Los hechos, según y cómo
La lucha por el liderazgo político, ha escrito Richard Rorty, es, en realidad, una lucha por el relato del pasado. La observación de Rorty explicaría lo que viene ocurriendo en España, a condición de que la extensión del pasado abarque no sólo las épocas más remotas, sino también los acontecimientos del día anterior. Es como si para llevar la lucha por el liderazgo político hasta los más recónditos rincones, para abrir todos los frentes, se hubiera terminado por convertir en pasado toda la realidad, desde la más alejada a la más próxima. En pasado incierto además de asfixiante, siempre pendiente de clarificación, siempre a la espera de confirmación definitiva, como si hubiesen caducado de golpe todas las certezas y, al mismo tiempo, se hubiesen embotado los sentidos que permiten distinguir los hechos probados de las suposiciones e, incluso, la verdad de la mentira. Desde los atentados del 11 de marzo hasta la guerra de los vídeos, pasando por la inmigración o la corrupción urbanística: la pregunta que subyace en el debate político no es qué hacer de ahora en adelante, sino establecer qué hizo en su día el adversario.
Se produce, así, la paradoja de que la actualidad política no es más que una glosa inacabable de las cosas que pasaron, un permanente ajuste de cuentas sobre lo que fue o no fue, sobre lo que ocurrió o no ocurrió, sobre lo que se dijo o no se dijo, como si el tiempo hubiera de detenerse a la espera de que se alcance un acuerdo acerca de lo que ya, ni es, ni probablemente importa a nadie. Un acuerdo, por lo demás, imposible, porque no respondería a ninguna disposición al diálogo, sino a la claudicación, a la dimisión de la verdad. Es insensato pretender que se encuentre un punto medio con quien dice que es de día a sabiendas de que es de noche. De ahí las altas dosis de propaganda que se administran a los ciudadanos que tan sólo pretendan informarse. De ahí, también, que no existan fronteras reconocibles entre la prensa sensacionalista y la prensa de referencia, que valga lo mismo una tertulia entre periodistas que un debate entre responsables políticos, un rumor extendido a través de los foros de internet que una declaración solemne realizada por quien encarna una institución. Al final, si aprovecha para el relato del pasado, cualquier aportación es siempre bienvenida.
Por el contexto en el que Rorty escribe estas palabras se sobrentiende que el relato al que se refiere es el que otorga la legitimidad, el fundamento último a un Gobierno o a un régimen político. No es un relato que haya que manosear día tras día, sometiéndolo a rotundos desmentidos y a confirmaciones airadas cada vez que se pronuncia un responsable de la oposición o del Ejecutivo, cada vez que se transmite una información en un medio. Por esta vía de poner el relato del pasado constantemente bajo sospecha, y de ampliar la extensión del pasado desde el origen de los tiempos hasta la víspera, puede que al final se acabe creyendo que, en democracia, se discute sobre la legitimidad de quien gobierna para gobernar, y no sobre la idoneidad de sus políticas, según parecen transmitir algunos discursos. Pero aunque se estuviera lejos de ese momento, algo de lo que no siempre se puede estar seguro, seguir dándole vueltas y más vueltas a lo que fue o no fue tiene un efecto inmediato, y que recuerda a una auténtica perversión del conocimiento. Por lo general, se debate para establecer las interpretaciones de los hechos, pero no los hechos mismos, que son los que son. En España hoy es lo contrario, se debate para establecer los hechos, porque las interpretaciones han llegado a ser inamovibles, casi minerales. Son las interpretaciones las que son, y los hechos, según y cómo.
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