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Reportaje:

La 'droguería' de Lavapiés

Un grupo de toxicómanos tiene ocupada una casa de la calle de la Sombrerería, donde trapichean las 24 horas

Daniel Verdú

"Hay mucha droga. Puedes comprar todo el día. Y dinero, mucho; más de 10.000 euros. Yo sólo venía a buscar una cosa que me dejé ayer. No compro coca, yo tomo metadona", dice Mahmud, blandiendo con su mano temblorosa y huesuda el carné de Madrid Salud y enseñando una bolsa de objetos que, en realidad, son los que no ha conseguido cambiar por alguna dosis.

Como él, decenas de toxicómanos se acercan a diario al número 20 de la calle de Sombrerería, en Lavapiés (Centro), para comprar pasta base de coca o heroína. Algunos traen dinero; otros, los objetos robados que entregan a cambio de una "bolsita". Cuando llega el mono y no hay dinero se oye la luna de algún coche rompiéndose o el grito de alguna mujer despidiéndose de su bolso.

Los vecinos viven asustados y piden que la vivienda sea desalojada ya
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La casa, que lleva ocupada más de un año por unas cinco personas que controlan el negocio, se ha convertido en un pequeño supermercado de droga para los toxicómanos del distrito. Compran, se colocan en la casa o en algún portal cercano, se marchan y vuelven al cabo de las horas. A veces se juntan hasta 50 personas en su interior. "Ahora que la plaza de Soledad Torres Acosta está muy controlada, hemos empezado a ver a algunos que vienen hasta aquí a comprar", explica un policía que patrulla la zona.

Al mediodía, dos toxicómanos salen de la casa y se acercan sigilosamente a un camión de reparto de bebidas aparcado en la calle de Argumosa con Sombrerería. Cuando el conductor y el acompañante se despistan, se agachan, cogen dos cajas de vino y salen corriendo de nuevo hacia el piso. "¡No tenéis vergüenza!", les grita una vecina. Uno de ellos -una chica- se para frente a ella y, mirándola, se pasa el dedo pulgar por el cuello: "Te vamos a rajar". Se meten en el edificio ocupado y se encierran.

A principios de verano, una casa parecida en San Cayetano, también en Lavapiés, fue desalojada. Los vecinos organizaron caceroladas cada noche hasta que el Ayuntamiento tomó medidas. La casa había sido ocupada tras el desalojo de una corrala en la calle de Santiago el Verde, otro punto de droga. "Ahora, éste es el principal dispensario para toxicómanos del barrio", dice Manuel Osuna, presidente de la asociación La Corrala.

La casa es antigua. Tiene una sola altura y en la puerta hay siempre alguien que controla la entrada y vigila si viene la policía. En la planta baja vive un grupo de angoleños. En el primer piso, de unos 150 metros cuadrados, varios españoles. "Ahí es donde venden", dice un toxicómano que acaba de salir.

El Ayuntamiento asegura que el propietario está al corriente de lo que sucede en su inmueble y que debe pedir el desalojo a un juez o contratar vigilancia privada. Según estas fuentes, no ha hecho ni una cosa ni la otra y ahora se expone a la expropiación del edificio.

"Así no se puede vivir. Anoche vinieron los bomberos. Cada día hay peleas y gritos de gente que suplica que le tiren droga por el balcón", protesta una vecina. "Vivimos con rejas en las ventanas y nos rompen las puertas de la portería cada dos por tres", insiste. Elena, la propietaria del restaurante Achuri, también está "frita": "Los que vienen a comprar sin dinero roban el bolso a las clientas. Esto no es el barrio de Salamanca, no somos unos tiquismiquis, hemos aguantado mucho. Pero esto es demasiado, un día los vecinos nos rebelaremos".

Muchos piensan ya en tomarse la justicia por su mano. "He hablado con unos gitanos y me han dicho que un día quemarán la casa por la noche. No seré yo quien llame a los bomberos", advierte otra vecina.

La parte trasera de la casa da a un descampado por el que los toxicómanos huyen hasta la calle de Doctor Fourquet cuando llega la policía. "Hemos entrado varias veces, pero nunca encontramos nada. El único que puede hacer algo es el propietario, que tiene que denunciarlo", cuenta un agente mientras cachea a un hombre que pretendía entrar en Sombrerería 20.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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