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Columna
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Los vascos y el extranjero

Una de las circunstancias más llamativas de las que singularizan al País Vasco entre los del orbe la constituye el afán de muchos de sus ciudadanos por transmitir al extranjero los afanes, congojas e impulsos de este atribulado Pueblo con identidad. Si -ojalá- llegara el día en que nuestro veloz crecimiento tecnológico permitiera ya desarrollar un Plan Espacial Vasco, los primeros euskoastronautas que pusiéramos en órbita leerían (en euskera) un mensaje del lehendakari a los Mundos Exteriores, contándoles lo nuestro. Tal es nuestro afán por epatar al forastero, al que no consideramos imbuido en las crudas realidades de la existencia hasta quedar impuesto de nuestras cuitas.

Gusta dar la vara al extranjero con los graves problemas que nos acucian, convencidos como están algunos de que cuando el foráneo se imponga en cuatro verdades habremos dado saltos de gigante en nuestro imparable proceso de liberación nacional. Esta costumbre produce a veces resultados chocantes.

Sorprende el entusiasmo de contar por ahí los vericuetos de la cosa vasca, en vez de callarlos pudorosamente
La afición vasca de torturar al foráneo con nuestros hondos problemas forma parte de nuestra vocación misional

Hace unos años, en Cuba, un camarero me proporcionó una sorprendente imagen del mundo. Aseguraba el hombre que en Europa, como en Estados Unidos, domina el (oprobioso) sistema capitalista. Con una excepción, el País Vasco/Euskadi, país hermano del cubano, obviamente socialista y el único que queda tras las traiciones de Gorbachov y los que siguieron. El camarero llegó a tales conclusiones tras sucesivas teóricas por parte de vascos, que le habían adoctrinado por obligación nacional y para apaciguar la culpa por irse de vacaciones a la isla mientras Euskal Herria sufre la opresión.

Las prédicas vascas en el exterior no incrementan la confusión sólo en Cuba. También en Italia vi secuelas del paso de nuestros bárbaros, incluyendo autodenominados "Amigos de los Vascos" batasúnicos. Hacen estragos, ellos y sus asesores. En un grupo de la universidad al que aleccionan, están convencidos de que en este País circulan por las calles tanquetas (españolas, por supuesto) disparando sin más en cuanto oyen una palabra en euskera; y de que ésta es tierra sin democracia ni Parlamento dignos de tal nombre; y que cuánta falta haría que tuviésemos autonomía. Cuando insinué que de ésta y de la democracia hay, no me creyeron.

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Pero el caso más singular me lo encontré en México. Un ilustre universitario aleccionado por no menos ilustres colegas de Euskal Herria me transmitía la idea de que los vascos somos "los últimos indígenas" de Europa. No disipó mi perplejidad al explicarme que lo decía por nuestro amor a la tierra y a lo rural, pues está convencido de que vivimos, tribales, en caseríos, cabañas y pequeñas aldeas entre las campas y las ovejas, o bien en pintorescos pueblos pesqueros rodeados de montes verdes, respirando naturaleza sin freno y recogiendo setas con nuestras propias manos (repetía lo de las setas y hongos; quizás para él recoger setas con las propias manos es el no va más de la felicidad e imagina que Adán y Eva en el paraíso no hacían otra cosa que comer perretxikos). Tampoco me creyó que este es urbano y que lo del campo y las cabras está muy bien, pero que su juego consiste en rellenar las hojas de propaganda nacionalista y la televisiva.

La afición vasca de torturar al extranjero con nuestros hondos, innúmeros e irresolubles problemas forma parte de nuestra vocación misional. Ya no se lleva el modelo clásico de propagar la religión para salvar infieles. Así, la irrefrenable vocación misionera se desborda por adoctrinar con nuestros padecimientos. Por ejemplo, se le endilga al extranjero incauto la terrorífica historia de los vascos, cómo vivíamos felices desde el paleolítico durante milenios y milenios hasta que llegaron los malvados españoles, nos invadieron y sojuzgaron y nos machacan día tras día con constituciones, opresiones y leyes perversas, pues los españoles son antivascos muy completos y violan todos los días nuestros derechos humanos de vascos como Pueblo con identidad.

En tal manía por catequizar por doquier, se diría que el vasco misionero cree que el extranjero es papanatas y con tendencia al masoquismo, capaz de tragarse esas milongas y de sufrir con nosotros tras la revelación del espinoso tránsito de los vascos por el mundo. De ahí el raro convencimiento de que la "internacionalización del conflicto" será mano de santo para acabar con tanta opresión. Significa dar la chapa en el exterior con lo nuestro, ir al Parlamento Europeo, al de Idaho o al que sea, pasear premios nobeles de la paz, curas irlandeses o políticos italianos omnicomprensivos, contarles lo que hay y dar así grandes pasos adelante. Ya lo decía ETA hace un año, en un comunicado que envió a la BBC nada menos, cuando hablaba de "internacionalizar el conflicto como forma de llegar a la paz". O sea: Cuba, los rusos, Estados Unidos y Kazajstán, de acuerdo gracias a la causa vasca, invaden España, le dan su merecido y colocan aquí cascos azules para, en colaboración con la Ertzaintza, acabar con los más mínimos vestigios españoles, liberar los "presos políticos", construir la territorialidad, ocupar Treviño y hacer un referéndum como Dios manda, si la independencia sí o sí, aunque hay cosas que ni preguntar habría. Y así llegó la paz.

Sorprende el entusiasmo de contar por ahí los vericuetos de la cosa vasca, en vez de callarlos pudorosamente. Sólo se comprende porque creen que el extranjero tiene propensión a admirarnos, pues somos los más antiguos y gente aguerrida, y por ahí los parques temáticos hacen furor. Nuestros vascos misioneros piensan que tienen toda la verdad en su composición paranoica de la realidad. Y que el extranjero, ente justo y ecuánime (no como los que ya sabemos), entiende estas cosas. No se les ha ocurrido que también fuera de casa suenan raras. Aquí nos hemos ido acostumbrando.

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