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UN NEGOCIO CORROMPIDO Y VIOLENTO
Columna
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1. La corrupción

El espectáculo de masa por excelencia de nuestra contemporaneidad, el que tiene hoy mayor capacidad de movilización emocional colectiva y el que produce mayores adicciones televisivas, el fútbol, es antes que nada un macro negocio, dominado como tantos otros procesos actuales por la corrupción y la violencia. Un negocio en el que los vendedores son los clubs, la mercancía los partidos, los jugadores, y los compradores, los espectadores con esa franja incondicionalmente fiel que representan los socios, verdadera clientela cautiva, que son los fans que les vigilan y jalean. Pero el fútbol es sobre todo una extraordinaria estructura de merchandising en la que se vende de todo, un reino en el que los anunciantes y los esponsores dictan sus leyes y en el que los derechos de retransmisión televisiva han convertido este deporte en expresión cimera de la mundialización y en un fabuloso Eldorado. Su impresionante traducción económica televisiva roza los 10.000 millones de euros con una audiencia que en el último mundial en Francia superó la cifra acumulada de 40.000 millones de espectadores. Un fenómeno de esta magnitud, causa y efecto de su permanente superpresencia en los Medios de Comunicación, sufre con Rupert Murdoch y su cadena satélite Sky Sports una completa transformación que deja reducida casi a insignificancia la información en la prensa gráfica y escrita que algunos considerábamos ya agobiante.

Era imposible que un sector económico tan relevante quedase al margen de las perversiones que afectan al mundo de la economía en su conjunto. Y así ha sido. Desde los clubs, de los que el episodio italiano de los Pies Limpios ha revelado los fraudes, comenzando por sus grandes protagonistas -el Juventus, la Fiorentina, el Lazio de Roma- retrogradados y penalizados con castigos que fueron vergonzosamente atenuados en un segundo momento. Pero en cualquier caso quedó claro que el Juventus, por obra de su director general, Luciano Moggi, preparaba la designación de árbitros favorables a su equipo, y que el club había sistematizado el uso de la creatinina así como las transfusiones de sangre para dopar a sus jugadores. Sin olvidar la lista de 281 medicamentos que figuraban en la farmacopea del equipo. Corrupción a la que parece no escapar ningún país. En Alemania 23 partidos jugados de abril a diciembre del 2004 fueron arreglados, según se vio en el correspondiente proceso judicial, para favorecer una sociedad de apuestas deportivas, proceso que puso de relieve la práctica de los penaltis inexistentes y de la tarifa de los árbitros vendido, que era de 30.000 euros. En Polonia el precio disminuye y se sitúa en 24.000 euros por partido y arbitro para reducirse a 1.800 euros (10.000 rands) en África del Sur donde la operación dribble permitió encarcelar a 22 personas implicadas en el tráfico de partidos. Los jugadores no son tampoco ajenos a estas practicas y su precio varía en función del nivel de vida de sus países: en Vietnam 4 jugadores internacionales fueron encarcelados por haber dejado ganar a Birmania contra 1.095 euros mientras en Belgica dejarse ganar cuesta 25.000 euros por jugador convertido y en Italia la retribución al Venecia por haber perdido y posibilitado el ascenso del Genova a primera división fue de 250.000 euros. En el caso del Valenciennes-Marseille, Bernard Tapie, entonces su presidente, contó antes del partido que había negociado el resultado, lo que les aseguraba jugar contra el Milan y eventualmente ganar la Copa de Europa. Como así sucedió y relata Jean-Jacques Eydelie antiguo jugador del Marsella en su libro Je ne joue plus (Ya no juego). El escándalo del Gondomar trata del ascenso del equipo de dicha ciudad de la mano de su alcalde y Presidente de la Liga Nacional Portuguesa, Valentin Loureiro, acusado de 25 crímenes de corrupción. Todo esto conjuntamente con el tumulto financiero que significa el traspaso internacional de jugadores instala la corrupción del todo vale si se gana, en el deporte futbolístico.

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