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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Goering quiere un cuadro

J. Ernesto Ayala-Dip

La nueva novela del escritor Eduard Márquez (Barcelona, 1960), a diferencia de sus dos novelas anteriores (Cinco noches de febrero y El silencio de los árboles), posee un ámbito histórico y espacial definido. Así y todo, La decisión de Brandes nos sigue pareciendo una novela urgida por cierta voluntad atemporal. Como si no radicando su argumento en el presente, se confiara en el potencial metafórico de su materia narrativa para hablarnos de él. Posiblemente Eduard Márquez crea que así se neutralizan los peligros del costumbrismo o provincianismo. Sería un argumento respetable, pero dudo que en la novela que nos convoca los resultados de su aplicación hayan sido los propuestos. En Cinco noches de febrero, esa indeterminación paisajística y temporal redundaba en la eficacia emocional y lírica de la novela: se trataba de una historia de amor concebida con originalidad y una tensión narrativa que no dejaba lugar a la autocomplacencia estilística.

LA DECISIÓN DE BRANDES

Eduard Márquez

Traducción de Ramón Minguillón Cabezas

Alianza. Madrid, 2006

173 páginas. 13 euros

La decisión de Brandes es la

historia contada en primera persona de un pintor, Brandes, que va posponiendo indefinidamente los requerimientos de un enviado del mismísimo Hermann Goering, tan amante, como se sabe, de los expolios pictóricos. El enviado quiere para su amo un cuadro de Lucas Cranach que obra en poder de Brandes. Esta circunstancia le sirve a Márquez para poner en boca de su narrador algunas ideas sobre la pintura. Pero contra lo que a primera vista parecía, el asunto central de la novela no es la significación estética-moral que se podía esconder detrás de aquel dibujo argumental, porque de la memoria de Brandes se desprenden otros hilos argumentales. Y es de suponer que también otras consecuencias especulativas.

Así, Brandes recuerda su experiencia en las trincheras de la Gran Guerra; recuerda la muerte de su segunda mujer, Alma; recuerda a su primera mujer, Erika, una especie de futura comisaria política nazi contra el arte de vanguardia; recuerda y sabemos, que a la postre, Erika y el hijo de ambos, Konrad, murieron en los bombardeos de Dresde. No faltan tampoco los campos de exterminio nazis, en donde estuvo Alma y logró salvarse (una reflexión sobre los remordimientos de los supervivientes en boca de Alma, no denotan precisamente originalidad una vez leído a Primo Levi). Al final parece que Eduard Márquez escribió una novela sobre el sufrimiento humano. Digo parece, pero no estoy muy seguro. Yo creo que el excelente autor de Cinco noches de febrero, esta vez no acierta a dominar su materia. Qué sentido tiene, a estas alturas, escribir sobre las trincheras de la Primera Guerra Mundial, cuando ello nos los resuelve magistralmente Erich Maria Remarke en su inolvidable Sin novedad en el frente. Toda la capacidad elíptica de su primera novela no la encontramos en ésta, que al final se vence hacia efectos melodramáticos y sentimentales de insuficiente verosimilitud artística.

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