_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Victoria es nombre de mujer

La ligera reflexión invernal presente se aproxima a un tema (ahora casi todo se llama así) que me ha desasosegado buena parte de mi larga vida: el comportamiento, reacciones, impulsos, mecanismo sentimental, normas de conducta y modo de empleo de esa mitad larga de la humanidad que son las mujeres. Por supuesto desde una perspectiva platónica, teórica y vagamente memorística, el indigno y ridículo punto de vista masculino, que es donde la casualidad me puso.

Cuando los servicios de seguridad del Paraíso Terrenal, con tácticas parecidas a las de los antidisturbios de hoy (las espadas flamígeras son como los botes de humo o las balas de goma) echaron a nuestros primeros padres, ella fue condenada a parir con dolor y él a ganarse el sustento con el sudor de su frente.

Hoy los ejercicios y la inyección epidural han eliminado lo primero y, la verdad, sudar, lo que se dice sudar, sólo lo hace Rafael Nadal hacia mediados del último juego en un partido de tenis. Sin embargo, los dos anatemas duraron cientos de siglos, afectando lo mismo a las reinas que a las campesinas.

Los varones transpiraban martilleando en la fragua o combatiendo bajo pesadas armaduras, que se recalentaban muchísimo al sol.

Ahora la mujer sufre quizás en la peluquería, en los pilates, bajo severas dietas de adelgazamiento, pero ha avanzado una enormidad en su pretensión de desempeñar los puestos del hombre, con sueldos justamente equiparables al mismo esfuerzo. Pero, ojo, que nada tienen de tontas. Si alguien dijo que entre los seres humanos hay unos más iguales que otros, es para tomarlo no sólo como una frase ingeniosa. Ellas no quieren ser como los hombres -tesis que vengo defendiendo hace tiempo-, sino todavía más iguales, es decir, superiores. Cuando lo hayan conseguido, o sea, un día de éstos, quizás empiecen a marcar territorios y distancias.

Excusando la muestra de erudición barata, acordémonos de las amazonas, hembras guerreras de las que nos dio primera noticia el historiador Herodoto. El nombre proviene del vocablo griego "mazós", que significa seno, precedido de la letra "a", privativa, o sea, sin teta. Desde la infancia, las quemaban, cortaban o comprimían un pecho, suponiendo que fuese en consonancia con su condición de diestra o zurda, para poder manejar el arco y clavar la flecha donde ponían el ojo.

Se bastaban a sí mismas, salvo en una cosa, hoy también resuelta con la fecundación artificial: cada primavera buscaban hombres para quedar preñadas. Si de la unión resultaba un niño, se lo devolvían al padre, y que se ocupara de él; si una nena, permanecía en la tribu hasta llegar a ser otra amazona de pro. Aquello, con la perspectiva de la historia, fue una experiencia que no tuvo futuro, pero hoy prevalezca la profunda y sabia enseñanza, que no será otra que la diferenciación de los sexos, aunque a partir de poco les toque a ellas la primacía. Si es así, como en el fondo deseo, ya se pueden despedir los machos de la inmerecida preponderancia social hasta la consumación de los siglos.

Reflexión hecha, será conveniente y beneficioso que al niño, al infante se le inculque, desde que abandona la cuna, no la igualdad de sexos, sino a distinguir la diferencia y que sepan comportarse como individuos pertenecientes a una minoría oprimida en un territorio despótico.

Correlativamente deben ser imbuidas las niñas de la conquistada posición, y que ambos convivan conscientes de su debilidad, su fortaleza, derechos y servidumbres cuanto más objetivamente distintos se consideren.

He de decir, desde la propia experiencia, más corta que mis años, que las mujeres que conocí y que han triunfado sobre el hombre o los hombres que tuvieron cerca, nunca fueron -o parecieron- de carácter fuerte y discutidor, polemista y disputante. Jamás se pusieron a la altura de quien pretendiera dominarlas, simplemente actuaban con la infinita fortaleza de quienes saben que, al fin, saldrán triunfantes.

Una vieja amiga me ganó todas las partidas, porque ella sabía a lo que jugábamos y jugábamos a lo que ella quería. Siempre acertaba, porque desde niña la enseñaron las discrepancias intersexuales y retuvo una de las lecciones subliminales: apostar sobre seguro, cobrar cuando se gana y no pagar, si es posible, cuando se pierde. Nada de homologaciones. Para terminar esta especie de cuento prenavideño, no me hago responsable de las desafortunadas opiniones aquí vertidas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_