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Reportaje:

Volver a la tierra

Los jóvenes agricultores de origen urbano están empezando a cambiar la composición sociológica del campo vasco

"El día que empecé a trabajar la tierra, los surcos se me cruzaban. No valían y tuve que empezar otra vez". Así recuerda sus comienzos como agricultora Garbiñe Velloso, una bilbaína de 26 años que, sin ninguna experiencia previa, decidió hace cuatro años matricularse una escuela agraria. Ahora muestra con orgullo el resultado de trabajo: una hectárea de terreno cultivado con invernaderos, frutales y huertas al aire libre, dedicada a la producción ecológica, que ha adquirido en Mungia (Vizcaya).

Su caso es similar al de otros jóvenes de procedencia urbana que están aportando a las áreas rurales savia nueva y otras formas de entender la actividad rural. A falta de un censo detallado, constituyen un grupo social en auge, como lo muestra su peso entre los alumnos de los centros de formación del sector primario. "Desde hace seis o siete años, cada vez son más los alumnos matriculados en nuestra escuela que proceden de un entorno urbano, hasta el punto de que incluso superan ya a los que vienen de zonas rurales", señala José Javier Ormazabal, director de la Escuela Agraria Fraisoro, situada en Zizurkil (Guipúzcoa).

Llegan "cargados de ideas y proyectos nuevos", dice el director de Fraisoro

Los aspirantes a baserritarra llegan "cargados de ideas y proyectos nuevos, con un dinamismo muy importante para este sector, muy envejecido, anclado en arquetipos y que necesita innovación", según el director de la escuela. "Creo que esta gente puede aportar una nueva forma de entender el campo", añade. Sin ir más lejos, la nueva agricultora instalada en Mungia aprendió a ofertar sus productos por Internet casi antes que a hacer surcos paralelos. "Los clientes pueden mirar los precios y hacerme sus pedidos por correo electrónico. Después me encargo de servirlos a domicilio. Hay que adaptarse, porque la mayoría de la gente sale tarde del trabajo; de lo cotnrario, no tenemos nada que hacer frente a las grandes superficies", explica.

Isabel Loidi, natural de Portugalete y licenciada en Historia Moderna y Contemporánea, también decidió dar un giro hacia la naturaleza después de varios años trabajando como técnico en resolución de conflictos. "Me ahogaba en la oficina", recuerda. Con 30 años, adquirió cinco hectáreas de terreno agrícola en Galdames (Vizcaya) -"el sitio donde era menos caro"- y las ha llenado de frutales, invernaderos, huertas y zonas de pasto para ganado. Ella también cree que puede aportar nuevas ideas. "Yo he decidido apostar por la agricultura ecológica, porque soy consciente de los problemas que están causando los pesticidas químicos". Al mismo tiempo, reconoce que su nueva vida también la ha enriquecido personalmente. "Me ha hecho entender muchas cosas y ver el mundo de otra manera. Por ejemplo, al ver el esfuerzo que cuesta producir los alimentos, le doy más importancia al sector primario, porque si no somos autosuficientes en alimentación, estamos vendidos. Estoy segura de que este movimiento irá a más".

La experiencia de estos jóvenes muestra que, más que una salia laboral, lo que buscan es una alternativa al modo de vida urbano. "Es como quien va para cura, hace falta una vocación", dice Omar Torrejón (29 años y nacido en Santurtzi), que ha montado una explotación ganadera en Muskiz (Vizcaya), tras varios años en el sector del metal. Algo parecido le pasó a Josune Zamora (34 años y nacida en Hondarribia), quien hace cuatro años se animó a recuperar para la labranza un terreno propiedad de su familia, después de pasar otros seis trabajando en un hospital de Barcelona. "Lo veía como un sueño", confiesa. "Hice un curso de agricultura ecológica y, aunque este trabajo es muy duro, de momento no lo cambiaría por mi vida anterior. Sin embargo, yo he tenido la suerte de no tener que comprar la tierra".

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Precisamente, el acceso al suelo agrícola a precios adecuados (entre 120.000 y 240.000 euros por hectárea en los casos citados en este artículo) es uno de los principales problemas para iniciar la actividad. "Además, los combustibles agrícolas están carísimos", se queja Pedro Lekanda, otro joven vizcaíno que estudió Derecho y, tras pasar también por una escuela agraria, ha terminado montando una explotación de invernaderos hidropónicos.

Por todo ello, el esfuerzo que realizan estos nuevos agricultores urbanos a menudo sólo es rentable en términos de apuesta vital. "Antes vivía muy deprisa, sin contacto con la naturaleza. Sin embargo, sé que ni en toda una vida de trabajo podré amortizar la inversión que he tenido que hacer", señala Isabel Loidi.

En busca de la utopía

El arquetipo del joven agricultor neo-rural fue llevado al cine hace tres años en la película La chica de París, del realizador francés Christian Carion. Su protagonista, una treintañera parisina, deja atrás su trabajo como informática para cumplir su sueño: ser agricultora. Adquiere una vieja granja y la reforma según su anterior experiencia profesional, algo que provoca al principio los recelos del anterior dueño de la finca.

Ese cliché cinematográfico parece ajustarse a la nueva realidad que está ganando terreno también en Euskadi, según Unai Aranguren, técnico del sindicato agrario EHNE que trabaja en el área de formación. "En muchos de los cursos que organizamos, el 80% de los alumnos cumplen ese perfil de joven urbano. Tal vez estén cansados del estrés y en su utopía entre poder vivir de la tierra", señala. Entre ellos, predominan sobre todo las chicas, "quizás porque tienen mayores dificultades a la hora de encontrar un empleo estable". Este técnico cree que "la composición social del sector ya está cambiando" debido al empuje de los recién llegados, "que vienen con otra mentalidad, más dispuestos a introducir cambios, por ejemplo la producción ecológica".

Esa opinión es compartida por José Ramón Mauleon, profesor de Sociología de la UPV y autor de varios trabajos sobre el medio rural. "Si se mantiene en el tiempo, esta tendencia puede influir de manera poderosa en la sociedad rural, ya que los que llegan son personas muy emprendedoras y al mismo tiempo los jóvenes que se van del campo son también los más activos", opina este experto. En su opinión, "esto refleja uno de los rasgos de las sociedades modernas, que es la democratización de las formas de vida. Tal vez nuestros padres también quisieron llevar otro tipo de vida, pero no pudieron".

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