Un año para un ecocardiograma
Una enferma de cáncer pide una prueba en octubre y es citada el mismo mes en 2007
Cada cierto tiempo, a Maite Cuesta Herrera, de 65 años, la encierran durante cuatro días en una habitación forrada de plomo. Durante ese tiempo no puede ver a nadie. "Es que me convierto en una bomba radiactiva", explica. Y es literal. Ahí le suministran yodo radiactivo y la aíslan del resto de pacientes del hospital hasta que se le pasa el efecto de la radiación.
Hace dos años sufrió un cáncer de tiroides. Tras pasearse por varias consultas, los médicos se lo detectaron y lograron extirpárselo. Pero los restos quirúrgicos a los que no pudieron acceder en la operación se los eliminan ahora con el farragoso y traumático tratamiento del yodo. El 22 de enero tiene cita para pasar otra vez por la habitación de plomo.
En el centro médico creen que la tardanza es extraña y que debe tratarse de un error
Maite toma una pastilla diaria de Eutiros, el medicamento que sustituye a la glándula del tiroides que le extirparon. "Sin ella no podría vivir", dice. Pero cuando debe realizarse algún rastreo para controlar los restos y el desarrollo de una posible metástasis, o cuando debe practicarse el propio tratamiento del yodo, ha de dejar de tomarla cuatro semanas. Durante ese periodo, puede experimentar síntomas como hinchazón del cuerpo, fatiga o taquicardia. La última vez, al hacerlo, le subió mucho la tensión y su corazón se disparó. "Visité al cardiólogo y me recomendó que me hiciera un ecocardiograma para estar seguros de que no era nada grave".
El resultado de esa prueba no condiciona el tratamiento que debe recibir en enero -"tengo que hacerlo salga lo que salga"-, pero sí que podría modificar la fase preparatoria y la de recuperación. El objetivo era avisar a su endocrino de cómo está su corazón antes de comenzar con el yodo.
Fue a su ambulatorio habitual y solicitó una cita para realizarse el ecocardiograma en algún hospital público. El que le tocó fue el hospital de la Princesa; pero le dio hora para hacérsela dentro de un año. La solicitó el 14 de este mes y se la dieron para el 11 de octubre de 2007: 330 días de paciencia. "Es una vergüenza que luego digan que no hay listas de espera. Tampoco quiero que me la hagan pasado mañana, pero al menos que sea antes del tratamiento", pide.
En el hospital de la Princesa admiten que la cita estaba concertada para ese día. "Es extraño", dijeron al comprobarlo. Pero aseguraron que debía de tratarse de un error. "La cita debe corresponder a una prueba de control y no de diagnóstico, como parece que requiere el caso de esta señora", dicen fuentes del hospital. "Si esta persona se pone en contacto con nosotros, quizá podamos solucionarlo".
Maite escribió una carta a atención al paciente de su ambulatorio (en García Noblejas, donde le gestionaron la cita con La Princesa) hace una semana, pero no ha recibido respuesta.
Por diversos motivos dice haber perdido la confianza en la sanidad pública. El tratamiento del yodo radiactivo, por ejemplo, se lo hace en la Fundación Jiménez Díaz. "Algunas cosas las hago en la sanidad privada. Si no, ya estaría muerta".
La amargura del comentario procede del comienzo de su andadura con el cáncer. Justo hace dos años, cuando empezó a notar mareos y náuseas que la incomodaban. Su médico de cabecera le recetó entonces un jarabe para el estómago. Otro médico le aconsejó que visitara a un psiquiatra por si las molestias podían tener relación con algún trastorno mental. Y de médico en médico fue con los dos meses de vida que, sin saberlo, le quedaban. Cuando al fin la visitó un endocrino, le dijo que tenía una semana para extirparse el fragmento de tiroides que el cáncer todavía no había devorado.
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