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Presidente por accidente

Ford luchó por restablecer la dignidad del cargo tras el 'caso Watergate'

Gerald R. Ford nunca aspiró a la vicepresidencia, y mucho menos a la presidencia de Estados Unidos. Su máxima ambición era convertirse en speaker (presidente) de la Cámara de Representantes, una aspiración lógica en un parlamentario que, como Ford, había representado a su Estado de adopción, Michigan, en el Congreso de Washington durante 13 legislaturas, cerca de 25 años.

Pero Watergate y la Enmienda 25 de la Constitución norteamericana le convirtieron en el trigésimo octavo presidente de Estados Unidos, tras la dimisión de Richard M. Nixon. Nixon se vio obligado a dimitir el 9 de agosto de 1974 para evitar un procesamiento inexorable por obstrucción a la justicia, recomendado al pleno de la Cámara por su comité judicial como consecuencia de la implicación directa de Nixon y sus más directos colaboradores en el escándalo del Watergate.

El perdón otorgado a Nixon le costó la elección presidencial en 1976 ante Carter
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Por primera vez en la bicentenaria historia constitucional estadounidense llegaba a la Casa Blanca un político que no había sido elegido por el voto popular ni como presidente ni como vicepresidente. Su nombramiento como vicepresidente, en octubre de 1973, se produjo como consecuencia de otra dimisión forzada, la del entonces número dos del Ejecutivo, Spiro Agnew, acusado de evasión de impuestos. Por primera vez se aplicó entonces la sección 2ª de la Enmienda 25 de la Constitución, aprobada en 1967, que permite el nombramiento por el ocupante de la Casa Blanca de un vicepresidente que no se ha sometido a las urnas. Quizás por esas coincidencias, los medios se apresuraron a apodar a Ford como The accidental President que en traducción libre equivale a "presidente por accidente".

Gerald Ford llegó a la Casa Blanca en medio de la peor crisis política que afectaba al país desde la guerra civil de 1861-65. La tragedia de la guerra de Vietnam y las mentiras y conspiraciones de Nixon en el asunto del espionaje al Partido Demócrata, conocido como el caso Watergate, habían afectado no sólo la credibilidad del 37 presidente, sino que amenazaban con socavar la integridad de la institución presidencial. Una calamidad en cualquier país. Un disparo a la estabilidad de un sistema político como el estadounidense, basado en los controles y equilibrios que los tres poderes del Estado se ejercen entre sí. Ford aportó a la presidencia la calma necesaria tras la tempestad de la era Nixon. Estados Unidos necesitaba al frente de sus destinos un médico capaz de cicatrizar las heridas abiertas en la sociedad americana y encontró en Ford al cirujano ideal.

Integridad, honestidad, sinceridad y decencia fueron las recetas que aplicó durante su breve mandato de apenas 30 meses para conseguir que esas heridas se cerraran y desaparecieran paulatinamente los enfrentamientos fratricidas de la época anterior. Su campechanía, su sencillez -se preparaba personalmente sus desayunos- y su hombría de bien le granjearon pronto otro apodo, el de Mr. Nice Guy o Señor simpático.

Su preocupación por restablecer la integridad de la presidencia y su respeto por la Constitución constituyeron su principal obsesión desde el primer momento de su mandato. Lo dejó claro en su toma de posesión tras jurar su cargo como 38 presidente de Estados Unidos. "Nuestra larga pesadilla nacional [Watergate] ha terminado. Nuestra Constitución funciona. Nuestra gran República se basa en el gobierno de las leyes, no de los hombres. Aquí, el pueblo gobierna".

Incluso su decisión más contradictoria, el perdón presidencial otorgado a Nixon, aunque no a sus colaboradores, y que le costó la pérdida de la elección presidencial de 1976 ante Jimmy Carter, estuvo motivada por esa preocupación. Nada menos que 16 puntos de popularidad le costó esa controvertida medida.

Contrariamente a la creencia tradicional, Michigan no era su Estado natal, ni Ford era su nombre de nacimiento. El 38 presidente había nacido en Omaha, Estado de Nebraska y fue inscrito en el registro con el nombre de su padre biológico, Leslie King. Su madre, Dorothy, se divorció dos años después y se trasladó a Grand Rapids, en Michigan, donde se volvió a casar con Gerald R. Ford, que adoptó y le dio su nombre al joven Leslie. Un atleta consumado, el fútbol americano le consiguió una beca en la Universidad de Michigan y otra en Yale, donde se doctoró en Derecho después de haber servido en la Marina durante la II Guerra Mundial como capitán de corbeta.

Políticamente, Ford se describía como "un moderado en asuntos internos, un conservador en temas fiscales y un internacionalista templado". Un clásico del viejo republicanismo realista del Medio Oeste y de Nueva Inglaterra. Su mayor contribución a la política internacional fue un acuerdo de principio con el dirigente soviético Leónidas Breznev sobre reducción de cabezas nucleares por ambas potencias, que no se pudo desarrollar como consecuencia de su pérdida de las presidenciales de 1976.

El elogio que le dedicó ayer Jimmy Carter, el hombre que le arrebató la Casa Blanca, resume a la perfección la larga consideración que Ford merecía a sus conciudadanos. "Era uno de los seres humanos y de los servidores públicos más admirables que he conocido".

Gerald Ford, con su perro <i>Liberty</i> en el Despacho Oval en 1974.
Gerald Ford, con su perro Liberty en el Despacho Oval en 1974.REUTERS

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