Mao, comisario político-social
Lisandro Pérez y sus huestes radicales de la barriada caraqueña 23 de Enero mantienen a raya a los opositores de Hugo Chávez
El miliciano Lisandro Pérez, Mao, y sus lugartenientes tocaron a rebato en los cerros de la barriada 23 de Enero, el día 12 de abril del año 2002 entre gallos y medianoche, consumado el golpe cívico-militar contra Hugo Chávez. Una enardecida marea bolivariana, con gente armada entre sus filas, corrió hacia el Palacio de Miraflores exigiendo el regreso del presidente. "Hasta un malandro [delincuente] me paró para ofrecerme una caja de balas". Chávez recuperó el poder el 13, y Mao acabó siendo nombrado jefe civil de la Casa del Poder Popular del arrabal caraqueño, habitado por 700.000 personas, bastión del chavismo. Desde hace días, este ex guerrillero urbano de los setenta, y los emisarios a sus órdenes, visitan los domicilios de los opositores contrarrevolucionarios para advertirles que no se les ocurra alborotar las calles cuando el presidente gane las elecciones. "Y por supuesto que las va a ganar este domingo. Aquí nadie nos tumba el proceso", asegura Pérez, fundador del Frente de Resistencia Popular Tupamaro.
Al igual que el 23 de Enero, grupos de choque del gubernamental Movimiento Quinta República (MVR), acechan en todo el territorio nacional las sedes opositoras, que hablan de un fraude electoral en ciernes. Las milicias actuarán si reciben la orden de hacerlo. No en vano, Hugo Chávez admitió este jueves que los servicios de inteligencia escrutan los movimientos de los opositores "fascistas". Los aborrece Lisandro Pérez, de 47 años, marxista-leninista y estudioso del líder chino Mao Zedong desde que le salieron los dientes políticos. "Primero la patria, antes que la familia. Muero por esta revolución". Los iconos más queridos: Chávez, Fidel Castro o el Che Guevara, cuelgan de las paredes de su despacho; también, una requisitoria policial del año 1992 que le identifica como jefe de los "grupos terroristas en el 23 de Enero, donde vive". Todo cambió en Venezuela el 6 de diciembre de 1998, cuando el ex teniente Hugo Chávez, golpista seis años antes contra la presidencia de Carlos Andrés Pérez, comenzó a voltear las instituciones del bipartidismo imperante durante cuarenta años. Hace dos, Mao recibió la misión de dirigir el asilvestrado distrito del oeste capitalino, donde la oposición apenas tiene espacio para el proselitismo. "Somos muy severos con ellos si quieren molestar nuestro trabajo asistencial con los pobres", dice José Urbina, de 42 años, que viajará a Cuba para curar los destrozos del balazo que le reventó la nariz y un ojo.
La catarsis de Chávez hubiera cobrado un mayor ritmo, hacia la colectivización, de ser conducida por el émulo venezolano del camarada Mao. "La gente preconiza aquí la revolución de los desposeídos contra los que se han hecho ricos con la explotación de sus semejantes", subraya Lisandro Pérez. "¿Cómo lo puedo demostrar? Pues con el caso de PDVSA (Petróleos de Venezuela), que es del Estado, donde existía una élite que se consideraba propietaria de la empresa. Esos directivos ganaban 55.000 dólares al mes mientras el pueblo no llegaba a los 100 dólares". Chávez, según agradece el experto en lucha callejera, activó en Venezuela el debate político-ideológico. "Él nunca ha dicho que es marxista o comunista. Sólo aboga por los pensamientos progresistas con el individuo".
La determinación del comisario Mao en la defensa del igualitarismo es aplicada en la vigilancia de la barriada, de la que la policía metropolitana fue expulsada de sus calles con cargos de corrupción y complicidad con el anterior alcalde de Caracas, opositor. La ley es otra. "Hemos tenido que ajusticiar, previo juicio popular, a algún delincuente muy peligroso que no nos escuchó", confiesa un miembro de los cerca de 30 grupos, de 70 personas cada uno, encargados de ordenar la vida vecinal. Los grupos de Mao controlan todo: la expedición de documentos y certificados oficiales, el funcionamiento de los programas y sociales y la organización de mítines. "Aquí vienen con quejas de violencia contra las mujeres, contra los niños, o por atracos, pero muy pocos", agrega Urbina. "Primero se advierte al delincuente que no haga fechorías, y tratamos de integrarlo, con un amor que igual nunca ha tenido", agrega Urbina. "Si no atiende, pues se toman medidas más duras. Este es el lugar más seguro de Venezuela".
Lo será, pero el taxista que nos acercó al barrio admitió su miedo al hampa circundante. Lisandro Pérez la conoce bien. Las pandillas acudieron a la Casa del Poder Popular a concertar su espacio de actuación. "Y yo se lo he dado", reconoce el jefe civil. "Fue positivo. Hemos minimizado la violencia, y la comunidad vive más cómodamente. ¡Ah, ¿qué somos cómplices del narcotráfico aquí? No. Les hemos dado duro, pero no podemos con todo. Es un problema internacional".
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