Dar espectáculo
Parece que los resultados futbolísticos del Real Madrid empiezan a acompañar a Capello, pero el público del estadio Bernabéu, los madridistas comprometidos, no entran en plena sintonía. Porque el equipo sigue sin dar espectáculo y la mera contabilidad del marcador, por mucho que rinda en la tabla clasificatoria, se considera insuficiente cuando sobre el césped se encuentran los galácticos. El éxito redondo estribaría en conseguir la adecuada combinación entre los resultados, que son exigibles para cumplir las reglas de la competición, y la brillantez del juego sobre el terreno, en esas tardes que crean afición, que compensan a la hinchada y que favorecen los negocios a los que se aplican con frenesí los elegidos del palco presidencial.
Esa disparidad entre resultados y juego, que se reprocha a Capello por los socios y abonados más exigentes, se puede observar también en el deporte de la política. Unas veces, porque las percepciones de los electores se retrasan respecto de realidades muy favorables, que no acaban de ser reconocidas por sus directos beneficiarios, que no pasan la barrera del ruido ambiental, y porque los actores son incapaces de comunicar bien. Otras, porque las percepciones iniciales tuvieron efectos tan deslumbrantes, llegaron a tales temperaturas de incandescencia en un momento dado, que desencadenaron expectativas insostenibles en un determinado plazo más largo.
Recordemos la escena de aquel domingo 18 de mayo de 2004, nada más producirse la jura de los ministros ante el Rey, cuando el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, flanqueado por la vicepresidenta, por José Bono y por el general jefe del Estado Mayor de la Defensa, con un tapiz de la Real Fábrica detrás y la bandera de España a su derecha, se adelantó para decir ante las cámaras de televisión eso de "le he dado la orden [al ministro de Defensa] de que disponga lo necesario a fin de que las tropas españolas destinadas en Irak regresen a casa en el menor tiempo y con la mayor seguridad posibles". Recordemos cómo se ponderó ese proceder en términos de estricto cumplimiento por unos votantes que veían recompensada la salida del abstencionismo para darle su papeleta. Quedaba establecido de forma indeleble que ZP era diferente.
Pero ocasiones así, de esta solemnidad y automatismo mecánico, escasean. Hay que remontarse al Génesis para leer lo de "hágase la luz, y la luz se hizo". Porque aquí abajo las órdenes para ser obedecidas apenas pueden darse con seguridad a los militares, que las cumplen siempre hasta el último instante previo a la sublevación. Basta que imagináramos otras escenas paralelas sustituyendo al titular de la cartera de Defensa por el de Educación o el de Fomento o Medio Ambiente. Se hubiera oído, por ejemplo, "he ordenado a la ministra de Educación que todas las clases comiencen a las 8 de la mañana" y habría estallado inmediata la carcajada general. Porque los horarios son una competencia transferida a las comunidades, porque los centros de enseñanza tienen además su propia autonomía, y por tantas cosas más.
El día a día en La Moncloa es otra cosa y la agenda se llena de inconvenientes que deben ser atendidos para que continúe la gobernación del Estado y sigamos en nuestro sitio dentro de la escena internacional. Tampoco Adolfo Suárez tenía cada mañana la posibilidad de arreglar el conflicto del estrecho de Ormuz, ni Leopoldo Calvo-Sotelo pudo decidir más que una sola vez el ingreso de España en la Alianza Atlántica, ni Felipe González estuvo en condiciones de traer de cada Consejo Europeo venturas como la de los fondos de cohesión, ni José María Aznar encontró más ocasiones de fotografiarse con Bush y Blair en las Azores para dictar un nuevo ultimátum según se iban sucediendo los solsticios que marcan el cambio de estaciones. Otra cosa es que la afición quiera más espectáculo y que suceda como en la fiesta de los toros, donde lo que gusta en los tendidos de sol es rechazado en los de sombra y ni siquiera se pueda garantizar, como ha escrito el secretario técnico de la Unión de Criadores, que los toros embistan por muy honorable y premiada que sea la divisa que se esté lidiando. Eso sí, siempre a las figuras se les exige más.
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