El candidato que no podía votar
La bajísima participación, el desconocimiento y los problemas para identificarse marcan las primeras elecciones a representantes vecinales
A Francisco, que se presentaba como candidato, no le dejaban votar porque, según le decían en la mesa electoral, no constaba en el censo. Pese a que Dolores vive desde hace nueve años en el tramo de Velázquez que pertenece al distrito de Chamartín, depositó su papeleta en la Junta de Centro. Richard, que ha vivido en Lavapiés la mitad de sus 18 años y tiene la doble nacionalidad ecuatoriana y española, no aparecía en los listados, por lo que no pudo votar a su madre, aspirante a representante vecinal.
Éstos no son los únicos casos irregulares. Las elecciones en las que ayer los madrileños elegían entre las 938 candidaturas oscilaron entre la apatía, el desconocimiento y el caos organizativo.
Francisco, el aspirante 'fantasma', cree que ayer se celebraron unas "elecciones de juguete"
Francisco Acosta, uruguayo de 57 años, es uno de los 47 candidatos individuales que se presentaban en Centro. Cuando acudió a la plaza Mayor se encontró con que no existía a ojos del Ayuntamiento y no podía ni votarse a sí mismo. "Insistí porque yo me presentaba, que si no me habría ido a casa tras la primera negativa". Después de 40 minutos de espera y una sesión de tediosas explicaciones, la mujer que se sentaba al otro lado de la mesa hizo una consulta telefónica y recibió la autorización que "de forma excepcional" le permitía votar. Acosta, que considera loable la iniciativa del Ayuntamiento de dar voz a los ciudadanos a través de estos comicios, cree que lo de ayer fue una parodia. "Han sido como unas elecciones de juguete", puntualiza.
Como Acosta, la mayor parte de consultados aprobaba la idea municipal, pero criticaba las formas en que se ha puesto en marcha. "Esto es un desastre", comentaba un matrimonio que bajaba indignado las escaleras del edificio en el que está la Junta de Centro. Ella es otra de las que fueron a la plaza Mayor para nada, ya que no aparecía en las PDA [agendas electrónicas portá-tiles] que hacían de listados de los inscritos en cada distrito. "Mucha modernidad, pero esas maquinitas no sirven para nada", se quejaba.
En la Junta Municipal de Centro había más políticos y organizadores que ciudadanos con ganas de elegir a sus representantes. Entre éstos, la mayoría eran mayores o inmigrantes. De pronto, un nerviosismo generalizado hace saber que el alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, y la concejal responsable de estos comicios, Ana Botella, están a punto de llegar. Una vez allí, ofrecen muchas sonrisas y Ruiz-Gallardón se deja fotografiar con todo aquel que quiera un recuerdo. "No me dirás que no estamos dejando bien tu barrio", le comenta a César, el chico que le antecede en la cola, que previamente le había dicho que vive en Lavapiés.
Un grupo de mayores se emociona con la visita de Botella. María García, ama de casa de 75 años, explica que ha hecho campaña entre sus vecinos y amigos del centro de la tercera edad. Gracias al apoyo que le ha dado una imprenta, ha podido repartir 600 trípticos en los que desgrana su programa. En él pide: "Comunicación y buena onda entre personas y asociaciones y que recuperemos las fiestas. Y si alguien se anima, impulsar el chocolate popular de mi marido que hicimos por muchos años". El único fallo que encuentra María es la falta de apoyo institucional para dar a conocer su programa. ¿Y si sale elegida? "Procuraré, conjuntamente con doña Ana Botella, hacer el máximo trabajo posible; si ella me apoya, claro".
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