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Reportaje:

La maldición de los Strojan

La persecución de una familia gitana destapa los problemas de las minorías en Eslovenia

Guillermo Altares

La imagen pertenece a una Europa de otros tiempos. Una turba se concentra ante un asentamiento gitano cuyos habitantes, en su mayoría mujeres y niños, tienen que huir al bosque. Pero esto no ha sido más que el principio de un problema que, tras crecer como una bola de nieve, se ha convertido en uno de los mayores escándalos que ha vivido Eslovenia, en el que ya ha intervenido el comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa.

Cuando la policía evacuó a los Strojan a un cochambroso centro de refugiados situado en un antiguo cuartel militar de Postojna, en el sur del país, no podía imaginar hasta dónde se iban a complicar las cosas. Desde hace un mes, basta con que llegue el rumor de que esa familia gitana de 30 miembros pueda instalarse para que los posibles pueblos de acogida se rebelen. "En toda Eslovenia ocurre lo mismo: en cuanto se habla de que vamos a ir, la gente levanta barricadas", explica Mirko Strojan, de 30 años, el cabeza de familia, en la habitación que comparte con otras seis personas, varios perros, una cocina y la televisión.

La semana pasada el alcalde de Liubliana, Zoran Jankovic, tuvo que enfrentarse a todo tipo de improperios en una localidad cercana a la capital a la que iban a trasladarlos. Los habitantes ya habían bloqueado con tractores el acceso a la posible casa de acogida. "No van a venir, lo consigamos por las buenas o por las malas", asegura un hombre de unos 60 años a pocos metros de la vivienda. Ante la presión popular, el Ayuntamiento retiró la invitación y las cosas se complicaron todavía más: los Strojan, hartos, decidieron volver a su casa y abandonaron el centro de refugiados el sábado por la noche. Los habitantes de Ambrus se amotinaron y sólo la intervención del primer ministro, Janez Jansa, logró que las aguas volviesen a su cauce, aunque con la situación mucho más emponzoñada.

"Si una autoridad escucha a una multitud y traslada a personas sin una decisión judicial, esto puede convertirse en un ejemplo de manual para otros futuros incidentes", explica Matjaz Hanzek, el defensor del pueblo esloveno. El asentamiento de la familia Strojan permanece vigilado por los habitantes del cercano pueblo de Ambrus que detectan cualquier movimiento extraño. Todavía hay ropa tendida, mientras que las gallinas y las ocas abandonadas corren entre las casuchas construidas ilegalmente.

Ambrus, un apacible pueblo del centro de Eslovenia, de 500 habitantes, se ha llenado de silencios y miradas desconfiadas. Acusan a los Strojan de ser unos delincuentes -tres de sus miembros están en prisión-, de envenenar el agua y recuerdan que el incidente que desató el conato de pogromo fue una paliza a un habitante de la localidad, que ahora se encuentra en coma, por parte de un hombre que vivía con los gitanos. La manifestación de unas 600 personas, que pudo convertirse en violenta si no llega a ser por el contundente despliegue policial, fue transmitida en directo por la televisión.

El incidente de Ambrus demuestra que en Los 25 no se han solucionado los problemas de convivencia multicultural, ni siquiera entre sus miembros más avanzados. Con dos millones de habitantes, Eslovenia, una antigua república yugoslava que entró en la UE en mayo de 2004, se prepara para ingresar en el euro el 1 de enero y para presidir La Unión en el primer semestre de 2008. Según reconoce Jozek Horvat, presidente de la Unión Romaní de Eslovenia, este país tiene la legislación más avanzada de Europa central y oriental en lo referente a la integración de los gitanos (unos 10.000).

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Bozidar Jezernik, decano de la Facultad de Letras de Liubliana y un etnólogo experto en la cultura romaní, conoce muy bien la historia de la familia Strojan, formada por tres hombres, seis mujeres (entre ellas la matrona, Elka, de 55 años) y el resto niños de hasta cinco meses. "La región de Ambrus tiene una vieja tradición de xenofobia", relata Jezernik. El padre de la familia era un nómada que, junto a su mujer, se dedicaba a recoger hierbas y setas y luego a venderlas. Pero, con la hiperinflación yugoslava de los ochenta, ganó mucho dinero en divisas al vender sus setas en Italia. Y, al prosperar, trató de comprar una casa en el pueblo, pero no le dejaron.

Sin embargo, tras su muerte, la familia sufrió una gran decadencia. Varios miembros acabaron en la cárcel y los incidentes se multiplicaron; hasta la noche del 23 de octubre, en la que huyeron al bosque tras la manifestación en Ambrus y luego fueron evacuados a Postojna. "La gente dice que somos unos racistas, pero no es verdad. La culpa la tiene el Gobierno que no hizo nada a pesar de los problemas que siempre estaban creando", asegura un habitante de Ambrus. "Es el Gobierno el que provocó este desastre y sólo hay una solución: que vuelvan a sus casas con la protección necesaria", señala el Defensor del Pueblo.

"Es un asunto importante porque la UE trata precisamente de eso, de multiculturalidad", señala Horvat que, por otra parte, reconoce que el caso de la familia Strojan es muy especial por el carácter conflictivo del clan. "Europa se está convirtiendo en un lugar que no es el mejor para vivir. Lo grave de este incidente es que no es un hecho aislado: basta con ver lo que ocurre en Holanda o en Francia", asegura el sociólogo esloveno Rudy Rizman. "Creo que se ha producido una falla en los valores multiculturales de la UE", agrega.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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