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Columna
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Vitalidad de las TIC

Emilio Ontiveros

Las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) siguen siendo los principales catalizadores de la dinámica de innovación que preside la economía mundial: fuentes importantes del crecimiento de la renta por habitante en aquellas economías cuyos agentes actuaron de forma consecuente con los beneficios que anticipaban. Un sector que no deja de crecer, aunque lo haga a ritmos más moderados que los registrados en la segunda mitad de los noventa, cuando se empezaron a manifestar lo que hoy ya son evidencias incuestionables: sus efectos favorables sobre el crecimiento de la productividad de las organizaciones, privadas y públicas, y sobre el conjunto de la economía. La OCDE anticipa para 2007 ritmos de crecimiento en la inversión en esas tecnologías que seguirán superando al del PIB mundial, similares a los mantenidos en los últimos tres años, del 6%, que serán del 4,2% en las economías avanzadas.

El sector supone el 9% del valor añadido empresarial en el conjunto de la OCDE, pero en España esa cifra sólo es algo superior al 6%

Estamos ante un sector que contribuye con el 9% del valor añadido empresarial en el conjunto de los países integrados en la OCDE (los últimos datos disponibles agregados son de 2003), con diferencias muy significativas entre ellos. En Finlandia, Corea, Irlanda, Reino Unido, Estados Unidos o Suecia, ese porcentaje es significativamente superior al promedio, mientras que en 16 de los 30 países que integran esa organización la proporción es muy inferior. En España esa cifra es algo superior al 6% que representaba en 1995; cuando en nuestro país excluimos los servicios de telecomunicaciones, la proporción que representan las manufacturas y los otros servicios TIC, es de las más bajas, sin apenas incrementos significativos en ese periodo. En empleo, la posición del conjunto del sector español de TIC en 2003 era de las más bajas, ligeramente superior a la de México y Grecia.

De la significación del potencial innovador de este sector sigue dando cuenta la canalización de recursos hacia las actividades de I+D, en las propias TIC y su transmisión hacia otros sectores. En términos de PIB, Finlandia sigue encabezando las clasificaciones de recursos asignados a ese propósito, mientras que España compartía una de las últimas posiciones, con apenas un 0,1% asignado en 2003. Un exponente del potencial del sector lo ofrece igualmente la apuesta inversora de los fondos de capital riesgo en la mayoría de las economías avanzadas. Nuevamente el contraste con lo que ocurre en España es significativo: la inversión genérica de este tipo de fondos crece bastante, pero lo hace mucho menos la concretada en capital semilla y casi nada en el vinculado a las TIC.

De las tendencias más recientes cabe destacar la emergencia como productores y consumidores de economías consideradas menos desarrolladas, no sólo las asiáticas, sino igualmente algunas del este de Europa. La intensificación de la competencia global impulsa ahora la búsqueda de generación de ganancias de eficiencia en las empresas no sólo a través de localizaciones con costes más bajos del factor trabajo, sino muy especialmente con habilidades suficientes en la producción de estos bienes y servicios. Ello significa, básicamente, destinos donde se ha cuidado la educación relevante para la asimilación de estas tecnologías: alfabetización digital en definitiva. Así se pone de manifiesto cuando se observa la dirección de los crecientes flujos de inversión extranjera directa que están llevando a cabo las empresas del sector y seguirán llevando en 2007, ya sea mediante deslocalizaciones directas o a través de fusiones y adquisiciones transfronterizas, particularmente explícitas en el presente año. Una tendencia en gran medida determinada por la rápida innovación en el sector y la fácil comercialización transnacional de sus servicios, que posibilita el suministro de los mismos desde localizaciones remotas: la geografía importa menos que las habilidades de la población y la disposición y accesibilidad de las infraestructuras digitales que ofrece el país o la región en cuestión.

Tendencias todas ellas que obligan a incrementar los esfuerzos inversores de España, de muy tardía incorporación a la sociedad de la información. Las señales de superación de ese retraso están siendo mucho más explícitas en el sector publico que en el sector privado. No sólo en las decisiones de gasto público, sino también en aquellas otras tendentes a modernizar el suministro de servicios públicos y a garantizar una interlocución digital con los ciudadanos.

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