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Reportaje:Los extranjeros en Euskadi

'Cafuringa' acaba con su angustia

Wilmer Gonzaga, de Ecuador, consigue legalizar su situación tras vivir 'sin papeles' durante cuatro años y medio en Hernani

Mikel Ormazabal

"Mi único delito fue marcharme de Ecuador para no morirme de hambre. No quería que mis hijos fuesen unos ladrones y mis hijas, unas prostitutas". Fue el 26 de marzo de 2002 cuando Wilmer Gonzaga abandonó Santo Domingo de los Colorados, en la provincia de Pichincha, para volver a abrazar a su esposa, Ghislaine Proaño, que un año antes hizo el mismo trayecto para instalarse en San Sebastián.

Hasta hace dos meses, durante cuatro años y medio, Wilmer ha vivido en la clandestinidad, oculto, invisible, en situación irregular. "Me daba mucho miedo salir de casa. Me atacaron los nervios y entré en una depresión. Llegué a tener malos pensamientos", afirma ahora que ya le han concedido la tarjeta de residencia por arraigo social, una autorización recogida en la ley de Extranjería y reservada para quienes pueden demostrar que llevan más de tres años en España, tienen trabajo y vínculos familiares.

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Wilmer vive feliz con Ghislaine y sus cinco hijos -Mª Belén, Wilmer Isaí, Sahid, Shyrley y Maira- en Hernani. "Ha merecido la pena emigrar y pasar tantas contrariedades", asegura Wilmer, a quien en su país le apodaban Cafuringa, por su parecido con el menudo ex futbolista brasileño. Su peripecia vital comenzó el día que salió de Ecuador acompañado de su hija mayor y con 3.000 dólares en el bolsillo que recibió de un prestamista. Dejó allí a otros cuatro retoños, con quienes no pudo reencontrarse hasta un año después, el 6 de febrero de 2003. Desde su llegada, Wilmer sólo ha trabajado periodos muy cortos: "Me encerré en casa, que acabó siendo una cárcel". La familia ha sobrevivido todo este tiempo con el salario de Ghislaine, quien conserva el empleo que logró a los 15 días de llegar aquí en 2001. Con su sueldo y los alimentos y la ropa que reciben de la Cruz Roja, Cáritas, la ONG Adra, la Iglesia Evangélica de Hernani y el Ayuntamiento de esta localidad han conseguido que a sus hijos "nunca les faltara comida ni estudios". Adra les dio en 2003 un anticipo de 3.000 euros para costear el viaje de sus cuatro hijos menores, y aún sigue devolviendo esa cantidad a plazos.

Wilmer y su familia sólo tienen palabras de agradecimiento "para todo el mundo", porque "nadie nos cerró la puerta. Nunca nos sentimos marginados". Están especialmente agradecidos a la asistenta social de Hernani y los abogados del servicio jurídico-social Heldu del Gobierno, sin cuya colaboración hubiera sido "imposible" que Wilmer tuviese hoy los papeles en regla.

Cuando Cafuringa decidió irse de Ecuador, tenía previsto dedicarse aquí a "lustrar zapatos" o a la "venta ambulante de periódicos", dos profesiones extintas en Euskadi. La realidad abortó todos sus planes. Hoy, reconoce, su futuro laboral tiene que ir por otros derroteros. Y en ello está: "Dispuesto a trabajar en lo que sea".

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Sobre la firma

Mikel Ormazabal
Corresponsal de EL PAÍS en el País Vasco, tarea que viene desempeñando durante los últimos 25 años. Se ocupa de la información sobre la actualidad política, económica y cultural vasca. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra en 1988. Comenzó su carrera profesional en Radiocadena Española y el diario Deia. Vive en San Sebastián.

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