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Columna
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Darfur

Caprichosas circunstancias que no vienen a cuento me unen a Darfur, una vasta e ignota región de Sudán donde actualmente tiene lugar un sistemático genocidio ante la indiferencia de la opinión pública europea. Estados Unidos, por el contrario, ejerce una discreta presión sobre el Gobierno sudanés, causante directo e indirecto de la situación, para que cese la matanza. Por una vez, no puede acusarse al Gobierno norteamericano de imperialismo, porque Sudán no ofrece especial interés estratégico o económico a Estados Unidos. Sí lo tiene, en cambio, la importante y numerosa población afroamericana, la cual, aunque tiene más cosas en común con los blancos europeos que con los negros de Sudán, no olvida el inicuo y no lejano periodo en que su raza era una mercancía de usar y tirar, y no le hace gracia ver que en otros países todavía prevalece este concepto. Lo de Europa es distinto. Aquí la población negra aún es irrelevante y Sudán tiene petróleo. Esto por el lado egoísta. Por el otro, la invencible resistencia a meterse en un asunto que sólo causará problemas y que, en fin de cuentas, tiene mal arreglo. Hace décadas que Europa enterró el imperialismo que a lo largo de la historia fue su razón de ser. En el pasado, un país europeo mínimo, como Holanda o Bélgica, habría resuelto el problema de Darfur en un periquete. Hoy, los antiguos imperios continentales sólo disponen de unos ejércitos profesionales, que en el fondo les incomodan y a los que envían a regañadientes en misión humanitaria.

A la ONU le ocurre algo similar: ante la negativa del Gobierno sudanés de aceptar su mediación y su gendarmería, sólo le queda invadir el país o dejar que continúe la matanza y sus secuelas de desplazamiento, epidemias y hambruna. Como las buenas intenciones son mejores que las malas, pero las malas son más persistentes, el que sólo quiere hacer el bien, se larga cuando es mal recibido.

Este dilema no se le presentó nunca al general Gordon. A raíz de un conflicto similar al actual, el Gobierno británico lo envió a Sudán a organizar la evacuación. Gordon consideró que el honor del imperio exigía solucionar los problemas en vez de eludirlos. Al final el resultado fue el mismo y a Gordon le costó la cabeza.

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