Trazos de niños en la guerra
La Biblioteca Nacional expone un centenar de dibujos infantiles de la contienda civil
Los niños menores de cinco años, en sus dibujos, muy raramente asientan a sus personajes sobre el suelo. El mundo de inocencia en el que viven carece de límites, por lo cual los personajes infantiles vuelan, muestran tamaños desmesurados y rompen cualquier idea de tiempo. En esa irresponsabilidad reside el contenido gozoso de esa edad, considerada inocente y tierna, según explican educadores como Pilar G. Cendoya, maestra de varios millares de niños en un colegio madrileño. Sin embargo, en Madrid, se muestra ahora una amplia colección de dibujos infantiles donde casi todos los personajes tienen los pies sobre el suelo. ¿Qué hizo que casi todos los niños que los pintaron, dejaran de mantenerlos flotando por doquier?
La Biblioteca Nacional ha expurgado sus archivos y tras hallar los 1.172 dibujos realizados por niños españoles durante la última contienda hispano-española, ha seleccionado el mejor de cada 10 de ellos; con los 150 reunidos, los exhibe conjuntamente en la exposición A pesar de todo dibujan: la Guerra Civil vista por los niños.
Esta muestra, cuyos comisarios son Alicia Alted, Roger González y María José Millán, ilustra a los visitantes sobre la mirada de otros tantos niños que vivieron de cerca la conflagración. Muchos de ellos fueron evacuados a zonas de retaguardia, sobre todo Valencia y Murcia, adonde sus padres los alejaron para apartarles de los temibles bombardeos con los que la Luftwafe hitleriana, intentaba bestialmente sojuzgar a las grandes ciudades republicanas, en un ensayo general de lo que, poco después, practicaría sobre el corazón de Europa.
En todos los dibujos infantiles en los que aparecen aviones, la mitad de ellos exhiben esvásticas nazis en sus fuselajes. "Para los niños, los aviones despertaban siempre una sensación de fascinación y miedo, simultáneamente", explica la comisaria de la muestra, María José Millán.
Uno de los niños que pintó aquellos dibujos, Carlos Sanz, hoy octogenario, se hallaba ayer en la exposición. "¿Cómo no voy a recordar las bombas de aquellas pavas gigantes (trimotores bombarderos)?", responde. "Yo tenía once años; estudiaba en el colegio Joaquín Sorolla de Madrid; no sé si fue en la escuela o en el balneario donde pinté este dibujo que aquí se expone. Lo cierto es que había sido evacuado al área de Játiva, a un balneario en Bellús, a unos dos kilómetros de la ciudad. Me alojaron en una colonia infantil donde era feliz; pero, un día, los aviones vinieron; cruzaron por encima de la Montaña del Elefante y lanzaron su carga sobre un tren militar; mis compañeros me contaron que los cuerpos de los que viajaban en el convoy quedaron esparcidos por las copas de los árboles", explica. "Nunca lo olvidé". El suyo fue un bello dibujo: una casa, un campo, calma y serenidad: "Con el tiempo me hice pintor, y trabajé 35 años como decorador en el hotel Plaza", explica.
Gervasia Díez, madrileña, a sus 81 años no parece haber perdido la alegría infantil, que recuerda al evocar aquellas jornadas en que fuera evacuada desde Madrid hacia la villa valenciana de Sueca. "Yo vivía en el barrio de la Prosperidad. Cuando nos dijeron que los niños nos marchábamos, mi madre nos hizo unos trajecitos con cortinas fruncidas; mi padre, que estaba en la retaguardia, nos acercó hasta la estación en coche. No paramos de llorar. Pero al llegar, descubrí con sorpresa que la vida era feliz. Este dibujo mío", explica, "representa el edificio de la colonia de Sueca donde estuve... pero le falta una torre", comenta. "La felicidad sólo se me esfumaba cuando nos daban noticias de bombardeos sobre Madrid. Han bombardeado la Prospe, me decían y yo me llevaba unos sofocos soberbios".
Para Arturo Matarranz, vecino de la calle de Zurbarán, hoy de 80 años, aquellos días fueron inolvidables. "Me enviaron a la provincia de Murcia, a una finca llamada La Pineda, en El Palmar. Era de un lujo enorme: tenía incluso capilla y estaba vigilada por guardeses. Creo que pertenecía al inventor del autogiro, De la Cierva. Aquello era para mí la eterna felicidad", cuenta. Su dibujo provoca en él una sonrisa: "Es la Cenicienta, con su gorro y su varita mágica", comenta.
Recordaba la angustia sufrida en Madrid, cuando las pavas "aquellos horribles trimotores" descargaban sus bombas y la alternativa era bien el sótano de casa o bien el metro. Entonces, los niños de Madrid y de otras ciudades conocían cómo proseguir sus juegos si se hallaban en la calle. Aquí, buscaban guarecerse bajo las fachadas situadas de espaldas a la Casa de Campo, desde donde la artillería de Franco no cejaba de disparar cada día.
La exposición ha sido dividida en secciones. Una de ellas habla de la politización de los niños, que un cartel anarquista intenta combatir: "No envenenéis a la infancia", dice.
En otra sección se da cuenta de sendas colecciones de dibujos de niños de la Guerra Civil, existentes en las universidades de Columbia y La Joya, en Estados Unidos. Las gentes que se solidarizaban con la causa republicana adquirían aquellos dibujos como expresión de apoyo con quienes en mayor medida sufrían aquellos bombardeos.
Su ejemplo vivo se encuentra en un dibujo que la muestra de la Biblioteca Nacional exhibe. Es una superficie rectangular totalmente llena de círculos, cientos de círculos. En un extremo superior, surge un cuerpecillo humano tumbado en el suelo. Tiene la carita mirando a quien observa el dibujo. Está muerto. Todo su contorno son bombas. Su autor se llamaba Jesús Martín. Pese a lo que acababa de contemplar, la guerra no impidió que retuviera -flotando- a su pequeño personaje muerto bajo las bombas. Tenía unos cinco años. Hoy, hubiera sonreído, quizá, sollozado, al ver su dibujo, al que la guerra no arrebató la inocencia.
A pesar de todo dibujan. Biblioteca Nacional (paseo de Recoletos, 20-22). Hasta el 18 de febrero. www.bne.es
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