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Columna
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Volubilis

Para entender las cosas hay que alejarse para tomar distancia en perspectiva. Azorín afirma que "la bandera verde es la bandera del Islam. Ha ondeado sobre Valencia siglos". Los empresarios valencianos vuelven a poner sus expectativas en Marruecos. Primero fueron las naranjas y el comercio, ahora es la construcción y las inversiones en un país estratégico del Magreb, estratégico en las relaciones de Europa y occidente con el continente africano. En Marruecos conviven la radicalidad de Marraquech con el forzado cosmopolitismo colonial de Casablanca -Dar el-Beïda, en árabe-, donde se concentra un inquietante poso de inmigración interna, de disconformidad y de despersonalización acelerada de los rasgos magrebíes de una sociedad que no se atreve a mirarse en sus orígenes.

En el centro neurálgico del territorio marroquí está situado Fez, ciudad imperial que responde al patrón de la autenticidad de sus quince kilómetros de muralla y las 9.400 callejuelas de su medina. Entrar en el entramado de la ciudad vieja de Fez es dar un salto en el tiempo. A menos de cien kilómetros está la inquietante población de Meknés y treinta kilómetros al norte los restos del enclave romano de Volubilis. Este recinto, que llegó a albergar a 20.000 personas, fue construido entre los siglos II y III, sobre un asentamiento cartaginés y se estableció como uno de los destacamentos más remotos de Roma en el continente africano.

La visión de Volubilis ofrece al espectador la sensación de un espejismo en un páramo, donde la inclemencia de los rayos de sol convierte la contemplación en un ardiente recorrido que sitúa al visitante en una atmósfera de irrealidad.

En un entorno musulmán de mezquitas, madrasas, puertas andalusíes y zocos, las inscripciones latinas, templos, foro, capitolio y la gran calle ceremonial "decumanus maximus", contribuyen a resucitar la teoría de la aculturación de la que fue partidario el arabista valenciano Julián Ribera Tarragó.

Volubilis, con sus columnas romanas y los capiteles, donde ahora anidan las cigüeñas, es el resto permanente de una civilización que se va construyendo a pesar de las inclemencias y de las resistencias de los hombres. Es evidente que si aquellos yacimientos arqueológicos se encontraran entre nosotros, ya no estarían a la intemperie y habrían sido protegidos -de forma especial los espléndidos mosaicos- para legarlos a la posteridad. Precisamente en su caótica situación los restos romanos de Volubilis adquieren el valor de lo auténtico en un conjunto de maleza, piezas descabalgadas y restos de un pillaje que llevó parte de los columnarios a palacios y mezquitas de los sultanes en modo semejante a cuanto ocurre con las columnas de la mezquita de Córdoba.

A cien kilómetros de Fez se encuentra Ifrane, considerada con sus bosques de cedros y sus lagos, situados a 1.600 metros de altitud, la Suiza marroquí. Allí se encuentra la universidad más elitista del país, fundada por el monarca marroquí y el rey de Arabia Saudita, con el apoyo de Estados Unidos. El paisaje se transforma en torno a la Universidad Al-Akhawayn creada en 1995 con el fin de promover la tolerancia entre creencias y religiones. El circuito de los lagos con su fauna autóctona y abundantes aves rapaces, ofrecen una inesperada impresión a los visitantes en torno al sedente león del Atlas, que se encuentra esculpido en piedra en uno de sus jardines.

Como contraste de la monumental mezquita de Hassan II de Casablanca o de la espléndida explanada del Mausoleo de Mohamed V, en la serena y apacible capital marroquí de Rabat, a la sombra la famosa Tour Hassan de 1195, la posición extrema de la población se percibe durante la celebración del Ramadán, cuando los creyentes ni comen ni beben, ni fuman ni tienen relaciones sexuales, desde que amanece hasta el ocaso, cuando el muecín anuncia el fin del ayuno desde los minaretes de las mezquitas. La novela Partir del escritor marroquí Tahar Ben Jelloun refleja, en todos sus matices, la motivación de una parte de la población de estos países, que únicamente tiene como referencia la oportunidad de penetrar en el espacio de la Unión Europea, poniendo un pie en España, donde confían sentirse cerca de casa, en una tierra que se encuentra a 14 kilómetros de sus costas, cuando hay que cruzar el imprevisible estrecho de Gibraltar.

Aún se recuerda en la Comunitat Valenciana la indignación que provocó en la década de 1980 el tráfico de naranjas y tomates procedentes de Marruecos por las carreteras españolas y valencianas hacia los mercados europeos. Ahora circulan las personas, que provocan un flujo humano en aumento con las necesidades de mano de obra. Detrás de cada una de estas modalidades comerciales y de trasiego humano se encuentra una realidad económica que convierte las tierras marroquíes en un horizonte empresarial. Aculturación sobre aculturación en una realidad que cada vez nos va a ser menos extraña.

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