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Reportaje:

Calderón, después de la batalla

El nuevo presidente de México debe tomar medidas urgentes en un país dividido

La tumultuosa toma de posesión de Felipe Calderón como presidente de la República selló el viernes el conflicto electoral más prolongado de la historia de México. Comienza una etapa en la que el nuevo gobernante está obligado a tomar con extrema urgencia medidas de impacto que den alguna esperanza a los millones de mexicanos decepcionados y olvidados por los políticos.

La polarización y el enfrentamiento que ha vivido México en los cinco meses que transcurrieron desde la cuestionada elección presidencial del 2 de julio, tuvo su último exponente en las violentas disputas en la Cámara de Diputados, donde legisladores oficialistas del Partido Acción Nacional (PAN), conservador, y opositores del Partido de la Revolución Democrática (PRD), izquierda, convirtieron la sala de sesiones en un cuadrilátero de boxeo y más tarde en un campamento.

Inseguridad, pobreza y desempleo son las tres prioridades del nuevo mandatario

Los graves incidentes que rodearon la toma de posesión del nuevo presidente reflejan la gravedad de la crisis política mexicana, y el profundo agravio de un amplio sector de la sociedad que no se siente representado por el nuevo inquilino de la residencia de Los Pinos. Apenas 233.831 votos separaron al ganador de los comicios del derrotado Andrés Manuel López Obrador, según el tribunal electoral.

Calderón reconoció en su primer discurso que no hay tiempo que perder. Mencionó la inseguridad, la pobreza y el desempleo como sus tres prioridades, y anunció un plan de austeridad que tiene puntos en común con el que propone su adversario López Obrador.

El énfasis en la política social, con el mantenimiento de los programas asistenciales, persigue, sin duda, atraer la atención de los sectores más pobres y de quienes más desconfían del nuevo presidente. El plan de una reestructuración de los cuerpos de seguridad y el anuncio de firmeza en la lucha contra la delincuencia y el crimen organizado es una reclamación generalizada. Qué decir de la falta del empleo, causa principal de la enorme fractura social en todo el continente latinoamericano.

La ausencia más significativa en el discurso de Calderón fue que no hubo una sola mención al poder de los monopolios, tanto públicos como privados. Llamó la atención el silencio en este punto, máxime cuando desde el equipo económico del Gobierno se han transmitido mensajes en el sentido de que para lograr mayor crecimiento hace falta más competencia, y en este punto los grandes grupos monopólicos son un obstáculo.

Un estudio del Banco Mundial titulado La trampa de la desigualdad y su vínculo con el bajo crecimiento revela que tener sectores protegidos propicia la desigualdad. "Los trabajadores que están en sectores protegidos ganan más que el resto de la población, y en el último sexenio el índice de crecimiento en dichos sectores fue mucho más alto que el promedio de la economía mexicana", señala el informe. Según el Banco Mundial, la riqueza de los multimillonarios mexicanos, como porcentaje del PIB, es una de las más altas del mundo (6%), y supera al Reino Unido y a Japón. Sus ingresos al cierre del ejercicio de 2006 fueron 14.000 veces superiores al promedio de los mexicanos.

El 24% de los casos de abuso de poder monopolístico en México fue realizado por empresas controladas por los más ricos de la lista de Forbes. El documento pone de relieve la debilidad de la Comisión Federal de Competencia Económica (CFC) a la hora de controlar a las empresas dominantes.

Los monopolios en sectores como las telecomunicaciones ofrecen cifras escandalosas: el proveedor de telefonía móvil Telcel, de Carlos Slim, concentra el 80% de la cuota de mercado, el porcentaje más alto de las principales 30 economías del planeta. México es el cuarto país con las tarifas telefónicas más caras para las empresas, sólo superado por la República Checa, Turquía y Polonia.

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