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Una española en el despacho de Berezovski

Cristina López, una gallega de Porriño de 31 años que hace dos meses se trasladó a Londres para vivir con su novio surafricano, se ha convertido en noticia por el simple hecho de sentarse en dos sillones de terciopelo color crema en las oficinas del oligarca ruso Borís Berezovski. Cristina, que enseguida encontró trabajo en su compleja especialización informática, la domótica, pasó casi 32 horas entre el 8 y el 14 de noviembre poniendo al día los mandos a distancia que permiten coordinar desde cualquier lugar de la amplia oficina las numerosas pantallas de plasma del lugar, vídeos, DVD, cortinas, ordenadores y todo tipo de aparatos electrónicos.

El problema es que en esos lujosos sillones estuvo también sentado el ex agente ruso Alexander Litvinenko, que solía pasar a menudo por el despacho de Berezovski. La policía detectó en ellos días atrás restos radiactivos de polonio 210. En uno en particular, el del despacho privado del magnate, Cristina pasó muchas horas sentada, comprobando el funcionamiento del mando en la gigantesca pantalla de plasma colgada de la pared, enfrente del sillón.

El padre de la joven le envió un email el lunes, medio en broma medio en serio, advirtiéndole de que se habían detectado radiaciones en el despacho de un ruso llamado Borís Berezovski en Londres. Cristina se acordó de que el dueño de las oficinas en las que había estado trabajando se llamaba Borís y se fue a Google para ver si correspondía con las fotos que había en su despacho, incluida una en la que ella asegura que aparece con el presidente ruso, Vladímir Putin, los dos relajados y en camiseta deportiva a pesar de que son enemigos jurados.

El número 348

"Me di un susto tremendo", recuerda con la mirada algo perdida mientras picotea de mala gana calamares fritos y raviolis con salvia en un restaurante sardo de su barrio, Kentish Town. Aunque afirma que ya no está preocupada, parece algo ansiosa y sólo recuperará la calma absoluta cuando reciba los resultados de los análisis de orina que se ha hecho. "Me han dicho que tardarán tres semanas porque son complejos y requieren cierto tiempo y porque estoy en una larga cola. ¡Tengo el número 348!", exclama extendiendo el papel que le dieron en el ambulatorio de Pimlico al que fue a visitarse.

El papel en realidad dice que es el número 348 de los visitantes del número 7 de Down Street, donde están las oficinas de Berezovski, lo que da a entender que son muchísimos más los que están siendo sometidos a análisis a pesar de que el Gobierno está haciendo creer que no llegan al centenar.

Cristina está contenta del trato que le han dado las autoridades británicas. Aunque ella se enteró por casualidad de que podía estar contaminada, las autoridades habían contactado casi al mismo tiempo con su compañía, Startide, radicada en Tottenham, al norte de Londres. En el ambulatorio le explicaron que es muy difícil que esté contaminada porque no tuvo contacto directo con Litvinenko, que tenía que ducharse antes de recolectar la muestra de 24 horas de orina para asegurarse de que no la adulteraba con restos radiactivos en la piel y que les avisara si tenía náuseas, jaquecas fuertes o le sangraban las encías. "No he tenido ningún síntoma y si tuviera algo ya la habría notado", dice.

Mientras, la familia de Cristina López, que vive en el municipio pontevedrés de O Porriño, afronta con tensa calma las tres semanas de espera que restan hasta que la Agencia de Protección de la Salud revele los resultados de las pruebas, informa Lara Varela. "Ella nos tranquiliza mucho. Hoy mismo me llamó y está perfectamente", asegura la madre de la joven ingeniera, María de la Medalla Milagrosa, Mili.

Los padres y el hermano de Cristina López reconocen que se han tomado la situación "con cierto cachondeo" y señalan que la mayor nota de locura la han puesto los medios de comunicación: "Esto ha sido un bombardeo", explica.

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