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Columna
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Territorios atractivos

Los procesos de liberalización, de desreglamentación y de privatización conceden más libertad al capital. Su puesta en valor es múltiple, ya que pueden adoptar dimensiones de orden productivo, tecnológico y financiero. Sin embargo, cuando analizamos los aspectos espaciales, debemos considerar que, si bien con el desarrollo de las tecnologías de la información la localización de las actividades estaba siendo considerada de segundo orden, las nuevas estrategias de empresas no son aterritorializadas, sino todo lo contrario: en la dinámica de acrecentar su competitividad global, cada empresa debe alimentarse de especificidades territoriales.

Ello quiere decir que lo heterogéneo cobra más valor, tanto si lo medimos sobre la competitividad empresarial como por la selección de sus localizaciones. Esta selección, cada vez más puntillosa, hace que el número de grupos de empresas industriales necesiten no sólo aumentar su margen de beneficios, sino consolidar la competencia entre territorios para atraer y fidelizar las unidades de producción y de servicios en cada área. Por eso es preciso definir claramente las políticas de atractividad. Las tradicionales se fundamentaban en presentar ventajas en factores de producción, exoneraciones fiscales, infraestructuras, préstamos, subvenciones ... Es decir nada específicas, puesto que todas las regiones pueden hacer la misma oferta. Lo interesante es vender especificidades territoriales diferenciadas, que los demás no puedan imitar a corto plazo.

En Galicia han predominado las atractividades basadas en los costes de trabajo y en la accesibilidad a las materias primas. Y los agentes institucionales y económicos se daban por contentos. ¡Qué gran equivocación, y qué pérdida de oportunidades!. En la actualidad, bajo una competitividad global, los marcos heterogéneos y el carácter multiforme permiten describir y conformar jerarquías espaciales. La razón estriba en la diversidad de configuraciones espaciales en las que cada territorio puede mostrar su diferenciación cultural, histórica, política y económica. Cada territorio, no cada espacio, se convierte en una zona concreta en la que están presentes los aspectos culturales de identificación y de pertenencia. Y eso lleva consigo una noción de afirmación identitaria que se completa con sus nítidas especificaciones.

La introducción del territorio supone un cambio en la economía del desarrollo, puesto que reacciona de modo diferente en función de la naturaleza y variedad de actores, de las relaciones de recursos específicos y de la calidad de las relaciones entre empresas y de la cooperación con el juego institucional, que subrayan un distintivo savoir faire en el proceso de desarrollo. Pero la globalización también permite visualizar una polarización de flujos comerciales, de inversiones directas, financieras y de tecnologías sobre aquellas áreas metropolitanas más dinámicas, agudizando los desequilibrios territoriales. Consecuencia de ello son los procesos de desconexión de las grandes metrópolis con sus zonas del interior, incrementando las brechas económicas entre unos territorios y otros. Las empresas, sobre todo las de mayor tamaño y de carácter global, afrontan la competencia sobre la base territorial y de la compatibilidad de sus necesidades y de los recursos específicos de lugares de implantación. Bajo esta tesitura, los gobiernos deben enfocar las políticas de atractividad.

Las actuaciones tradicionales de los gobiernos se han basado en actuar sobre las políticas macro y dejar al margen las ofertas ligadas al territorio. El actual desafío no está fundamentado en las ventajas comparativas naturales, sino que es preciso seducir a los actores para que sus implicaciones territoriales sean cada vez mayores y cada vez más complementarias. Los recientes ejemplos de ventas de empresas gallegas se inscriben en este marco de análisis. Que cada uno extraiga sus propias conclusiones.

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