Siguen las dictaduras árabes
Resulta irónico que al día siguiente de que Sadam Husein fuera declarado culpable y sentenciado a muerte por crímenes contra la humanidad, L. Paul Bremer publicara un artículo en el Wall Street Journal en el que aplaudía esta muestra de justicia y legalidad en un país sometido durante tanto tiempo al terror de la dictadura baazista. La ironía se hace evidente cuando yuxtaponemos a dos hombres que, siendo completamente distintos, han dejado, sin embargo, un mismo y terrible legado: sus respectivos gobiernos provocaron una violencia sistemática y, por ende, muchísimo sufrimiento entre la población iraquí.
Ambos gobernantes están cortados por patrones muy diferentes, y tanto los medios como los fines de las políticas que llevaron a cabo son muy distintos. La afirmación por parte de Bremen de que "Estados Unidos realizó una noble acción liberando a Irak de ese hombre malvado" seguirá dando mucho que hablar, pero no cambiará la dura realidad que se vive hoy en Irak. Llegado el momento caerá sobre estos dos hombres y sus peculiares mandatos el veredicto de la historia y del tiempo. Sadam Husein y Paul Bremer reflejan cada cual a su manera la funesta convergencia de las dos fuerzas más destructivas que han asolado el Oriente Medio en tiempos modernos: el despotismo árabe y el militarismo occidental. Las formas del dolor, el miedo y la injusticia son múltiples.
El militarismo occidental y las autocracias locales son las plagas gemelas del mundo árabe
Pese a sus diferencias, Sadam Husein y Paul Bremer constituyen el ejemplo paradigmático de esa tradición. En nombre de la democracia, de la libertad y de la legalidad, Bremer arrasó Irak y encendió la chispa de un conflicto interno que está causando un sufrimiento atroz. Si le concedemos el beneficio de la duda y aceptamos su palabra, sus motivos y los de su país eran nobles, idealistas y ligeramente románticos, pero siempre bien intencionados.
El Gobierno baazista de Sadam Husein constituyó una muestra perversa de la crueldad sistemática y de la represión institucionalizada. El derrocamiento de ese régimen desenmascaró las prácticas de tortura y violencia ejercidas contra sus ciudadanos. Parece evidente que la mayoría de los iraquíes están contentos con el derrocamiento del régimen y con el proceso judicial contra Husein y los altos cargos de su Gobierno.
Pero en la historia no sólo cuentan los motivos, sino también las consecuencias. Y las consecuencias del derrocamiento militar del régimen baazista encabezado por Estados Unidos han sido muy costosas: decenas de miles de muertos y heridos y cientos de miles de desplazados. El país ha quedado sumido en una violencia crónica, que las contiendas étnicas y religiosas no hacen sino alimentar.
En alguna medida, hoy se pone en duda la coherencia de Irak como país, y si llegara a producirse, su ruptura como Estado unificado tendría unas repercusiones de enorme importancia para la región. Otra consecuencia de la política estadounidense en Irak ha sido el afianzamiento de Irán y su creciente influencia, lo que entraña unas implicaciones todavía poco claras para la zona y para el resto del mundo. El terror no desapareció de Irak con la transferencia del poder de Sadam Husein a Paul Bremer, sino que se limitó a cambiar de lugar; ya no es el Estado el que tiene aterrorizado al pueblo, como sucedía durante el Gobierno de Husein, el terror hoy se ha trasladado a toda esa variedad de facciones iraquíes y árabes que lo utilizan en sus diferentes intentos de expulsar a los estadounidenses del país, de hacerse con el control del Gobierno y de causar daño a los grupos rivales.
Lo que pretende Bremer en su artículo, al igual que el Gobierno de George W. Bush en los últimos años, es que escojamos entre la defensa de la libertad por parte de Estados Unidos y el legado baazista de despotismo y tortura. Enmarcada la cuestión así, no hay debate posible. Siempre se elegiría la libertad. Pero ¿es ésta la forma correcta de enmarcarla? ¿No es más útil preguntar qué ha tenido peores consecuencias, la autocracia árabe o el militarismo occidental?
La pregunta más útil que deberían plantearse Bremer y otros es la siguiente: ¿se puede utilizar la fuerza de Occidente en conjunto con aquellas potencias árabes afines para erradicar de una forma más eficaz y legítima la tradición árabe de autocracia y Estado policial? Esta pregunta es hoy más pertinente que nunca, porque quedan todavía muchos dictadores árabes en el poder, muchos dictadores que siguen atormentando a sus pueblos.
No es fácil saber si a la luz del precedente iraquí los dictadores árabes que ocupan el poder se sienten hoy más o menos seguros. La experiencia estadounidense en Irak parece sugerir que no es muy probable que ninguno de estos regímenes autocráticos vaya a cambiar por la intervención de las fuerzas armadas norteamericanas. Al mismo tiempo, el apoyo estadounidense a ciertos dictadores árabes continúa siendo relativamente constante.
La inconsistencia del historial estadounidense en lo que se refiere al fomento de la libertad y de la democracia en Oriente Medio ha puesto a los demócratas árabes en la incómoda posición de tener que evitar toda asociación con Estados Unidos, debido a la oposición que encuentran en la región las políticas de Washington. De modo que Estados Unidos se encuentra, a su vez, en una posición doblemente incómoda al no poder impulsar cambios democráticos en los regímenes dictatoriales por medios militares y asimismo al no contar con aliados en la sociedad civil para inducir a la democracia por medios pacíficos. También esto -la inmovilización de Estados Unidos en cuanto que defensor y promotor creíble de la democracia- es una consecuencia de la política de Washington en Irak.
La cuestión más importante en relación con el juicio y la condena de Sadam Husein no tiene que ver ni con los tecnicismos jurídicos relativos a su imparcialidad y a su legalidad (como dicen quienes lo critican) ni con la fuerza ejemplar que supone acabar con un dictador árabe y hacerlo responsable de sus crímenes (como dicen quienes lo defienden). La cuestión fundamental tiene que ver con la yuxtaposición del militarismo occidental y las dictaduras árabes, dos plagas gemelas que asuelan ese mundo en la actualidad. Es bueno que el régimen de Sadam Husein ya no esté en el poder y que el pueblo iraquí se haya visto libre de su brutalidad; pero es malo que Irak continúe convulsionado por las nuevas formas de sufrimiento, de muerte y de miedo generalizado que produjo la invasión estadounidense.
Rami G. Khouri es el director del Issam Fares Institute de la American University de Beirut, editor del Daily Star de Beirut y columnista internacional. © Khouri / Agence Global, 2006. Traducción de Pilar Vázquez.
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