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El proceso para el fin del terrorismo
Columna
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El mus de la tregua

Antonio Elorza

Esta tarde la Asociación de Víctimas del Terrorismo vuelve a convocar una manifestación de masas contra la negociación con ETA que intenta llevar adelante el Gobierno de Zapatero. Por fin ha quedado fuera de campo el tema-trampa del 11-M al cual aún hacía referencia anteayer Rajoy, comparándolo nada menos que con el misterio en que estuvo envuelto el asesinato de Kennedy. Para el presidente de la AVT, "donde de verdad está el meollo es en la excarcelación de presos", de manera que el objetivo principal de los manifestantes, amén de exhibir la oposición global al Gobierno, consiste en rechazar lo que los dirigentes de la agrupación llaman "la claudicación penal".

En realidad, se trata de oposición de principio, rígida e irreversible, contra la negociación como tal, lo que inevitablemente limita la eficacia del discurso crítico, al excluir toda posibilidad de unos tratos entre los representantes del Gobierno y los de ETA-Batasuna cuyo resultado fuera la normalización de la vida política en Euskadi, la mal llamada "paz". Y aun cuando los indicios fueran, como son, desfavorables, apuntando a concesiones excesivas del Gobierno, parecería más inteligente la postura de acompañar al "proceso" desde una posición vigilante y crítica, dado que hasta ahora ninguna de las actuaciones del Gobierno en este campo ha vulnerado los principios del orden constitucional ni la legislación penal. Paradójicamente, la sustitución de un apoyo crítico por la desautorización pura y simple desde el PP y desde la AVT amplía la posibilidad de acciones arbitrarias del Ejecutivo.

Tampoco tiene la culpa el Gobierno de Zapatero de que la dirección de ETA apunte por el momento a una ruptura del "alto el fuego" y a un regreso al terror. Su responsabilidad reside en no haber aprendido de la tregua de 1998, fijando en este caso con claridad los límites constitucionales con que debían tropezar las aspiraciones de ETA-Batasuna, con sus conocidas "autodeterminación" y "territorialidad", verdaderas señas de identidad política, aun a costa de asumir el riesgo de una suspensión de hostilidades más tardía: si ETA llegaba a ese punto no era por su conversión sincera en fuerza democrática, sino por el reconocimiento de las extremas dificultades con que se enfrentaba para proseguir la carrera terrorista después de lo sucedido entre 2001 y 2004. Por lo mismo, en los contactos pre-tregua los portavoces del Gobierno hubieran debido dejar claro que la voluntad de mejorar la suerte de los presos y apuntar a un acuerdo global en este terreno, había de hacerse estrictamente dentro de la ley, y que inevitablemente los grandes procesos sectoriales ya iniciados contra organizaciones de la constelación etarra tenían de modo inevitable que seguir su curso.

En su condición de intermediario, el fiscal general puede recomendar una aplicación menos dura en términos cuantitativos de la legislación penal, pero no saltarse ésta. La omisión del citado aviso acerca de los límites del "principio de oportunidad" está teniendo consecuencias muy graves. Por una parte, la cascada de juicios sirve de aliciente para atizar el rechazo de la negociación y la práctica de la violencia en los medios próximos a ETA, y entre los propios dirigentes. Por otra, ante esa presión y el miedo a que todo se derrumbe, desde el círculo del Gobierno se tiende a emitir señales de debilidad. Tendría gracia que por vía judicial quedase "probado" que las herriko tabernas no forman parte de Batasuna, por muchos testaferros que tengan, o que Jarrai-Segi-Haika son ajenas al entramado etarra. Pobre Ley de Partidos.

Desde aquel día feliz de marzo, la ventaja de ETA-Batasuna vino de su rápida percepción de que el Gobierno deseaba exhibir un éxito final en las negociaciones por encima de todo. Jugar al póquer descubierto cuando el adversario esconde las cartas pone de entrada las cosas más difíciles. Peor aun si la partida es de mus y un jugador, en este caso el Gobierno, deja ver su estrategia de ir avanzando punto a punto, así como su temor ante los faroles del otro. Dueños de la iniciativa, los etarras evitarán renunciar explícitamente a la violencia ni a aspiración alguna antes de sentarse en la mesa de negociación. Y si en ésta no van a obtener nada sustancial y se juzgan con recursos suficientes, tras un par de órdagos, romperán el juego.

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