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Lieberman, el racista pragmático

El nuevo viceprimer ministro israelí expresa sin tapujos propuestas violentas contra los árabes

Avigdor Lieberman (Moldavia, 1958) se embarcó en la Aliya, la emigración a Israel, a los 20 años de edad. Más de una década antes de que la avalancha de inmigrantes judíos procedentes de la extinta Unión Soviética aterrizara en Israel para convertirse en una de las minorías más influyentes. Hoy son más de un millón de ciudadanos que en su gran mayoría veneran al líder indiscutible de Yisrael Beitenu (Nuestra Casa Israel), el partido de la extrema derecha que acaba de entrar en el Gobierno después de la aprobación del Gabinete, por amplia mayoría, y del Parlamento. Es desde anoche viceprimer ministro y titular de la cartera de Amenazas Estratégicas. Es decir, el responsable de lidiar con el expediente del programa atómico iraní. Es sólo un paso. Su meta es llegar a la cima aglutinando a la derecha a su alrededor. No se detendrá hasta convertirse en primer ministro.

Hábil y rápido de reflejos, respondió meses atrás, en un foro político de la Unión Europea, a quienes le tachaban de racista que también la UE había acogido a tres países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania), en cuyas Constituciones figuran disposiciones discriminatorias contra la minoría rusa. Es un racista pragmático. Con tal de librarse de los palestinos -"No creo en ningún compromiso con ellos", ha asegurado- está dispuesto a entregar territorios a un eventual Estado palestino para lograr un Israel sin árabes (los israelíes árabes representan alrededor de 1,3 millones de personas). Por supuesto, con la recompensa de otras tierras hoy ocupadas en Cisjordania. Seguramente en la zona en la que se ubica la colonia de Nokdim, al sureste de Belén, donde reside con su esposa, Ella, y sus tres hijos.

Dos veces ministro -en el Gobierno de Ariel Sharon, que abandonó en 2004 por su frontal oposición a la evacuación de Gaza, y jefe del Gabinete del primer ministro Benjamín Netanyahu, a finales de los años noventa-, Lieberman es conocido por expresar sin tapujos propuestas salvajes: la ejecución de los parlamentarios árabes que no expresen lealtad al Estado sionista y la expulsión de los ciudadanos árabes de Israel, entre otras lindezas. Lo dramático es que sus ideas cuajan en una sociedad que se desliza a la derecha más radical. No en vano, poco se esfuerza la izquierda para distinguirse de los planteamientos del Likud, de Yisrael Beitenu o de los partidos que representan a los colonos. Sin ir más lejos, sólo un ministro, Ophir Pines-Paz, dimitió ayer después de que sus compañeros dieran el visto bueno a Lieberman.

Con 11 diputados en el actual Parlamento, tres alcaldes y un centenar de concejales, Yisrael Beitenu -defensor del libre mercado y del matrimonio civil en un país en el que sólo los rabinos pueden casar- ofrece ahora la estabilidad que necesita el Gobierno de Ehud Olmert. Pero Lieberman no cesará en su escalada. Su secreto es una magnífica organización a lo largo y ancho de todo Israel en la que la palabra del líder carismático es ley. Nadie osa discutirle una coma. Los resabios de su educación soviética están presentes y su parroquia lo agradece. En cualquiera de las formaciones israelíes, la inclusión en el Ejecutivo desata indefectiblemente una pugna encarnizada por las poltronas. Para entrar en el Gobierno, Lieberman sólo ha pedido un ministerio. Lo ocupa él ante el gozo de los demás dirigentes.

Los diputados árabes israelíes le tildan de fascista en la Kneset. Y los palestinos en los territorios ocupados se preguntaban días atrás, sabedores de antemano de cuál será la respuesta: ¿Habrá boicoteo al Gobierno de Israel por haber incluido a un partido que propone la expulsión de los ciudadanos árabes-israelíes como se ha boicoteado al Ejecutivo de Hamás?

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