Hartos de ser los últimos
Madarcos, en la sierra norte, es el municipio con menor renta 'per cápita' de la región
Un viejo reloj-termómetro, en lo alto de un mástil de tres metros de altura, preside una de las calles de Madarcos, en la sierra norte de la región. El aparato, que algún día debió de lucir en una calle de Madrid, está completamente roto. Los números del reloj están inservibles, pero, inexplicablemente, el armatoste está colocado en uno de los lugares más visibles del pueblo. "Lleva ahí dos años y nunca ha funcionado", cuenta un residente de esta localidad de tan sólo 38 habitantes y a 85 kilómetros de Madrid.
En Madarcos hay un reloj-termómetro que no funciona; dos bares que a diario están cerrados y unas calles por las que no cruza un alma. Los perros son los únicos que pasean en un lugar que aún conserva una plaza con el nombre del Generalísimo. El autobús pasa cada dos horas y en la puerta de la iglesia hay un cartel que anuncia un concierto del pasado verano. Nadie usa la canasta de baloncesto ni las porterías de fútbol porque no hay niños, ni tampoco adolescentes. Como no hay tiendas, muchos consumen sus propios cultivos.
25 hombres y 13 mujeres, la mayoría jubilados, habitan el pueblo
"Aquí no hay nadie, la gente joven no se puede quedar; todos se van a Buitrago", cuenta Juan Alberto, de 27 años, y uno de los dos únicos menores de 30 años que hay en el municipio. Los vecinos de Madarcos, 25 hombres y 13 mujeres, la mayoría jubilados, aseguran que están hartos de tener colgado el sambenito del pueblo más pobre o el más pequeño de la región. La renta per cápita es menor de 7.000 euros. Y la mayoría, cuando se les pregunta su opinión, contestan lo mismo: "Vaya usted a ver al alcalde y hable con él, es la casa de la puerta de aluminio".
"El alcalde no quiere hablar, dice que está harto y que todo eso de que el pueblo es el más pobre es mentira", responde a la puerta de dicha casa un familiar de Baltasar de la Vega (PP), alcalde del municipio desde hace más de 20 años.
Los hermanos Samuel y Rubén Benquesús se dedican a rehabilitar casas en Madarcos y, dicen que comprenden el carácter cerrado de los vecinos. "La estadística está mal; no es cierto que aquí la gente sea pobre; no pasan hambre, sólo son jubilados. Y muchos están hartos de los abusos, hay turistas que vienen aquí y exigen dormir en las casas", aseguran.
Mientras, en la plaza, Rosa María Muñoz de la Torre espera a que pase el autobús. Ella trabaja desde agosto limpiando las calles de Madarcos y, acostumbrada a la soledad, utiliza mucho la frase "de cabo a rabo" para ilustrar las largas esperas. "Aquí pasa el autobús de cabo a rabo" o "te encuentras un alma de cabo a rabo", dice. "A mí se me cae el pueblo encima, la gente es muy suya y hace mucha vida dentro de casa", explica. El autobús no llega, pero Rosa María tiene suerte porque Roberto Ubero, otro vecino de Ganduyas, que sólo ha ido a Madarcos "a comprar chotos" pasa en su todoterreno y se la lleva. El pueblo se vuelve a quedar vacío.
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