Un monumento al hijo del camionero
Ante la espléndida estampa que tiene Estambul le dijimos el otro día a Orhan Pamuk que su hermosísimo libro sobre la ciudad merecía que sus paisanos le dedicaran un monumento. Nos miró con cierta sorna, y pasó a hablar de otra cosa. Es posible que dentro de unos años, muchos o pocos, haya en Estambul un monumento a Pamuk, pero no porque haya ganado el premio Nobel sino porque escribió ese libro, Estambul.
Al tiempo que esto ocurría en la capital turca, aquí, en Madrid, se desarrollaba una polémica que me ha llenado de vergüenza ajena: ¡ha habido dudas en Carabanchel sobre si lo que Manolito Gafotas supone para ese famoso distrito -famoso sobre todo por Manolito- merecía un reconocimiento público, e imperecedero! La discusión respiraba mezquindad municipal y espesa.
El personaje creado por Elvira Lindo, primero para la radio -RNE, la Ser- y después para la literatura escrita, es una de las grandes invenciones de criaturas que ha habido en este país en mucho tiempo; obedece a una voluntad de reflejar con humor, con gran vuelo literario, la realidad en una época en la que ya las preguntas de los niños son las preguntas del adulto. Su éxito en todo el mundo, en el formato editorial, literario, fue la confirmación de que Elvira Lindo no había creado tan sólo un personaje español, local, afincado, como su familia, en una época y en un sitio. Manolito Gafotas, como personajes de Rulfo, o de Azcona, o de otros creadores de personajes hechos de un lugar y luego resultan universales, hace ese viaje exterior porque mucho más que un personaje es un mundo, que vive por sí mismo en el mundo mundial. Los que lo vimos nacer y crecer no podíamos creer que en Carabanchel, donde tiene su raíz el universo de este personaje, fuera donde le negaran a Manolito Gafotas el espacio que se merece. Si no lo tuviera, por otra parte, viviría en un espacio mucho amplio, y generoso: el de la memoria literaria.
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