Cáustico, arrogante, divertido y vital
"Maestro de la ficción autorreflexiva" se ha llamado a Vladímir Nabokov (San Petersburgo, 1899-Montreux, Suiza, 1977). La verdad es que este escritor genial que estaba convencido de serlo creó un estilo que, si bien es único, paradójicamente ha fecundado de manera extensa la narrativa norteamericana que no depende exclusivamente del realismo. Sin embargo, Nabokov es un detallista consumado; la cantidad de gestos, ademanes y cosas extraídos de la realidad que utiliza es abrumadora; lo verdaderamente fascinante es el modo en que las transmuta en literatura porque es tan minucioso seleccionando lo que su mirada observa como trasladándolo al territorio de la imaginación. La constante fluencia de imágenes en su prosa es el resultado de una poderosa reflexión sobre las calidades expresivas del lenguaje porque, como señala su biógrafo con acierto, "sólo cuando la mente intenta mirar más allá de la generalización o del lugar común, las cosas comienzan de verdad (el subrayado es mío) a volverse reales, individuales, detalladas, diferenciadas unas de otras". El mejor realismo suele seleccionar imitando lo que considera significativo de la realidad; Nabokov da la sensación de operar al revés, esto es: sólo acepta la realidad que su imaginación ha iluminado previamente; su magia -le gustaban los magos y prestidigitadores- es la capacidad de presentar como reales las imágenes mentales.
VLADIMIR NABOKOV: LOS AÑOS AMERICANOS
Brian Boyd
Traducción de Daniel Najmías
Anagrama. Barcelona, 2006
968 páginas. 39 euros
Los años americanos es el volumen que completa y cierra la biografía tras Los años rusos (Anagrama, 1992). Comprende los años 1940 a 1977 y se divide en dos: la etapa americana y la vuelta a Europa. Lo primero que hay que destacar es que el biógrafo, Brian Boyd (Belfast, 1952), no le va a la zaga al escritor en cuanto al detallismo, pues el minucioso relato de la vida de este último es abrumador, hasta el extremo de que puede resultar a veces algo pesado e incluso repetitivo respecto de ciertos asuntos, pues su entrega al autor es total; quizá es el tributo obligado de un fan a un genio. En cambio, lo que hace la lectura del libro realmente seductora es la capacidad del biógrafo de integrar vida y obra, no porque pertenezca a la escuela de los que explican la obra por medio de la psicología y circunstancias del autor sino por lo adecuadamente que resalta la relación de creatividad que existe entre ambas. Vamos a un ejemplo: en 1948 un amigo les consigue a los Nabokov una casa; Nabokov advierte al amigo de que es un perfecto inútil en lo que respecta al manejo de los sistemas de calefacción individual. En esa casa termina su autor la celebérrima Lolita; Boyd repara en un texto del epílogo a la novela: "Todo escritor serio, me atrevo a decir, tiene conciencia de que este o aquel libro que ha publicado constituye para él una presencia constante y alentadora. Su luz piloto arde sin cesar en algún punto del sótano, y un simple toque en el termostato privado se traduce inmediatamente en una tranquila explosión de ternura familiar". Repare el lector tanto en las tres líneas (autoría, calefactor, círculo de gratitud familiar) que confluyen y se fecundan en la imagen como en el modo en que Boyd usa el texto para hacer notar el modo en que la imaginación fecunda el contacto con un objeto para crear una imagen. Vida y obra, sí, pero nada de traumas personales que justifiquen escenas literarias sino mostración de cómo una mirada y una actitud mental (la de Vladímir Nabokov) transforman la acción de un artefacto en acción creativa. Pues bien, por ahí encamina Brian Boyd su libro y así es como seduce a cualquier exigente lector de Nabokov.
El personaje Nabokov se expresa a través de sus textos y Boyd intenta y consigue analizar no el alma sino la conciencia artística de su personaje. Entonces esa conciencia va pisando por todos los lugares por donde camina -lo mismo que un lepidopterólogo a la caza de mariposas- y vida y arte se reúnen. Por lo demás, Nabokov aparece como un hombre cáustico, arrogante, divertido, vital, desdeñoso con quien creía que debía de serlo y afectado por una fuerte consciencia del pasado y de su relación con el destino (ahí se unen de nuevo persona y obra). En cuanto al pasado, hay que decir que no se arroja en brazos de la añoranza o la nostalgia, sino de la memoria, potencia mucho más valerosa e inteligente. Carece de toda objetividad (no de talento) como crítico y por ahí asoma también su convicción de ser un genio, pero de él dice Arthur Mizener: "La inocencia que acompañaba a esa mente extraordinaria era más obvia en su vanidad, considerable y totalmente inofensiva".
Obra literaria y paso por la realidad, estrechamente unidos, forman el nudo de esta excelente y exhaustiva biografía, que exige dedicación al lector. Mucho más exigente era Nabokov porque siempre confió con gran riesgo en el lector inteligente y sensible como único destinatario de su obra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.