no vaya a ser que nos quedemos colgados.

Las imágenes de la gente tirada por el suelo en el aeropuerto de Barajas, a la espera de una solución a su situación, me han hecho pensar en la satisfacción con que muchas de esas personas habrían pagado sus billetes, creyendo haberse ahorrado unos buenos duros en comparación con el coste de volar con otras compañías. Aparentemente un buen negocio, sí, pero con escasas garantías. Como los bonos basura, o las inversiones en sellos, que ofrecían elevadas remuneraciones, pero que al final acababan con los ahorros y las ilusiones de miles de personas. En este caso, parece que el planteamiento empresarial era inviable. Según todos los expertos, pretender extender al ámbito intercontinental el modus operandi propio de las compañías de bajo coste era algo condenado de antemano al fracaso, dados los requerimientos técnicos de los vuelos de largo recorrido. Sea como fuere, lo cierto es que, como ha ocurrido tantas veces, la expectativa generada ha acabado en un enorme fiasco.

Y, por si el descalabro y sus consecuencias no fueran suficientes, aparece Acebes y decide aprovechar la situación para zumbar a Zapatero, acusándole de pasividad. ¿Se imaginan ustedes qué habría pasado si, hace unos meses, el Gobierno hubiera anunciado el cierre de la aerolínea o la retirada de la correspondiente licencia para volar. "¡Qué horror! ¿Cómo se atreve el Gobierno a inmiscuirse en la vida económica perjudicando a unas empresas frente a otras? ¡Basta ya de intervencionismos que nos quitan la posibilidad de acceder a bienes y servicios más baratos! ¡Que se vayan a casa estos gobernantes ineptos y dejen que funcione libremente el mercado!" Tal podría haber sido el tenor de las intervenciones del propio Acebes o de su compañero Zaplana, si tal circunstancia llegara a haberse producido en su día. Y hasta es posible que muchos usuarios y consumidores se hubieran sumado a la protesta.

Pero no sólo se acusaba al Gobierno de pasividad, o de vacilación -es posible que, como apuntan algunas informaciones, no se atreviera en su momento a tomar medidas más duras para no ser acusado de perjudicar a la clientela de Air Madrid-, sino que, cuando que el desaguisado ya se había consumado, por todos lados surgieron voces reclamando la intervención de la Administración. En efecto, usuarios perjudicados, asociaciones de consumidores, partidos políticos y medios de comunicación exigían un compromiso explícito del Gobierno en la búsqueda de una solución. Costase lo que costase. Y es que, al final, la historia se repite una y otra vez: los agentes económicos reclaman alegremente liberalizaciones de precios y rebajas de impuestos para, cuando las cosas no salen como estaba previsto, acabar pidiendo al Gobierno que se encargue de arreglar los problemas y corra con los gastos.

El recientemente fallecido John Kenneth Galbraith apuntaba con ironía en esa dirección cuando, refiriéndose a la quiebra de Cajas de Ahorro en EEUU tras la liberalización del sector, y a la consiguiente operación de rescate lanzada por el Gobierno, decía que "aunque el Estado es denostado generalmente como una carga, hay siempre costosas y significativas excepciones". Y es que, cuando de socializar perdidas se trata, todo el mundo reclama la intervención pública y la regulación de los mercados.

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