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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El arte de engatusar la vida

J. Ernesto Ayala-Dip

Hay una trama sin duda en La enfermedad, la novela con la que el escritor venezolano Alberto Barrera Tyszka (Caracas, 1960) obtuvo el Premio Herralde de narrativa. Hay personajes guiados con irreprochable precisión y nitidez por una voz omnisciente. Nada hace que dudemos de su naturaleza ficcional. Y sin embargo, todo en esta historia que se nos relata nos invita a leerla bajo otra perspectiva, no menos necesaria, ni menos eficaz, ni menos dolorosa. Una reflexión sobre una de las patologías sociales más acuciantes que nos rodea en los últimos años: algo así como el síndrome de la salud olímpica. En un reciente ensayo, Los tiempos hipermodernos, de Gilles Lipovetsky, el autor francés nos dice: "En una época en la que la normalización médica invade cada vez más territorios del campo social, la salud es una preocupación omnipresente para una cantidad creciente de individuos de todas las edades. Los ideales hedonistas han sido sustituidos por la ideología de la salud y la longevidad". (A esto último también podría llamársele el síndrome de la inmortalidad). Pues bien, la novela de Barrera Tyszka se asienta sobre estas premisas. Y el hecho de que el autor venezolano trabaje así, no impide, por otra parte, que en nuestra reseña sustanciemos su hechura literaria.

LA ENFERMEDAD

Alberto Barrera Tyszka

Anagrama. Barcelona, 2006

168 páginas. 15 euros

Veamos el argumento de

La enfermedad. Por un lado, el doctor Andrés Miranda descubre que su padre tiene cáncer. El diagnóstico dispara una situación que mucho invita a una mezcla de angustia y dudas. ¿Cómo proceder? ¿Decírselo o no? ¿Engañarlo? Por otro, un antiguo paciente, Ernesto Durán, insiste en que el doctor Miranda lo trate de una enfermedad que mucho se intuye imaginaria. Para el segundo caso, el doctor Miranda aplica una solución expeditiva: ignorar al incordiante y probable hipocondriaco. Ernesto Durán escribirá correos electrónicos hasta agotar la paciencia del médico, no así la de su secretaria, que decide por un acto de compasión, hacerse pasar por el doctor, contestando sus correos, y de esta manera mantener la esperanza en el imaginario paciente de una próxima cura. Pero éste es un hilo de la trama que no sé hasta qué punto colabora a la solidez de la novela, excepto la importancia que adquiere la escritura en esa posible cura, además de ilustrar otros de los tantos miedos que nos atenazan en los últimos tiempos. Tal vez a los lectores les interese más la relación del doctor Miranda con su padre. Aquí radica el nervio central de esta interesante novela. Alberto Barrera Tyszka no soslaya los autores que especularon sobre la enfermedad, esa estación de la vida que la sociedad contemporánea pareciera empecinada en maquillar. Son Susan Sontag, el Robert Burton de Anatomía de la melancolía, Chéjov (es extraño que no se cite La muerte de Ivan Ilich, el célebre cuento de Tolstói), el poeta Williams Carlos Williams (que fue médico), Foucault. Parafraseando a Susan Sontag, diríamos que el autor ha descrito una enfermedad social que no puede ser más que una metáfora de nuestros días. La vida es una casualidad, se dice en la novela. La enfermedad es inevitable, tanto como evitable es la pobreza, a la que también se hace referencia a través de una asistenta doméstica. Esta novela le recordará al lector el texto autobiográfico que escribió Philip Roth sobre el lento final de su padre, Patrimonio. Una historia verdadera. Barrera Tyszka no nos evita tampoco en su ficción una descripción de la muerte exenta de innecesario dramatismo. Al final de esta historia, el moribundo sólo pide que se le hable. De esto se trata. La enfermedad, la muerte, y las palabras que se niegan a que nada silencie esos momentos cruciales de la vida.

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